El barco es noruego.
La mayoría de los que
derivan en él son afganos.
Partieron de Indonesia.
Huyen del hambre. Quieren entrar,
como inmigrantes, a Australia.
El primer ministro australiano, que está en vísperas de
elecciones, se negó a acogerlos. Está convencido de que
ser blando con ellos resintiría su imagen. El hombre
pinta bien en las encuestas y no quiere que una ristra de indocumentados
indisponga a sus potenciales votantes.
La situación, que al cierre de esta nota permanecía irresuelta
(ver página 27), es toda una pinturita de la globalización,
ese supuesto orden donde las fronteras se difuminan para todo, salvo para
los pobres. Un mundo donde los poderes reales están por doquier
o en ningún lado y los poderes políticos, territoriales,
a fuer de impotentes, se extinguen como una vela encendida.
El premier australiano es perverso, pero sabe lo que hace. Muchos dirigentes
de todo el orbe han registrado con perspicacia semejante a la de
esos perros bravos que detectan por el olfato a quien les teme que
sus conciudadanos viven continuamente inseguros, pendientes de su futuro.
Inseguridad que alude a los cambios de reglas, al desempleo, a la insolidaridad
creciente. Pero que es bastante más sencilla de personalizar en
los otros: los delincuentes, los pobres, los mendigos, los
inmigrantes. Los mecanismos productores de incertidumbre e inseguridad
son, en general, de tipo global y permanecen por lo tanto fuera del alcance
de las instituciones políticas existentes y en especial de las
autoridades estatales elegidas, describe el sociólogo Zygmunt
Bauman y añade existe en las elites políticas una
pragmática, comprensible, inclinación a desviar la causa
más profunda de la angustia la inseguridad y la incertidumbre
de los individuos depositándola en la preocupación
popular por la falta de protección. Así se ganan elecciones,
por caso, en Australia.
Y tal vez no sólo ahí. Traído pacá,
lo antedicho quiere sugerir que cuando Carlos Ruckauf da pie a que se
arresten menores por ser pobres o transitar por la calle no está
apenas cometiendo un exabrupto. Está aplicando una receta ya probada
en otras tierras. Está apostando, opción henchida de ideología,
a sacar tajada política del miedo y la inseguridad de los ciudadanos
dejando incólumes sus causas y azuzando el odio de víctimas
contra víctimas. La enérgica reacción de la opinión
colectiva, la crítica mediática, la casi unanimidad de organismos
protectores de menores y aun la repulsa de muchos dirigentes políticos,
incluidos de su partido, obligaron al gobernador a poner el pie en el
freno.
Déficit 0, Unidad
nacional 0
Ocurre que Ruckauf está muy acelerado, corre contra reloj. La
crisis de la provincia le erosiona su futuro presidencial. La Plata bonito
nombre para una ciudad empapelada con patacones es escenario de
continuas movilizaciones cada vez más masivas. Esta semana se decretó
la emergencia sanitaria. Los intendentes del conurbano previenen incendios
como bomberos, varios se permiten dudar de que tendrán fondos suficientes
como para pagar salarios en dos o tres meses.
Por eso muchos dirigentes peronistas de primer nivel, incluyendo miembros
del propio gobierno provincial, creen que la apuesta más inmediata
de Ruckauf es ser jefe de Gabinete en el virtual gobierno de coalición
que se formaría después de las elecciones de octubre. Uno
de sus funcionarios, Diego Guelar, sondeó esa posibilidad una semana
ha con Chrystian Colombo, sugiriendo incluso una especie de trueque con
un acuerdo paralelo en provincia. La movida, que fracasó, le permitiría
recuperar protagonismo y huir del infierno que se le ha tornado administrar
su provincia. Quien, en cambio, se muestra acá y allá dispuesto
para integrarse a un futuro gobierno de coalición es Eduardo Duhalde.
