Por Esteban Pintos
Los Sopranos tiene un lugar
en la programación de la televisión abierta argentina (Azul
Televisión, domingos a las 23, 2 puntos de rating de promedio la
semana pasada). La pregunta es ¿sobrevivirá? Mejor dicho:
¿podrá sostenerse, en un horario y pantalla naturalmente
fríos, compartiendo franja con las maderitas tambaleantes de Sofovich,
una película para toda la familia de Telefé
y el tanque de los domingos, Fútbol de Primera? Sería una
pena que no lo consiga. Es la serie más elogiada y exitosa de los
Estados Unidos de los últimos diez años, y en un par de
domingos (el 16 de setiembre) puede convertirse también en la máxima
ganadora de la 53ª edición de la ceremonia de entrega de los
premios Emmy, en donde lidera la lista de programas con más nominaciones:
tiene 22. Paralelamente a la aparición en Azul, en la señal
premium HBO para cable y televisión satelital terminaba
su tercera temporada con algunas respuestas y bastantes interrogantes.
La siguiente tanda de 13 capítulos, cuyo estreno está previsto
recién en junio de 2002 en EE.UU. (y se supone que unos meses después
en Latinoamérica), promete hasta el momento ser la última,
aunque ya se especula con un nuevo trato entre el ideólogo y productor
de la serie, David Chase, y la compañía Home Box Office
(HBO), que extendería su desarrollo por un año más.
El revuelo que provocó la sola mención de una negociación
que superaría los 20 millones de dólares por un año,
publicada en The New York Post, así como el rosario de noticias
judiciales y policiales (ver recuadro) que entretiene a los medios en
pleno receso veraniego, demuestran el rango que Los Sopranos ostenta en
la cultura masiva de los Estados Unidos, en esta transición entre
dos siglos. En efecto, la serie ya es un fetiche americano (sic): un bien
cultural con categoría de clásico y a cuyo compás
narrativo se mueve el humor, las expectativas, deseos y fantasías
de millones de telespectadores.
Volviendo a la coincidencia de las últimas semanas entre Los Sopranos
primera temporada (Azul) y Los Sopranos tercera temporada (HBO), causó
un curioso efecto túnel del tiempo ida y vuelta, sin
contar la impresión del obligatorio doblaje a un español
neutro que, lamentablemente, quita la posibilidad de conocer y aprender
a decodificar el delicioso acento from NJ y la batería completa
de maldiciones y malas palabras que sueltan cada uno de los personajes.
La disfunción temporal logró que algunos de ellos recobraran
vida, otros sufrieran aceleradas transformaciones físicas, unos
vivan una existencia plácida que no prenuncia ningún final
trágico, otros todavía no hayan aparecido, etc. Aunque los
ejes centrales del relato madre sean los mismos: un jefe mafioso con ataques
de pánico que decide iniciar terapia, intentando sobrevivir al
tironeado de dos familias, la familia (los buenos muchachos)
y su familia. Ese es Tony, en una magnífica composición
de James Gandolfini el año pasado, única ganador de
un Emmy para el programa, el hombre sobre cuyo centro de gravedad
gira la trama. En lo visto hasta ahora por Azul, el señor Soprano
recién comenzó a desenterrar miedos, frustraciones y sentimientos
de una infancia complicada, como hijo de un aspirante a gangster. Muerto
el padre, la figura materna cobró dimensiones infernales (no es
gratuito el adjetivo) y no por casualidad se convierte en protagonista
central de cualquier encuentro con la circunspecta y sugerente Doctora
Melfi (Lorraine Bracco). Dicho sea de paso, cada escena de sesión
merece un lugar de privilegio en cualquier antología televisiva
de la última década. El desembarco de los patos en plena
piscina de su mansión de la zona este de New Jersey a cuarenta
minutos de Manhattan, pero lo suficientemente distante como para ser otro
mundo, la muerte del jefe Jackie Aprile, el crecimiento de Anthony
Jr. y Meadow (los hijos de Tony), la figura tragicómica del viejo
Junio Soprano (Uncle Jun) y la manipulación de emociones
que todo el tiempo intenta doña Livia viuda de Soprano ocupan el
centro de un programa que, justamente, ostenta como virtud principal la
multiplicidad de caminos narrativos en un mismo capítulo de poco
más de 45 minutos. En verdad, LosSopranos responden con esta cualidad
a la mejor tradición de la televisión hecha en EE.UU.: ricos
diálogos, varias líneas de relato que pueden confluir o
no pero que no compiten ni se imponen, resoluciones claras, buenas actuaciones.
