Por Sergio Moreno
McDonalds ha vivido el
descubrimiento de la bacteria Escherichia coli en sus productos de pollo
y la consecuente clausura de tres de sus locales por las autoridades sanitarias
de la Ciudad como una catástrofe apocalíptica. Su preocupación
abonada por la abrupta caída que sufrieron las ventas de
la cadena esta semana y la amplia repercusión que tuvo la noticia
en la prensa nacional e internacional fue transmitida al gobierno
de Fernando de la Rúa, que se encargó de amplificarla y
hacerla llegar devenida en presión a los oídos de más
de tres funcionarios del gobierno de la Ciudad autónoma. Un grupo
de colaboradores del Presidente se convenció de que la disputa,
antes que ser un acto de preocupación y responsabilidad por la
salud de los habitantes de Buenos Aires, fue una operación
de (Aníbal) Ibarra contra McDonalds. Quienes sostuvieron
la existencia de tal conjura no explicaron su motivación. Por lo
pronto, hoy, debido a que la empresa cumplió con los requisitos
de higienización exigidos por las autoridades porteñas,
será levantada la clausura preventiva que pesaba contra tres locales
de la cadena.
Además de hacer llegar sus quejas al Ejecutivo nacional, la poderosa
multinacional de fast food envió a Buenos Aires una task force
de ejecutivos desde Estados Unidos, cuya misión es tratar de resolver
el conflicto a favor de Ronald o, en su defecto, empatarla a los ojos
de los consumidores. No hubo nadie de la empresa que respondiese sobre
esta visita que, según dijeron a Página/12 funcionarios
del gobierno porteño, habría llegado el jueves.
El lunes pasado, la Dirección de Higiene y Seguridad Alimentaria
de la ciudad dispuso el cierre preventivo de los locales que McDonalds
tiene en el Patio Bullrich, Libertador 7200, en Corrientes 5234 y en Las
Heras 3214, luego de que los técnicos del área retiraran
muestras de medallones de pollo cuyos análisis (efectuados por
el Gobierno porteño y el Instituto Malbrán) comprobaran
la existencia de la bacteria Escherichia coli en tres casos de comida
cruda y una de comida cocida. La decisión de las autoridades sanitarias
hizo entrar en pánico a la empresa quien, rápidamente, hizo
saber de sus pesares y del perjuicio que esto le causaba al gobierno nacional.
El nerviosismo de la empresa fue claramente expresado en una reunión
que se realizó el martes pasado un día después
de las clausuras entre ejecutivos de la cadena de fast food y la
vicejefa de Gobierno porteño, Cecilia Felgueras, el secretario
de Desarrollo Económico, Eduardo Hecker, y la directora de Higiene
y Seguridad Alimentaria, Marta López Barrios. Allí, los
directivos presionaron fuerte para reabrir, a como diese lugar, sus tres
locales al día siguiente. Los funcionarios porteños respondieron
con los reglamentos: los procedimientos técnicos impedían
la reapertura hasta tanto el proceso de higienización se llevasen
a cabo.
Tras la reunión, los llamados de Balcarce 50 y del Ministerio de
Salud de la Nación, que conduce el amigo del Presidente Héctor
Lombardo, aumentaron en cantidad y vehemencia. Ya varios funcionarios
cercanos al mandatario se habían comunicado con sus pares porteños
para preguntar qué era lo que estaba pasando, alertados con el
desayuno de la noticia en los diarios.
Uno de los más altos funcionarios de la ciudad relató a
sus colaboradores un llamado en particular: al otro lado del auricular
acababa de escuchar pausadamente la preocupación del Presidente
por el asunto.
Otro importante dirigente de la ciudad explicó a Página/12
que lo llamados no fueron todos de la misma índole. Todos
estaban preocupados relató, pero algunos rozaban con
el delirio. Es lógico que en el gobierno nacional se inquieten
cuando a una empresa de la envergadura de McDonalds le pasa algo
como esto: hay que pensar que genera actividad económica, da empleo
y es una poderosa empresa que muestra su confianza en el país instalándose
aquí. Pero algunos otros salieron con el disparate de que esto
(el procedimiento sanitario y las clausuras) era una especie de operación
de Ibarra contra Mc Donalds.
Un colaborador del jefe de Gobierno también contó a este
diario el tenor de uno de los llamados de la Rosada: Nos preguntaron
qué estábamos haciendo, como si hubiésemos secuestrado
a un bebé; nos marcaron lo poco oportuno del episodio alegando
a que una delegación de McDonalds estaba llegando a la Argentina
para anunciar la apertura de nuevos locales. No había tal anuncio;
era un apriete para que bajemos el tema.