Lo vienen sugiriendo sus allegados y él mismo ha admitido su buena
voluntad en diálogos con dirigentes aliancistas de primer nivel.
El ex gobernador y ex candidato habla al menos una vez por semana (la
pasada no fue excepción) con Raúl Alfonsín y Chrystian
Colombo. Con el ex presidente departen por lo común a solas, durante
horas y se prodigan elogios mutuos. Con Colombo imaginan escenarios poselectorales,
partiendo de un piso común: en la provincia la victoria de Duhalde
sobre Alfonsín y Luis Farinello será arrasadora.
Entre Duhalde y Alfonsín media una larga amistad y profundos acuerdos
territoriales de añares (la convivencia pacífica en la provincia
daría para escribir un tratado) pero, contra lo que podría
imaginarse, no tienen la misma opinión acerca de Domingo Cavallo.
Alfonsín, ya se sabe. Duhalde en cambio, respeta mucho al mediterráneo
y no tiene en carpeta un reemplazante a su persona y menos a sus ideas.
Su economista de cabecera Jorge Remes Lenicov piensa muy parecido al Mingo,
tanto que se opuso con bastante énfasis a que el documento dado
a conocer por el PJ, el jueves, incluyera la propuesta de reprogramar
la deuda externa. Pero, además, Duhalde profesa un enorme respeto
por Cavallo. Una anécdota lo refleja bien: en una charla que mantuvo
con un par de dirigentes frentistas Chacho Alvarez le preguntó
¿quién hubiera sido tu ministro de Economía
si ganabas?. Cavallo, reconoció Duhalde. Claro,
fue hace mucho, todavía estaba José Luis Machinea y Cavallo
cotizaba mejor en la Bolsa.
No embestir contra Cavallo es una forma de recuperar reputación
ante los centros de poder. Duhalde estuvo hace unos días por Washington
y se esmeró allí en mostrar que es una figura de reserva
y no el montaraz peronista que en campaña presidencial, perdido
por perdido se mostraba audaz respecto de la deuda externa.
Si a alguien le apetecería que hoy mismo fuera 14 de octubre, es
a Duhalde. Si llega a triunfar en la forma prevista podrá quedar
reposicionado en la carrera a la presidencia, que él considera
que le fue negada más por obra y gracia de sus compañeros
(Carlos Menem a la cabeza, pero no solo) antes que de sus adversarios
o de sus límites y carencias. Es sensato entonces que él
mismo se reubique como una suerte de garante de la gobernabilidad aunque
parece menos astuto candidatearse a sumarse a un gobierno cuyo futuro
está lleno de nubarrones. Habrá que ver qué queda
de esa oferta el día después.
A vos no te va tan mal
Cavallo no tiene nada bueno que esperar de las elecciones. Acción
por la República (AR) es una garantía para piantar votos,
una marca sin consumidores potenciales a la vista. Su asombroso acuerdo
con el menemismo porteño, amén de ser uno de los peores
papelones de un cierre de listas que acumuló muchos, para colmo
no parece destinado a éxito alguno.
En política democrática, de cara al voto de la gente, Mingo
parece estar aún peor que después de su derrota ante Aníbal
Ibarra. En materia de gestión, mejor no hablar. Su presentación
pública de la carta de intención con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) fue toda una confesión acerca de su estado
anímico: hablando en voz (para lo que él acostumbra) baja,
con sus ojos privados del clásico centelleo, dudando acerca de
qué palabras, sin atacar a nadie, sin hacer alarde de soberbia,
lo que sería un logro si además no diera en
cada frase, en cada gesto, señas palpables de carecer de convicción.
Héte aquí empero, que, en Palacio, a él no le va
tan mal. El enroque producido en la AFIP (vivido con alivio por Héctor
Rodríguez, quien ya había tirado la toalla en su gestión)
fue leído por todos los intérpretes como un fortalecimiento
de su poder relativo dentro del gabinete y ocurrió en un momento
adecuado: cuando en surtidos mentideros políticos y de lacity Daniel
Marx era el favorito para reemplazarlo como ministro, aunque también
había fichas jugadas a mano de Adalberto Rodríguez Giavarini.