Bastante simple, suena. No lo es.
Tres años después, pero al mismo tiempo ésa
fue la gracia, las cosas en HBO ya están bastante enderezadas.
Los patos en la piscina son un lejano recuerdo. Un Tony más gordo
y avejentado sigue con su terapia pero ya pasó de sus fantasías
sexuales con la psicóloga (o eso parece, aunque la tensión
siempre se mantiene), vivió varios intempestuosos romances paralelos
(la chica rusa, la vendedora de autos de lujo), superó la traición
de su mejor amigo Pussy, los chicos crecieron y salieron disparados hacia
alguna parte (Meadow estudia en Columbia, AJ es una bola sin manija),
doña Livia descansa ¿en paz?, el matón Ritchie Aprile
también y Carmela Soprano también soberbia, Edie Falco
duda y angustia. Sobre el final de la tercera temporada, llegó
a evaluar la posibilidad de patear el tablero y dejar atrás una
vida signada por el crimen y el dinero sucio, al menos en calidad de usufructuadora
de los beneficios de las actividades ilegales que su marido regentea.
Sobre este final versión HBO, la muerte del joven Jackie Aprile
Jr. operó como gran revulsivo para toda una situación central
del drama que recorre el programa: la culpa. La culpa, en un núcleo
de familias ítalonorteamericanas rígidamente católicas
al menos, en la apariencia, trabaja sin descanso y parece
a punto de caramelo para estallar en las más dispares direcciones
¿Carmela, la primera dama de la familia, dará
el portazo? ¿Tony encontrará un sentido a su existencia
de gángster psicoanalizado? ¿Anthony Jr. hará algo
con su vida? ¿Habrá coexistencia pacífica entre los
capitanes, esto es la segunda línea de sucesión del gran
jefe? Preguntas sin respuestas, al menos hasta el año que viene.
Un realismo ficcional
Ficción y realidad juegan a las escondidas en Los Sopranos.
Si el gran momento cómico de la primera temporada (la que
se ve por Azul) es la imitación que Silvio Little
Steve Van Zandt, guitarrista de la mítica E Street Band de
Bruce Springsteen realiza de Michael Corleone, cada vez que
se lo pide su jefe Tony, está claro que los límites
están notablemente difusos. En este último mes, noticias
de causas judiciales y demás actividades reñidas con
la ley, todas relacionadas con el programa, invadieron los medios
en Estados Unidos. En cada caso, hay una asociación posible
con la trama misma del relato. A saber: el próximo 13 de
setiembre, un juez de la corte de Chicago, Illinois, deberá
decidir sobre una demanda presentada por la Asociación de
Defensa Italoamericana contra Time Warner Entertainment Co. (dueña
de HBO), por considerar que la serie ofende la dignidad de
la comunidad ítaloamericana. Esta asociación,
bien se encargó de remarcar su abogado, no quiere dinero
o la cancelación del show, sólo la declaración
del juez de que sí, Los Sopranos ofenden a la comunidad.
En el relato, buena parte de la segunda y tercera temporada, un
personaje secundario el ex esposo de la doctora Melfi, también
psicólogo insiste para que ésta deje de atender
al jefe mafioso. El buen señor lo hace en calidad de integrante
activo de una asociación que, justamente, defiende la dignidad
de los italianos en EE.UU. Por otra parte, uno de los protagonistas
activos del programa, el joven actor Robert Iler (16 años),
fue arrestado el pasado 4 de julio bajo los cargos de robo
y en posesión de marihuana y demás elementos para
fumar la hierba. Según el testimonio de las dos víctimas,
cuatro jovencitos los asaltaron en el área de la calle 75
y la avenida York, en la zona este de Manhattan. Entre ellos, el
iracundo en la ficción Anthony Jr., hijo del
jefe Tony, quien de comprobarse su culpabilidad en el delito podría
llegar a ser condenado hasta con 15 años de prisión.
Lo gracioso, al menos para el morbo público, es que AJ (Iler)
ya se había metido en problemas en el programa: primero destrozó
instalaciones de su colegio secundario y luego robó un examen.
También a esta altura de la serie, el heredero ya mostró
síntomas de ataques de pánico. ¿En la vida
real, también los tendrá?
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