Reacción
En ese momento de máxima presión, nuestro acierto
fue no politizar el tema. Nunca mezclamos los tantos: a nosotros nos interesa
que Mc Donalds se quede y prospere en la ciudad, pero también
vamos a cuidar la salud de los porteños, chicos y grandes. Para
eso están los inspectores, que han trabajado bien, dijo a
este diario un secretario de la ciudad. Otro no optó por utilizar
eufemismos: No queremos que se vayan de la ciudad (Mc Donalds),
pero tampoco queremos chicos muertos por comer una hamburguesa podrida,
disparó.
Anteayer, una contraprueba realizada por el Malbrán en otra hamburguesa
de pollo dio negativa. La empresa festejó desde un confuso comunicado
de prensa y colgó los teléfonos de sus encargado de prensa
y relaciones públicas. Y es que hay un equívoco con la palabra
contraprueba, que cualquier mortal sensato entiende como la segunda prueba
que se realiza sobre una muestra de alimento que ya ha sido analizada.
Pues lo del viernes no fue así. Lo que se hizo fue un análisis
sobre una hamburguesa que no había sido testeada antes. Ergo: las
que dieron positivos están contaminadas; la del viernes, no.
El Senasa, organismo de dependencia nacional, posee unas 40 pruebas a
estudiar, provenientes de la proveedora Mc Keys, sita en Garín,
desde donde salieron los medallones de pollo contaminados a los distintos
locales de Mc Donalds. Por su parte, el gobierno porteño
posee casi otra decena de pruebas, sobre las cuales está a la espera
de que la hamburguesería global pida las correspondientes contrapruebas.
Hasta ahora no lo ha hecho.
La empresa dijo a Página/12 un técnico del Gobierno
no puede admitir que tiene un problema de seguridad alimentaria. Es un
problema no deseado, cierto, pero lo tuvieron. Hasta tanto el Senasa no
haga sus estudios y autorice las condiciones sanitarias de los productos
a base de pollo, no podrán comercializarlos. Ellos no pueden decir
que no tuvieron problemas porque saben que los tuvieron. Ahora les conviene
a ellos bajar los decibeles.
Finalizada la rehigienización de los tres locales clausurados preventivamente
(esto es, limpiar exhaustivamente la infraestructura de los comercios
donde se encontró contaminación en las hamburguesas, tal
como lo imponen las reglas sanitarias porteñas) los despachos serán
reabiertos hoy. Pero el asunto no ha finalizado. Faltan hacer más
contrapruebas, falta analizar otros medallones secuestrados para determinar
a qué nivel llegó la contaminación y despejar dudas
sobre el origen de la misma.
En el gobierno porteño están conformes con su desenvolvimiento
durante el conflicto. Hay procedimientos que los organismos públicos
tienen más allá de las autoridades políticas de turno.
Esto ha sido una decisión administrativa y existen líneas
que trabajan permanentemente. Si bien hubo una decisión política
de llegar a la verdad en este asunto, la enseñanza que nos deja
este episodio es que el Estado tiene gente que trabaja abnegadamente y
bien, celebró un secretario del gobierno porteño ante
este diario.
Si bien el caso no está cerrado, la tormenta comenzó a calmarse.
Y en los teléfonos de los funcionarios porteños menguaron
las voces de sus colegas del otro lado de la Plaza de Mayo.
Un cruzado en defensa
del Mc Pollo
Por Julián Gorodischer
Daniel Hadad dio batalla en solitario para defender el honor del
Mc Pollo. Fue un monólogo que se prolongó durante
toda la semana, dedicado a las virtudes del capital transnacional.
Rodeado de su cohorte de comentadores, Hadad eximió el sandwich
sospechado: Si hay un lugar limpio en la Argentina es McDonalds.
Sobre todo cuando hay cantidad de puestos de choripanes que siguen
trabajando y nadie les dice nada.
Lunes, 0 horas. El plano muestra a la tribu de empleados del
mes higienizando las mesadas, enfundados con guantes y cofias:
un cuadro verdaderamente impoluto. Hadad exhibe sin velos la promoción
de la empresa modelo a horas de atribuírsele hamburguesas
con la bacteria Escherichiacoli. Por algún motivo, chivo
o provocación, elige seguir todos los pasos de la venta publicitaria:
el monólogo a favor, el descargo sin interrupciones, la exaltación
de virtudes, el apoyo incondicional del presentador. El periodista
expele la duda o la incerteza de su discurso, lo suyo es confianza
ciega.
