Por
Ricardo Plazaola
El picado es un partido espontáneo, no previsto, generalmente con
duración y hasta protagonistas inciertos. Los requisitos para iniciarlo
son mínimos: una pelota, un espacio ad hoc, al menos dos jugadores.
Palitos clavados o buzos en montón harán las veces de arcos.
La presencia de estos dos jugadores es condición necesaria mas
no suficiente. Dos son los adelantados, quizá dueños de
la pelota, y su tarea es importantísima, fundacional: marcan territorio,
alertan, y hacen sonar el cuerno de la convocatoria. Pero hasta ahí
no tenemos ni un cabal cabeza a cabeza (cuyo paradigma es dicho
sea de paso dos contra dos y en superficie de arena).
Tres, cuatro cinco jugadores, y aun tres por bando constituyen todavía
un displicente lanzamiento de centros a la olla con la variante tiritos
al arco, y sólo se puede convertir en un picado si la edad de los
jugadores no supera los quince años.
En la mencionada playa es posible ver cuatro por bando, con arco chico.
Será un picado... chico. Pero picado como la gente es aquel en
el que sobramos, en el que entramos, por cada equipo, uno o dos de más,
porque, blandos de corazón, no supimos ni debemos dejarlos
afuera mirando. Picado de categoría es aquel que hasta espectadores
tiene.
Hay actitudes imprescindibles para que este fenómeno (¿tercermundista?
¿de países emergentes?) ocurra, la de los que inician estando
y la de los que se arriman y completan.
Actitud de los que ya están
Deben persistir. En esos momentos cruciales de duda, persistir. En momentos
en que no pasa nada y ya alguno piensa en la retirada, persistir, como
la Argentina. El tiempo juega a favor. Además, como no se sufre
marca alguna, es el momento de mostrar habilidad: empeine, rodilla, pechito,
cabeza, rodilla, empeine, hombro los que más saben, taquito. Este
es el momento del marketing: mostrar, lucir, incitar, vender.
La venta es científica, no es azarosa. Comprende: actitud gentil
de promotora, buena onda, miradas al costado, percepción de un
acercamiento, y en el momento indicado, si fuere necesario, hacer que
la pelota escape hacia ese chabón que mira indeciso a un costado.
Cuando el sujeto la detenga, invitarlo, a menos que se agache, la tome
con la mano y la devuelva como jugador de bowling.
En realidad, en el primer momento, no hay que andar eligiendo: hasta el
gordito más polenta suma, y en última instancia lo mandaremos
por supuesto al arco. Después, si fuéramos demasiados, se
hará una selección tipo panyqueso o una circunstancial (los
que están de este lado o los que tienen remera).
Actitud de los que se acercan
El acercamiento es más bien libre. Comprende desde el tímido
que se queda mirando si no lo convocan, hasta el lanzado que se acercó
antes que nadie, y antes que nadie propuso empezar el partido.
El problema para los tímidos ocurre cuando el picado ya está
comenzado. Si los jugadores sobran, difícilmente el tímido
exija un lugar. Pero debe merodear por si hay cambios, y permanecer junto
al buzo que hace de poste,y colaborar como pibe juntapelotas en alguna
ocasión, como para mostrarse más y voluntarioso.
Si sobrare lugar, el problema del tímido será dirigirse
a alguien con autoridad que detenga el partido y darle entrada luego de
asignarlo a un equipo. Naturalmente, el primer interlocutor suele ser
el arquero. Un secreto: elegir al buen arquero, porque el bueno dispone,
el tronco ni propone.
Los tímidos suelen, lamentablemente, encontrar una negativa cuando
son catorce contra catorce, y en algunas malas tardes se han tenido que
conformar con ver un buen picado de afuera. Se aconseja a los jugadores
no desestimar nunca a un tímido: suele haber excelentes jugadores
en ese bando (más aún, hay tímidos que gracias a
sus habilidades se han hecho un lugar en el mundo, y ganando partidos
hasta minas han ganado, y menos tímidos han sido).
