Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


OPINION
por Mario Wainfeld

CAVALLO CRECE EN EL GOBIERNO, LA UCR LE PEGA DURO
¿Quién es gobierno y quién es oposición?

Los ilustres símiles internacionales de una movida de Ruckauf. Duhalde vuelve a
ser protagonista. Su relación con Cavallo, su nueva imagen. Caro Figueroa, un abanderado del cavallismo, avanza un casillero. La lógica de la interna radical. Las mediaciones de Nosiglia. Las preguntas que no se hacen.

El barco es noruego.
La mayoría de los que derivan en él son afganos.
Partieron de Indonesia.
Huyen del hambre. Quieren entrar, como inmigrantes, a Australia.
El primer ministro australiano, que está en vísperas de elecciones, se negó a acogerlos. Está convencido de que ser “blando” con ellos resintiría su imagen. El hombre pinta bien en las encuestas y no quiere que una ristra de indocumentados indisponga a sus potenciales votantes.
La situación, que al cierre de esta nota permanecía irresuelta (ver página 27), es toda una pinturita de la globalización, ese supuesto orden donde las fronteras se difuminan para todo, salvo para los pobres. Un mundo donde los poderes reales están por doquier o en ningún lado y los poderes políticos, territoriales, a fuer de impotentes, se extinguen como una vela encendida.
El premier australiano es perverso, pero sabe lo que hace. Muchos dirigentes de todo el orbe han registrado –con perspicacia semejante a la de esos perros bravos que detectan por el olfato a quien les teme– que sus conciudadanos viven continuamente inseguros, pendientes de su futuro. Inseguridad que alude a los cambios de reglas, al desempleo, a la insolidaridad creciente. Pero que es bastante más sencilla de personalizar en los “otros”: los delincuentes, los pobres, los mendigos, los inmigrantes. “Los mecanismos productores de incertidumbre e inseguridad son, en general, de tipo global y permanecen por lo tanto fuera del alcance de las instituciones políticas existentes y en especial de las autoridades estatales elegidas”, describe el sociólogo Zygmunt Bauman y añade “existe en las elites políticas una pragmática, comprensible, inclinación a desviar la causa más profunda de la angustia –la inseguridad y la incertidumbre de los individuos– depositándola en la preocupación popular por la falta de protección”. Así se ganan elecciones, por caso, en Australia.
Y tal vez no sólo ahí. Traído p’acá, lo antedicho quiere sugerir que cuando Carlos Ruckauf da pie a que se arresten menores por ser pobres o transitar por la calle no está apenas cometiendo un exabrupto. Está aplicando una receta ya probada en otras tierras. Está apostando, opción henchida de ideología, a sacar tajada política del miedo y la inseguridad de los ciudadanos dejando incólumes sus causas y azuzando el odio de víctimas contra víctimas. La enérgica reacción de la opinión colectiva, la crítica mediática, la casi unanimidad de organismos protectores de menores y aun la repulsa de muchos dirigentes políticos, incluidos de su partido, obligaron al gobernador a poner el pie en el freno.

