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Un cóctel de intolerancia étnica, pero a la rumana

�Un verano inolvidable�
permite descubrir al director rumano Lucian Pintilie y, de paso, desembarcar en los convulsionados Balcanes.

Recurso: Pintilie recurre al grotesco en los tramos iniciales de la película, mostrando el mundo castrense como una representación payasesca.

La bella Kristin Scott-Thomas protagoniza un film feroz.
Pintilie es un notable cineasta, perseguido durante la era Ceausescu.

Por Horacio Bernades

Con varias decenas de títulos llegando a los videoclubes todas las semanas, es lógico que un doble fenómeno caracterice a la industria local del video. Por un lado, la cantidad de ediciones abre la posibilidad de que allí, semiescondidas en medio de la profusión, aparezcan las perlas raras, los títulos curiosos u olvidados, las películas de interés que por diversas razones no llegaron a los cines. Al mismo tiempo, el riesgo latente es que, en el tumulto, éstos se pierdan o pasen desapercibidos.
Vale recordar que, de unos meses a esta parte, salieron en video títulos inéditos de cineastas como el chileno radicado en Francia Raúl Ruiz (Genealogías de un crimen), el griego Theo Angelopoulos (El apicultor), el portugués Manoel de Oliveira (Party; ver Recomendaciones) y del mismísimo Bernardo Bertolucci (La tragedia de un hombre ridículo).
A ese virtuoso paquete se agrega ahora un film más secreto aún, cuyo título, engañosamente soso, no ayuda a descubrir. Se trata de Un verano inolvidable, y la carátula no hace más que colaborar con el espejismo. Allí se ve a la bella Kristin Scott-Thomas, desde El paciente inglés todo un icono de la coproducción europea con pretensiones de qualité, luciendo una capelina como sólo una elegantísima ex modelo puede hacerlo. Es la primera película que se conoce en el país de quien, desde los años ‘60 para acá, está considerado uno de los más importantes cineastas europeos. Se trata del rumano Lucian Pintilie, nacido en 1933, el más insigne realizador de su país y todo un habitué de Cannes.
Dueño de una larga trayectoria, Pintilie debutó a mediados de los ‘60. Ya su segundo film, Reconstrucción, fue considerado una de las cimas del cine europeo de esa década. Todo un indeseable para el régimen del dictador Ceausescu, Pintilie partió al exilio poco más tarde. De allí en más alternaría su producción cinematográfica con puestas de teatro y ópera en las principales capitales europeas. A la caída del régimen, en 1989, regresó a su país con todos los honores, pero un documental hecho bajo su supervisión no tardaría en despertar las iras del presidente Iliescu, líder del poscomunismo. En los últimos años, Pintilie filma con asiduidad, bajo los auspicios de su coterráneo Marin Karmitz, largamente radicado en Francia y el más notorio productor de cine de arte europeo.
Realizada a mediados de los ‘90, Un verano inolvidable es, seguramente por la presencia de Scott-Thomas, el film de Pintilie que más trascendió en el extranjero. La acción tiene lugar hacia 1925, aunque su historia de intolerancia étnica y nacionalismo en armas adquiere una clara resonancia contemporánea. Conviene recordar que Rumania es un país balcánico, de fronteras que, a lo largo de su historia, se han demostrado tan variables y explosivas como todas las de la zona. Scott-Thomas es Marie-Therese, una mujer hermosa, aristocrática y liberal, atrapada en un ambiente poco amigo de todo ello, un cuartel militar perdido en la frontera.
Allí han ido a parar Therese y su marido, el capitán Dumitriu, junto con sus hijos y la nodriza, luego de que la mujer resistiera los avances de un general donjuanesco. “Puta magyar”, murmuran los oficiales a su paso. Marie-Therese es hija de húngaro, lo cual allí es vivido poco menos que como traición a la patria. La semilla de la intolerancia está echada, y no brotará cuando la mujer ose proteger a unos campesinos búlgaros y turcos, reducidos a un estado de servilismo. Bastará que una cuadrilla de bandidos macedonios desate una carnicería de soldados rumanos para que aquéllos se conviertan en los mejores candidatos a chivos expiatorios.
La resistencia de Dumitriu a la orden de fusilamiento dictada por el general será la excusa para que truene el escarmiento. Pintilie recurre al grotesco en los tramos iniciales, mostrando el mundo castrense como una representación payasesca. A medida que la razón militar se entroniza, el tono se hace más amargo, hasta un final que es puro odio, sangre y caos. Entonces, el título del film deja de parecer soso y se revela feroz.

 

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