Cómo elegir
No es sencillo elegir entre un lote de desconocidos. Es un arte que no
reconoce normas ni maestros, mitad experiencia y dos tercios de intuición.
Así se sabe distinguir entre el atleta y el que sabe caminar la
cancha, entre el habilidoso y el morfón, entre el goleador y el
vago que se queda arriba.
Los equipos se arman de atrás para adelante, y por eso conviene
un gordito al arco, teniendo en cuenta que los arcos son chicos. Luego,
es fundamental un cuevero de patas largas, que tranque en la puerta del
área chica la grande no existe en un picado y que la
saque. Ese, diríase, es el hombre fundamental: es la columna vertebral
del equipo, el hombre generoso que soporta las veleidades ofensivas y
los firuletes de cafisho de sus compañeros. Sabio será quien
lo encuentre y lo elija. Debe buscarlo más bien llegando a los
treinta, más bien treinta y cinco, por dos motivos: a esa edad
ya puede intuir que la gloria del mundo muda rápido, y además
conoce sus limitaciones de hombre que ahora, si va, ya no vuelve como
antes, por lo que prefiere quedarse a chamuyar con el arquero en lugar
de ortivarse, en lugar de decir masí, yo también
me voy al ataque y estacionarse en el área rival.
Si el dos no se muestra en los prolegómenos, convendrá
chamuyarse a los postulantes, y preguntarles edad, estado civil y profesión.
Difícilmente un cuevero generoso sea un abogado divorciado de 25
años, con reloj de oro. Más bien, elija uno que se quedó
pelado por su responsabilidad, maestro o capataz si fuera posible, con
dos hijos o más.
Después, el equipo queda al arbitrio del azar. Un consejo: huir
del muy habilidoso en la previa porque suele ser individualista y comilón,
huirle tanto como al que parece un atleta que puede resultar apenas un
torpe corredor. El flaquito, sí, para el ataque. Y el tape morrudo
también, para que marque punta derecha.
Cómo terminar el picado
Hay dos grandes maneras: la buena y la mala. Es conveniente elegir la
primera, que tiene tres variantes: por tiempo acordado, por número
de goles acordado, o por abandono ante goleada suficiente.
El modo malo de finalización no tiene modo claro de
producirse, sino, más bien, extremos: el modo extremo tranquilo,
por el cual y para evitar daños mayores se conviene dar por finalizado
el des-encuentro, y el modo extremo no tranquilo, cuyos difusos límites
van desde la intervención policial, judicial y sanitaria hasta
la mera trifulca entre el cuatro y el siete o el dos y el nueve, o entre
varias combinaciones de parejas, e incluso entre la totalidad de los jugadores,
y hasta amistades de uno y otro equipo que ingresan al terreno de juego
con el inicial pero tornadizo ánimo de impedir las hostilidades.
Hay por cierto hostilidades que son parte del juego, pero hay aquellas
que, de producirse, le harán un grave daño al partido, al
deporte y cuantimás al deportista. Se aconseja entonces cordura
en ese momento clave en que un solo hombre tiene el destino del encuentro
en alguna de sus extremidades. Y no cabe aquí ampararse en banales
excusas, como lo hizo aquel cuatro que vimos un día en Palermo,
cuando salió a cruzar a un wing flaquito que la venía rompiendo,
y el cuatro lo sale a marcar, y lo va apretando contra la raya, y corren
apareados, y se acercan al árbol, y en ese instante, el cuatro,
morrudo y feroz, duda entre pegarle el hombrazo o dejarlo seguir, pero
está en su naturaleza, y va el no más el hombrazo, y el
flaquito vuela despatarrado, derechito a la madera donde rebota, y cae,
y ahora sálvese quien pueda incluso el cuatro que aduce fue
con el hombro, y que no me afanen el bolso.
|