Lunes, 0.25 horas. Hadad escucha, concentrado, el alegato del ingeniero
Fernández, vicepresidente de la cadena. Estamos
indignados con el Gobierno de la Ciudad; nos clausuraron cuatro
locales sin previo aviso. El Gobierno de la Ciudad actuó
en forma irresponsable, dice el ejecutivo. Y Hadad afirma:
Yo le hago caso; voy a seguir su consejo. Y se lleva
el sandwich a la boca, pega el mordiscón, demora la masticación,
disfrutando en extremo. Y deja la duda: ¿de dónde
sacó el sandwich prohibido? ¿Le hicieron uno especialmente?
Lunes, 0.40 horas. Dígame Fernández: si como
un Mc Pollo, ¿corro algún riesgo?, habilita
Hadad, invitando el descargo de un detallado y críptico racconto
técnico-descriptivo de la cocción de las hamburguesas.
Hadad parece comprender cada detalle de la exposición. Si
el caso McDonalds reúne todos los requisitos de la
condena social (el poderoso que contamina, el capital extranjero
que lucra con la salud local), para Hadad es un ejemplo de victimización
injustificada. La empresa transnacional que da tanto trabajo
sería una víctima de la payasada argentina.
Martes, miércoles... La modalidad es recursiva, se basa en
la premisa de que la insistencia persuade. El alegato continúa
por días desechando los palos, exaltando el proceso
de cocción, enfatizando los beneficios del Mc Pollo.
¡Por favor! dice María, la locutora oficial
del ciclo si hasta lo comemos con mis hijos.... ¿Cómo
explicar, entonces, la acusación a la compañía
del payasito? Es un complot, una campaña de desprestigio
o, tal vez, la inconsciencia argentina que castiga al
extranjero benefactor que ahora puede arrepentirse, y retirarnos
sus 11 mil puestos de trabajo.
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Sanción con impacto
desparejo
¿Entramos acá?, pregunta uno de los jóvenes
de traje y celular a sus compañeros de oficina. Acá
es el local de McDonalds de Florida 570. ¿Te
parece? responde uno. Caminemos una cuadra más
y vamos a Burger... A pesar de los esfuerzos de la plana mayor
de la cadena de hamburgueserías y de su personal, las aguas
siguen divididas: desde que la Escherichia coli vino a pudrirle,
literalmente, la vida a Ronald y compañía, los comensales
piensan dos veces antes de entrar y pedirse una hamburguesa. Aunque
la mayoría, finalmente, termina entrando, y comiendo sin
culpa.
Cuando le dije a mi vieja que había venido al McDonalds
con los pibes del colegio, me dijo de todo, cuenta Martín,
desde su metro ochenta y sus ¿15 años? enfundados
en una chomba de colegio privado. Después me hizo recontra-jurarle
que no iba a comer ni pollo ni hamburguesas, y yo acepté,
pero le dije que me diera más plata, porque con uno sólo
de éstos no hago nada, dice, mientras blande un magro
tostado a medio comer en la puerta del local de Avenida de Mayo
al 600.
Silvana es la gerenta de turno en ese local. La gente sigue
viniendo, porque nosotros en general nos movemos con los oficinistas,
los cadetes, los chicos de los colegios, explica. Más
que por las noticias, se preocuparon porque los chicos que trabajan
acá pueden perder horas de trabajo. Si viene menos gente,
la casa central destina menos empleados para la sucursal.
El gerente del local de Florida 570 dice que sólo el
primer día se notó un bache en la cantidad de
clientes. Después nos recuperamos, ahora la gente viene
y hasta hace bromas sobre el Mc Pollo.
María Laura sale del local de Florida al 200 con sus dos
hijos, uno colgado de cada pierna. Mientras mamá habla con
Página/12, Lara, de 4 años, se esconde detrás
de la cartera, y Francisco, de 6, se dedica con entusiasmo a sus
papas fritas. Yo, de por sí, trato de no traerlos muy
seguido a los fastfoods, pero hoy realmente me ganaron por cansancio.
Lara comió medialunas, pero Fran insistió con la cajita
feliz, y yo me quedé con un poco de culpa por habérsela
comprado. Pero si te ponés paranoica, al final no comés
en ningún lado, dice, y se va por Florida, arrastrando
a sus hijos.