Armando Caro Figueroa va para el libro Guinness. Ha tenido altos cargos
en los gabinetes de Alfonsín, de Menem y de Fernando de la Rúa.
Todo un record. Peronista de origen, se hizo socialdemócrata en
su exilio político en España. Cimentó ahí
una curiosa mezcla de desdén por la dirigencia sindical justicialista
con un cargamento de nuevos datos y conocimientos sobre los cambios en
el mundo del Trabajo. Su romance con el primer alfonsinismo era, con esa
salsa pan comido. Pero hoy por hoy, tiene pésima onda mutua con
ese sector del radicalismo al que considera arcaico, clientelista, carente
de aptitud para gobernar y eternamente perdido en laberintos internistas.
Hace apenas un mes, en una cena con militantes de AR lanzó una
diatriba contra los radicales cuya dureza haría inimaginable pensar,
para cualquiera no habituado al realismo mágico argentino, que
compartía con ellos este gobierno. Sin contar que ya compartió
uno antes.
Caro es uno de los dirigentes políticos más ilustrados de
la Argentina y uno de los pocos que, día a día, sigue formándose
y leyendo algo más que los resúmenes de prensa que le acerca
algún asesor. Y llevó siempre como bastión su versación
en materia laboral. Es válido señalar que, en materia de
recaudación de impuestos, sus antecedentes rondan el cero.
Un dato más a su favor y uno en contra. El favorable es que le
será difícil ser menos eficiente e inútil que sus
predecesores Carlos Silvani y Rodríguez. Uno en contra: las necesidades
y las angustias han crecido en progresión geométrica. La
recaudación de agosto será inferior a la del año
pasado y la de setiembre mete miedo. Todo parece indicar que el cavallismo,
metido con patas y todo en la conducción de la economía,
va camino a un fracaso parangonable al que le depararán las urnas.
Adelante, radicales
Fernando de la Rúa es un Presidente cuya imagen se deslee casi
a diario, carece de carisma, no tiene gran simpatía ni es un seductor
(guste o no) como sí lo son por caso Alfonsín,
Menem o Alvarez. A diferencia de éstos, es un hombre de oratoria
pública no agresiva, moderado hasta frisar con el hastío.
Muy pocos logros atesora como gobernante, pero viene consiguiendo algo
que lo obsesiona: aquello de preservar la investidura presidencial. No
suele escucharse su apellido ligado a diatribas, a insultos en verso.
La movilización sindical dio un ejemplo: los oradores lo omitieron
puntillosamente. A la luz de ese universo de sordina deben sopesarse los
escasos, fatigados, ostensiblemente protocolares aplausos
que cosechó en el Comité Nacional de la UCR. Sonaron al
mínimo posible, a un esfuerzo consciente de evitar la silbatina.
Muy, muy poco.
Que los radicales son alfonsinistas y no delarruistas, menuda novedad.
Más peliagudo sería desentrañar qué significa
eso hoy y aquí. El departamento del ex presidente en avenida Santa
Fe a veces parece, salvadas las distancias, ser el equivalente de lo que
fue hace décadas Puerta de Hierro: el lugar de procesión
y besamanos de todos y cada uno de los opositores. La UIA, las dos CGT,
la CTA, Duhalde, Carlos Corach, acuden a dialogar con Alfonsín
y a su modo a honrarlo. A menudo los aduna un discurso crítico
del modelo, de la insensibilidad social, de Cavallo. Los gestos sugieren
que Alfonsín sería el mínimo común denominador
de la oposición y su principal referente. Pero, al unísono,
es claro que Alfonsín no conduce ese heteróclito
conglomerado que ejercita variadas tácticas. Y que su representatividad
política sigue estando muy herida desde el lejano 1985, circunstancia
agravada por la escuálida intención de voto que le vienen
mostrando los sondeos.