Déficit 0, Unidad nacional 0

Ocurre que Ruckauf está muy acelerado, corre contra reloj. La crisis de la provincia le erosiona su futuro presidencial. La Plata –bonito nombre para una ciudad empapelada con patacones– es escenario de continuas movilizaciones cada vez más masivas. Esta semana se decretó la emergencia sanitaria. Los intendentes del conurbano previenen incendios como bomberos, varios se permiten dudar de que tendrán fondos suficientes como para pagar salarios en dos o tres meses.
Por eso muchos dirigentes peronistas de primer nivel, incluyendo miembros del propio gobierno provincial, creen que la apuesta más inmediata de Ruckauf es ser jefe de Gabinete en el virtual gobierno de coalición que se formaría después de las elecciones de octubre. Uno de sus funcionarios, Diego Guelar, sondeó esa posibilidad una semana ha con Chrystian Colombo, sugiriendo incluso una especie de trueque con un acuerdo paralelo en provincia. La movida, que fracasó, le permitiría recuperar protagonismo y huir del infierno que se le ha tornado administrar su provincia. Quien, en cambio, se muestra acá y allá dispuesto para integrarse a un futuro gobierno de coalición es Eduardo Duhalde. Lo vienen sugiriendo sus allegados y él mismo ha admitido su buena voluntad en diálogos con dirigentes aliancistas de primer nivel. El ex gobernador y ex candidato habla al menos una vez por semana (la pasada no fue excepción) con Raúl Alfonsín y Chrystian Colombo. Con el ex presidente departen por lo común a solas, durante horas y se prodigan elogios mutuos. Con Colombo imaginan escenarios poselectorales, partiendo de un piso común: en la provincia la victoria de Duhalde sobre Alfonsín y Luis Farinello será arrasadora.
Entre Duhalde y Alfonsín media una larga amistad y profundos acuerdos territoriales de añares (la convivencia pacífica en la provincia daría para escribir un tratado) pero, contra lo que podría imaginarse, no tienen la misma opinión acerca de Domingo Cavallo. Alfonsín, ya se sabe. Duhalde en cambio, respeta mucho al mediterráneo y no tiene en carpeta un reemplazante a su persona y menos a sus ideas. Su economista de cabecera Jorge Remes Lenicov piensa muy parecido al Mingo, tanto que se opuso con bastante énfasis a que el documento dado a conocer por el PJ, el jueves, incluyera la propuesta de reprogramar la deuda externa. Pero, además, Duhalde profesa un enorme respeto por Cavallo. Una anécdota lo refleja bien: en una charla que mantuvo con un par de dirigentes frentistas Chacho Alvarez le preguntó “¿quién hubiera sido tu ministro de Economía si ganabas?”. “Cavallo”, reconoció Duhalde. Claro, fue hace mucho, todavía estaba José Luis Machinea y Cavallo cotizaba mejor en la Bolsa.
No embestir contra Cavallo es una forma de recuperar reputación ante los centros de poder. Duhalde estuvo hace unos días por Washington y se esmeró allí en mostrar que es una figura de reserva y no el montaraz peronista que –en campaña presidencial, perdido por perdido– se mostraba audaz respecto de la deuda externa.
Si a alguien le apetecería que hoy mismo fuera 14 de octubre, es a Duhalde. Si llega a triunfar en la forma prevista podrá quedar reposicionado en la carrera a la presidencia, que él considera que le fue negada más por obra y gracia de sus compañeros (Carlos Menem a la cabeza, pero no solo) antes que de sus adversarios o de sus límites y carencias. Es sensato entonces que él mismo se reubique como una suerte de garante de la gobernabilidad aunque parece menos astuto candidatearse a sumarse a un gobierno cuyo futuro está lleno de nubarrones. Habrá que ver qué queda de esa oferta el día después.