Teresita, en cambio, no tiene más que palabras de agradecimiento
para el séquito de Ronald. Hace tiempo había reservado
en el local de Las Heras y Coronel Díaz para festejar el
miércoles el cuarto cumpleaños de su hijo Juan. Pero
el lunes 27 clausuraron ese McDonalds. Gabriela Iacovino,
supervisora de cinco locales de la zona, ofreció a la preocupada
mamá trasladar la fiesta a otro local y hasta discutió
dejarla llevar su comida, para dejar tranquilas a las otras mamás.
A último momento, la gerencia dio marcha atrás con
la idea de la comida homemade, y le ofrecieron a Teresita canilla
libre de tostados, papas fritas y medialunas. Me devolvieron
la seña que había pagado y no me cobraron ni un peso.
Encima a Juan le regalaron 24 vales para cajitas felices, y hoy
me mandaron un rollo de fotos de la fiesta, que fue increíble.
Producción: Silvina Seijas.
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Siempre en expansión
Por Eduardo Videla
La expansión de McDonalds es constante. En el 2000
había en el mundo más de 25.000 locales, repartidos
en más de 120 países: los últimos en incorporarse
fueron Samoa y Guyana Francesa. Casi la mitad de los locales (más
de 12.000) están en los Estados Unidos y sólo en Japón
hay abiertas 3000 sucursales. En total, la cadena facturó
40.200 millones de dólares durante el año pasado contra
31.800 del año anterior, un record histórico
para la empresa.
En la Argentina, la cadena desembarcó en noviembre de 1986,
con un local en Cabildo y Juramento. Al mes siguiente habilitó
el segundo en la localidad de San Isidro. Hoy tiene en todo el país
173 sucursales y contrata a 11 mil empleados en su mayoría
chicos cuyas edades rondan los 18 años, lo que la coloca
entre los cinco mayores empleadores privados. Según estima
la empresa, atienden por día a medio millón de clientes.
McDonalds ya tuvo un problema este año con su último
producto, el Lomo Deluxe. La secretaría de Defensa de la
Competencia y el Consumidor promovió una denuncia por publicidad
engañosa, dado que el sandwich no estaba hecho con
lomo sino con cuadril, un corte más económico y menos
tierno. La empresa adujo en su descargo que se trataba sólo
de un nombre de fantasía. Pero le cambió la denominación
a su producto en las promociones: le puso simplemente Deluxe, con
la aclaratoria expresa de que su interior es 100 por ciento
cuadril. Y en la publicidad se resigna a decir: Llamalo
como quieras. El caso aún no está cerrado y
la empresa podría recibir una sanción económica
de hasta 500.000 pesos.
Con sus competidoras locales tuvo buenas y malas: soporta la guerra
de avisos de su principal competidora, Burger King (25 locales,
todos en la ciudad de Buenos Aires), y se benefició con la
desaparición de Wendys (18 locales), en setiembre del
2000.
Los disgustos no han sido sólo en la Argentina. En 1999,
la Comisión de Seguridad de Productos para el Consumidor
de los Estados Unidos le aplicó una multa de 4 millones de
dólares por no alertar con carteles sobre la peligrosidad
de uno de sus juegos infantiles. Este año fue el mal de la
vaca loca lo que afectó al negocio global de
la cadena: sus beneficios en el segundo trimestre cayeron de 38
a 34 centavos de dólar por acción, principalmente
por la preocupación de los consumidores europeos por la enfermedad.
Habrá que ver ahora cuál es el impacto de la shockeante
Escherichia coli.
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Ray, hombre
de futuro
Por Rodrigo Fresán
En 1983, con motivo de su 50º aniversario, la revista Esquire
decidió convocar a cincuenta grandes firmas norteamericanas
para honrar las vidas y obras de cincuenta grandes norteamericanos.
Todos juntos pero no revueltos bajo el título de tapa de
50 Que Hicieron la Diferencia: Una Celebración repartidos
en las categorías de Campeones, Leyendas,
Constructores, Pioneros. En la categoría
de Visionarios aparece Ray Kroc rey universal
de la hamburguesa, homenajeado por el escritor lisérgico-contracultural
Tom Robbins. Si las vacas vieran películas de terror,
todos sabríamos quién es su monstruo favorito. El
monstruo favorito sería un hombre nacido en 1902 que fue
al colegio con Ernest Hemingway, manejó una ambulancia en
la Segunda Guerra Mundial junto a Walt Disney, quiso ser pianista
de jazz a pesar de que un frenólogo interpretó los
bultos en su cabeza como señal inequívoca de
que el chico trabajará en un restaurante.
