Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12
De inconscientes
Por Juan Gelman

El inconsciente político suele traicionar al discurso oficial, aunque en pocas ocasiones tan manifiestamente como en la biografía que la hija de Deng Xiaoping dedicó a su padre. La firmó Deng Mao-mao y es, desde luego, hagiográfica. Las casi 500 páginas de la versión inglesa del libro, publicado en 1995, se cierran con esta frase: “Su sonrisa (la del papá) trasciende el tiempo y el espacio y es eterna”. Mao-mao –un sobrenombre de infancia que significa “Pelo-pelo”– cree que la humanidad se divide en malos y buenos y que el líder chino es el campeón de los últimos. Para demostrarlo tuvo que luchar a fondo con un saber contrario que no cesó de interrumpirla.
Un ejemplo: dice la escritora que desde fines de la década del 20 hasta bien entrados los años 40 del siglo pasado –el período que ocupó Mao TseTung en la lucha que lo llevó al poder– algunos miembros del partido comunista chino “se convirtieron en traidores, reos del peor de los crímenes”; agrega que entonces “se les dio muerte a sangre fría” o bien “desaparecieron abruptamente bajo la marea de la revolución china”. Otro: un día de 1947 Deng Xiaoping pasa revista a sus hombres y advierte que de la bayoneta de un oficial de menor graduación penden un atadito de ropa y un paquete de fideos que no habría adquirido “de la manera correcta”; Deng padre ordena fusilar al transgresor y Deng hija informa que la ejecución “fue bien recibida por muchos comerciantes y las masas locales”. Uno más: consigna que en octubre de 1950 las tropas de Deng “aniquilaron a más de 5700 efectivos del ejército tibetano, despejando así el camino hacia Tíbet”; en la página siguiente puntualiza que “Tíbet fue liberado pacíficamente”.
Mao-mao, hoy de 51, fue intérprete y acompañante personal del llamado modernizador de China, que bautizó “economía socialista de mercado” al capitalismo peculiar que introdujo en su país. Xiaoping asumió el poder en 1977 y comenzó a sufrir una contradicción que no lo abandonó hasta su muerte: se proponía corregir la herencia de Mao y, a la vez, ésta le resultaba imprescindible para sostener su propia legitimidad. Maniobró cuanto pudo para apuntalar la hegemonía del partido comunista y simultáneamente vaciarlo de sus principios económicos. Vivió otras paradojas, como la de enarbolar el antiimperialismo de Mao contra un Occidente al que abrió China para obtener tecnología, armas, inversiones de capital. Sus pujos democratizadores fueron débiles y de corta duración. En 1957, durante la campaña antiderechista que victimizó a centenares de miles de artistas e intelectuales, se cantaba: “Mao Tse-Tung es como el sol, la tierra brilla cuando llega su luz”. De su sucesor, en cambio, se decía: “Deng Xiaoping es como la luna, cambia cada 14 días”.
El historiador Michael Yahuda ha señalado que el ejercicio de la crueldad fue “absolutamente central en la filosofía y la estrategia políticas de Deng”. Lo demostró en 1959, cuando aceleró la purga del mariscal Peng Te-huai, muerto de manera ignota luego de que enfureciera a Mao hablándole de la hambruna que asolaba el país y cobraba la vida de millones de chinos. Y en 1975, cuando arrasó a cañonazos una localidad musulmana en el Yunán. Y en 1989, cuando lanzó tanques contra los estudiantes desarmados que protestaban en la plaza Tia An Men, es decir, de la Paz Celestial. Al día siguiente de la matanza se vio por televisión a un Deng entusiasmado que felicitaba a sonrientes militares, los calificaba de “gran muro de acero” contra la presunta intentona estudiantil de derrocar al gobierno, y les recordaba “las crueldades del enemigo, al cual no debemos concederle piedad ni una sola gota de perdón”.
Es probable que se recuerde a Deng Xiaoping menos por lo que construyó que por lo que desmanteló. Alentó el ingreso de campesinos en la industria creando en las ciudades una “población flotante” de casi 200 millones de personas. Recortó el control estatal sobre el mercado desatando una inflación inédita y un creciente comercio de armas, drogas, niños, mujeres. Su lema “hacer dinero es bueno” ensanchó el abismo entre pobres y ricos y exacerbó la corrupción partidaria y estatal. Muerto Mao, Deng pudo haber aprovechado el deseo de un vasto cambio ideal que la población reclamaba, pero no enfrentó la crisis moral y el desconcierto político imperantes. Se autoconfinó en la economía, “la clave” –pensaba– de los problemas del país.
El 9 de febrero de 1994, víspera del Año del Perro en China, Deng reapareció públicamente por primera vez en mucho tiempo. Una foto lo muestra demacrado, frágil, vacilante, con la mirada perdida. Tenía 89 de edad y, como Mao Tse-Tung en sus días finales, mascullaba frases que nadie podía entender. Pero llegó a tener conocimiento de la entrevista que Mao-mao concedió en 1975 a The New York Times en la que violó tres tabúes: afirmó que “muchas” del medio millón de víctimas de la campaña de 1957 eran “buenas personas”; que lo sucedido en Tia An Men era “trágico”; que la salud de su padre declinaba, aunque no habían transcurrido 24 horas desde que un boletín oficial afirmara todo lo contrario publicando una antigua foto de Deng como prueba. El líder chino nunca admitió que la campaña y la matanza habían sido “errores”. Un mes después de la entrevista, Mao-mao declaraba que la campaña fue “necesaria”, que lo de Tia An Men había sido una “revuelta sediciosa” y que la salud de su padre era “extremadamente buena”. Deng Xiaoping no lo tomó en cuenta y no tardó en “reunirse con Marx”, como los jerarcas del partido comunista chino se permitían decir.


REP

 

PRINCIPAL