A vos no te va tan mal

Cavallo no tiene nada bueno que esperar de las elecciones. Acción por la República (AR) es una garantía para piantar votos, una marca sin consumidores potenciales a la vista. Su asombroso acuerdo con el menemismo porteño, amén de ser uno de los peores papelones de un cierre de listas que acumuló muchos, para colmo no parece destinado a éxito alguno.
En política democrática, de cara al voto de la gente, Mingo parece estar aún peor que después de su derrota ante Aníbal Ibarra. En materia de gestión, mejor no hablar. Su presentación pública de la carta de intención con el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue toda una confesión acerca de su estado anímico: hablando en voz (para lo que él acostumbra) baja, con sus ojos privados del clásico centelleo, dudando acerca de qué palabras, sin atacar a nadie, sin hacer alarde de soberbia, lo que sería un logro si –además– no diera en cada frase, en cada gesto, señas palpables de carecer de convicción.
Héte aquí empero, que, en Palacio, a él no le va tan mal. El enroque producido en la AFIP (vivido con alivio por Héctor Rodríguez, quien ya había tirado la toalla en su gestión) fue leído por todos los intérpretes como un fortalecimiento de su poder relativo dentro del gabinete y ocurrió en un momento adecuado: cuando en surtidos mentideros políticos y de lacity Daniel Marx era el favorito para reemplazarlo como ministro, aunque también había fichas jugadas a mano de Adalberto Rodríguez Giavarini.
Armando Caro Figueroa va para el libro Guinness. Ha tenido altos cargos en los gabinetes de Alfonsín, de Menem y de Fernando de la Rúa. Todo un record. Peronista de origen, se hizo socialdemócrata en su exilio político en España. Cimentó ahí una curiosa mezcla de desdén por la dirigencia sindical justicialista con un cargamento de nuevos datos y conocimientos sobre los cambios en el mundo del Trabajo. Su romance con el primer alfonsinismo era, con esa salsa pan comido. Pero hoy por hoy, tiene pésima onda mutua con ese sector del radicalismo al que considera arcaico, clientelista, carente de aptitud para gobernar y eternamente perdido en laberintos internistas. Hace apenas un mes, en una cena con militantes de AR lanzó una diatriba contra los radicales cuya dureza haría inimaginable pensar, para cualquiera no habituado al realismo mágico argentino, que compartía con ellos este gobierno. Sin contar que ya compartió uno antes.
Caro es uno de los dirigentes políticos más ilustrados de la Argentina y uno de los pocos que, día a día, sigue formándose y leyendo algo más que los resúmenes de prensa que le acerca algún asesor. Y llevó siempre como bastión su versación en materia laboral. Es válido señalar que, en materia de recaudación de impuestos, sus antecedentes rondan el cero.
Un dato más a su favor y uno en contra. El favorable es que le será difícil ser menos eficiente e inútil que sus predecesores Carlos Silvani y Rodríguez. Uno en contra: las necesidades y las angustias han crecido en progresión geométrica. La recaudación de agosto será inferior a la del año pasado y la de setiembre mete miedo. Todo parece indicar que el cavallismo, metido con patas y todo en la conducción de la economía, va camino a un fracaso parangonable al que le depararán las urnas.