El monstruo favorito de las vacas era, es y seguirá siendo
Ray Kroc en un principio hombre vendedor de máquinas
de milkshakes con nombre de personaje de comic quien en 1954,
cansado de curtir carreteras como hombre de negocios, paró
a ver qué pasaba en ese restaurancito que había pedido
ocho de sus Multimixers. El lugar se llamaba McDonalds, estaba
regenteado por los hermanos Mac y Dick McDonalds y entonces
Ray Kroc vio el futuro: la fast-food, la aplicación de las
leyes de Henry Cadena de Montaje Ford al territorio
de la hamburguesa, la comida de la aldea global que cabe pensar
que Kroc lo sospechaba desde el vamos sería el American
way of food. Así que se llevó a los hermanos a un
rincón, les ofreció asociarse para casi enseguida
comprarlos barato y hasta la vista, baby. El dinero no me
interesa, dijo Ray Kroc en algún momento y probablemente
fuera cierto. A Ray Kroc le interesaba la dominación mundial.
Casi medio siglo más tarde, McDonalds es uno de los
pocos Imperios que pueden sentirse seguros de serlo porque su capital
está constituido de un legítimo signo de los tiempos:
el Big Mac y sus múltiples derivados.
Big Mac, la comida que te acompaña todo el día,
hace años me dijo y me eructó Andrés Calamaro
el inconfundible perfume de un Bic Mac que se había comido
al mediodía. Tenía razón. El Big Mac es la
unidad monetaria fantasma por la que los economistas pueden determinar
las alzas y bajas en la salud de un país y si la democracia
tiende a santificar la mediocridad, McDonalds representa el
cenit absoluto de lo mediocre, escribe Tom Robbins en su perfil
de Ray Kroc. Y, también, algo de razón tiene. McDonalds
el Evangelio según McDonalds se basa en
la uniformidad veloz de lo previsible. No hay sorpresas ahí
adentro (si se descuentan las ocasionales bacterias), todos los
McDonalds son iguales y lo que te ofrecen (además de
esa enferma necesidad de hogar-dulce-hogar que persiguen los gordos
turistas norteamericanos por cualquier lugar que no quede en Norteamérica)
es el alivio de sentirte parte de una suerte de comunión
universal. McDonalds es el Woodstock gastronómico y
la masticación a velocidad de autopista entre un punto y
otro. Lo que en realidad te dice McDonalds es que comer lento
y variado es una pérdida de tiempo que te distrae de la persecución
de ese siempre posible Gran Sueño Americano ahí
en tus manos sostienes las prueba que alcanzó Ray Kroc.
El Bic Mac es, finalmente, el triunfo del Capitalismo-Ketchup y
Caníbal. La noticia de la apertura del McDonalds más
grande del mundo en el corazón de Moscú dio varias
vueltas al planeta y está claro que era una noticia tan grande
como el McDonalds en cuestión. Los arcos dorados (esos
sobre los que ironizó U2 a la hora de su gira Popmart) habían
suplantado a la hoz y el martillo y a comer que se enfría,
camaradas. Así, los rusos hicieron largas colas para probar
su cacho de vaca y bajarla con Coca Cola, la parte líquida
del mismo asunto.
McDonalds está en todas partes. Hay univer-
sidades McDonalds en las que se capacitan sus empleados con
rigor de Secta Moon o alegría de parque temático según
quien cuente la historia. Su símbolo viviente y payasito
Ronald MacDonald es reprocesado para la risa por Matt Groening en
Los Simpsons o para el terror por Stephen King en It mientras que
Hollywood se vale de sus Cajitas Felices como caballitos de Troya
a la hora de promocionar nuevos efectos especiales disfrazados de
películas. Los vegetarianos escupen cada vez que oyen su
nombre y los activistas franceses le ponen bombas en nombre del
orgullo culinario galo y la resistencia al Made in USA. No importa.
De nada sirve. Pueden haber inconvenientes a lo largo del camino
pero la saga continúa y se sigue sumando el número
de los Big Macs consumidos en las marquesinas de esas tiendas rojas
y amarillas de las que sale ese olor igual en todas partes y que
te va acompañar todo el día. Nada más difícil
que resistirse, se sabe, a los pecados de la carne.
Un año después de la publicación de ese número
especial de Esquire, en 1984, Ray Kroc moría en su mansión
modelo Xanadú todo lo feliz y satisfecho que puede llegar
a sentirse alguien a la hora de eructar su último aliento.
Nosotros, papafritas, seguimos y seguiremos comiendo su carne y
su cuerpo, por los siglos de los siglos, buen provecho y amén.
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