Paradógico o no, ésa es la data del mundo exterior. En la
curiosa lógica radical, Alfonsín sigue invicto y dominante.
Esta semana estuvo en la tapa de los diarios. Primero cuando se enfureció
leyendo un editorial de LaNación que atribuyó a operaciones
del Gobierno. Y luego mediando a su modo entre tirios y troyanos en el
Comité Nacional. El documento de su partido es un nuevo aporte
a una tradición argentina: la de la máscara de Fernando
VII. Viva el rey y muera el mal gobierno se gritaba en Mayo.
Curiosa tradición que revivió en el antipersonalismo, el
peronismo sin Perón... en el complejo arte de cuestionar a un hiperministro
sin mentar a quien corrió desesperado a entregarle algo bastante
parecido a la suma del poder público.
Manteniéndonos al interior de la subcultura radical, cabría
inferir que la sangre no llegó al río. Alfonsín no
nombró a De la Rúa y garantizó que nadie lo hiciera.
Quien sudó la gota gorda para llegar a esa situación de
compromiso fue, cuándo no, Enrique Nosiglia uno de los contadísimos
correligionarios que dialoga y conserva confianza con el Presidente de
la Nación y el del partido. Los alfonsinistas paladar negro lo
imputan de haber jugado en la interna para De la Rúa, los delarruistas
no lo considerarán jamás del palo. Lo cierto que, en ese
escenario, el cuasi único en que se muestra a plena luz, Coti fue
el hacedor de una trémula paz. Fue él quien convenció
al ex presidente de omitir el vocativo De la Rúa, el
que sugirió que el Presidente fuera a Alsina y Entre Ríos.
Y también influyó para que uno de los focos del odio alfonsinista,
Patricia Bullrich se llamara a silencio sobre estos tópicos. Lautaro
García Batallán fue más descomedido: se cruzó
duro con Leopoldo Moreau. Tal como comentó Página/12 hace
un tiempito en un cumpleaños de Ramón Mestre su viceministro
tildó de senil al ex presidente. Hubo quien le avisó
a Alfonsín quien suelta permanentes sapos y culebras contra ese
mocoso a quien no define precisamente así.
Queda claro que Alfonsín hará campaña, como habló
el otro día: pregonando un programa que nada tiene que ver con
el Gobierno, en nombre de una Alianza que no existe más y haciendo
malabares para no decir barbaridades sobre De la Rúa. ¿Cómo
se interpretará un éxito electoral, en esas condiciones?
¿Como una derrota? Es complicado traducir en términos racionales
representaciones tan esquizofrénicas.
Coda
En una misma semana los líderes irreconciliables de dos CGT se
estrecharon en un abrazo y dos partidos de gobierno emitieron sendos documentos
que nada tienen que ver con su acción de gobierno. Una, quizá
impensada pero cabal, prueba de la tamaña caducidad de las representaciones
públicas tradicionales por estas comarcas. Nuevos motivos, quizá
para replantearse dilemas de época.
¿Dónde está el gobierno, dónde la oposición?
¿Dónde el debate sobre el estado mafioso que denuncia Elisa
Carrió, con convicción, con escueto armado político
y con creciente credibilidad en la opinión colectiva? ¿Dónde
alguien que imagine en serio si es posible doblar la apuesta en pos del
déficit cero? ¿Dónde los proyectos del Presupuesto
2002, que se cajonean hasta después de octubre, para que el pueblo
no sepa qué le espera el año que viene?
Preguntas que pocos se hacen, en un país abrumado por el día
a día, que ha claudicado en su crecimiento económico y que,
con esforzadas excepciones, ha transformado la política en una
mala partida de truco donde todos mienten como único recurso para
disimular que sólo tienen en la mano el cuatro de copas.
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