Adelante, radicales

Fernando de la Rúa es un Presidente cuya imagen se deslee casi a diario, carece de carisma, no tiene gran simpatía ni es un seductor (guste o no) como sí lo son –por caso– Alfonsín, Menem o Alvarez. A diferencia de éstos, es un hombre de oratoria pública no agresiva, moderado hasta frisar con el hastío. Muy pocos logros atesora como gobernante, pero viene consiguiendo algo que lo obsesiona: aquello de preservar la investidura presidencial. No suele escucharse su apellido ligado a diatribas, a insultos en verso. La movilización sindical dio un ejemplo: los oradores lo omitieron puntillosamente. A la luz de ese universo de sordina deben sopesarse los –escasos, fatigados, ostensiblemente protocolares– aplausos que cosechó en el Comité Nacional de la UCR. Sonaron al mínimo posible, a un esfuerzo consciente de evitar la silbatina. Muy, muy poco.
Que los radicales son alfonsinistas y no delarruistas, menuda novedad. Más peliagudo sería desentrañar qué significa eso hoy y aquí. El departamento del ex presidente en avenida Santa Fe a veces parece, salvadas las distancias, ser el equivalente de lo que fue hace décadas Puerta de Hierro: el lugar de procesión y besamanos de todos y cada uno de los opositores. La UIA, las dos CGT, la CTA, Duhalde, Carlos Corach, acuden a dialogar con Alfonsín y a su modo a honrarlo. A menudo los aduna un discurso crítico del modelo, de la insensibilidad social, de Cavallo. Los gestos sugieren que Alfonsín sería el mínimo común denominador de la oposición y su principal referente. Pero, al unísono, es claro que Alfonsín no “conduce” ese heteróclito conglomerado que ejercita variadas tácticas. Y que su representatividad política sigue estando muy herida desde el lejano 1985, circunstancia agravada por la escuálida intención de voto que le vienen mostrando los sondeos.
Paradógico o no, ésa es la data del mundo exterior. En la curiosa lógica radical, Alfonsín sigue invicto y dominante. Esta semana estuvo en la tapa de los diarios. Primero cuando se enfureció leyendo un editorial de LaNación que atribuyó a operaciones del Gobierno. Y luego mediando a su modo entre tirios y troyanos en el Comité Nacional. El documento de su partido es un nuevo aporte a una tradición argentina: la de la máscara de Fernando VII. “Viva el rey y muera el mal gobierno” se gritaba en Mayo. Curiosa tradición que revivió en el antipersonalismo, el peronismo sin Perón... en el complejo arte de cuestionar a un hiperministro sin mentar a quien corrió desesperado a entregarle algo bastante parecido a la suma del poder público.
Manteniéndonos al interior de la subcultura radical, cabría inferir que la sangre no llegó al río. Alfonsín no nombró a De la Rúa y garantizó que nadie lo hiciera. Quien sudó la gota gorda para llegar a esa situación de compromiso fue, cuándo no, Enrique Nosiglia uno de los contadísimos correligionarios que dialoga y conserva confianza con el Presidente de la Nación y el del partido. Los alfonsinistas paladar negro lo imputan de haber jugado en la interna para De la Rúa, los delarruistas no lo considerarán jamás del palo. Lo cierto que, en ese escenario, el cuasi único en que se muestra a plena luz, Coti fue el hacedor de una trémula paz. Fue él quien convenció al ex presidente de omitir el vocativo “De la Rúa”, el que sugirió que el Presidente fuera a Alsina y Entre Ríos. Y también influyó para que uno de los focos del odio alfonsinista, Patricia Bullrich se llamara a silencio sobre estos tópicos. Lautaro García Batallán fue más descomedido: se cruzó duro con Leopoldo Moreau. Tal como comentó Página/12 hace un tiempito en un cumpleaños de Ramón Mestre su viceministro tildó de “senil” al ex presidente. Hubo quien le avisó a Alfonsín quien suelta permanentes sapos y culebras contra ese “mocoso” a quien no define precisamente así.
Queda claro que Alfonsín hará campaña, como habló el otro día: pregonando un programa que nada tiene que ver con el Gobierno, en nombre de una Alianza que no existe más y haciendo malabares para no decir barbaridades sobre De la Rúa. ¿Cómo se interpretará un éxito electoral, en esas condiciones? ¿Como una derrota? Es complicado traducir en términos racionales representaciones tan esquizofrénicas.

Coda

En una misma semana los líderes irreconciliables de dos CGT se estrecharon en un abrazo y dos partidos de gobierno emitieron sendos documentos que nada tienen que ver con su acción de gobierno. Una, quizá impensada pero cabal, prueba de la tamaña caducidad de las representaciones públicas tradicionales por estas comarcas. Nuevos motivos, quizá para replantearse dilemas de época.
¿Dónde está el gobierno, dónde la oposición? ¿Dónde el debate sobre el estado mafioso que denuncia Elisa Carrió, con convicción, con escueto armado político y con creciente credibilidad en la opinión colectiva? ¿Dónde alguien que imagine en serio si es posible doblar la apuesta en pos del déficit cero? ¿Dónde los proyectos del Presupuesto 2002, que se cajonean hasta después de octubre, para que el pueblo no sepa qué le espera el año que viene?
Preguntas que pocos se hacen, en un país abrumado por el día a día, que ha claudicado en su crecimiento económico y que, con esforzadas excepciones, ha transformado la política en una mala partida de truco donde todos mienten como único recurso para disimular que sólo tienen en la mano el cuatro de copas.

 

PRINCIPAL