Por
Rory McCarthy,
John Aglionby
y Patrick Barkham.
desde Peshawar (Pakistán),
Dili (Timor Oriental)
y Sydney (Australia)
Bien
adentro del profundo laberinto de los bazares al norte de la ciudad de
Peshawar, donde se venden televisores robados, sólidos ladrillos
de hashish y Kalashnikovs muy baratos, existe una nueva raza de agentes
de viaje. El negocio es discreto, eficiente e ilegal, y las ganancias
son gigantescas. Un agente de viajes afgano, joven y barbado, se escapa
de su oficina, encima de una serie de negocios que venden pintura, y se
ubica en el asiento de atrás de un auto. Despacio, empieza a contar
su trabajo como kachakbar, o contrabandista de refugiados.
Pocas semanas atrás, los cientos de refugiados afganos salvados
de las aguas por el cargo noruego Tampa se encontraban en Peshawar y se
entrevistaban en secreto con contrabandistas como él. Habían
conseguido que sus parientes les prestaran una pequeña fortuna.
En Peshawar, firmaron contratos donde les prometían una salida
rápida de los terribles campos de refugiados en la frontera noroccidental
de Pakistán y un también rápido desembarco ante una
oficina de inmigración australiana.
El
contrabandista dijo que el viaje de ida costaba 12 mil dólares.
Y también se necesitaban dos fotos como para pasaporte. Después
firmamos un contrato, donde la empresa asegura que depositará al
contratante en Australia. Prácticamente no hay riesgos, aclaró.
El viaje empieza en Afganistán, donde en las últimas dos
décadas más de 6 millones de personas dejaron su país
para escapar de la guerra. Otros cientos de miles huyeron durante el último
año ante el recrudecimiento de los combates, la sequía que
no da tregua y el régimen talibán que cada vez es más
brutal. Los refugiados se filtran a través de la frontera, preferentemente
por el paso de Khyber. No tienen pasaportes. En los campos de refugiados
alrededor de Peshawar se encuentran bien pronto con los agentes kachakbar
que les llenan la cabeza con promesas de una nueva vida en Occidente.
Primero necesitamos un pasaporte paquistaní y eso lo podemos
conseguir con mucha facilidad, dijo el contrabandista. Después
conseguimos una visa. A veces conseguimos una visa trucha norteamericana
o británica, pero esas son las rutas más caras. La mayoría
de la gente ahora quiere ir a través de Tailandia o Indonesia,
y esas visas son fáciles.
El negocio del contrabando de refugiados es una operación sofisticada
y bien aceitada. La mayoría de los contrabandistas tiene una licencia
oficial como agentes de viaje y dispone de contactos de alto nivel entre
las autoridades paquistaníes. Los precios varían de acuerdo
con el destino. La ganancia para los contrabandistas es de un suculento
40 por ciento. Para la mayoría de las familias afganas, el precio
de la huida resulta devastador.
Los afganos que fueron salvados por el carguero noruego Tampa también
deben haber usado el método más habitual. Seguramente, depositaron
el dinero con un tercero, que lo entrega a los contrabandistas sólo
una vez que el contrabandeado puede telefonear para confirmar que llegó
a destino. Durante dos días, a los aspirantes a refugiados se les
hace practicar la historia que van a contar. Les enseñamos
a decir que vienen de una parte de Afganistán regida por los talibanes,
y que los talibanes impusieron todas esas leyes (religiosas) y crearon
todos los problemas que crearon, dijo el contrabandista. La
mayoría de los refugiados son casos genuinos, pero algunas veces
no son ni siquiera afganos: son paquistaníes, kahsmiris, incluso
chechenos. En Occidente, nadie se da cuenta de las diferencias.
En el aeropuerto de Karachi se coimea a los empleados. Los refugiados
que pretenden alcanzar Australia se suben a aviones dirigidos a Jakarta,
Kuala Lumpur o Singapur. Un contrabandista viaja con ellos, y justo antes
de que lleguen a la mesa de inmigraciones se lleva los pasaportes y desaparece.
De golpe, los afganos se encuentran en un mundo extraño, poblado
de iraquíes, paquistaníes y refugiados de Sri Lanka y otras
regiones que buscan desesperadamente alcanzar Australia. La mayoría
sedirige a la isla indonesia de Lombok para esperar el cruce final, pero
muchos no consiguen ir más lejos.
Un año atrás, Awarli dejó Irak con su esposa, tres
hijos y su suegra. Cruzaron a Pakistán, volaron a la capital malasia
de Kuala Lumpur y fueron conducidos a la costa occidental por un contrabandista.
Pensaron que iban a viajar solos, pero cuando llegaron a la costa, el
barco pesquero camuflado ya estaba lleno. Eramos 17, dijo.
Nos pusieron en una embarcación pequeña, de sólo
seis metros de largo. Ya se había hecho de noche, y el tiempo era
malo. Sabíamos que el barco era peligroso, pero, ¿qué
podíamos hacer? Queríamos ser libres, explicó.
Tuvieron la suerte de llegar a Medan, una ciudad en el norte de Sumatra.
Muchos otros murieron tratando de cruzar el estrecho de Malaca en barcos
recargados y que apenas podían navegar. Los llevaron en ómnibus
a Jakarta, donde dormían en un albergue para mochileros y comían
en un McDonalds justo enfrente del edificio de las Naciones Unidas.
Nos dijeron que había un barco esperándonos, por lo
que nos enviaron al sur de la isla de Java, dijo Awarli. Pero
esta vez no tuvimos suerte. El primer barco no llegó nunca y el
segundo tuvo que volverse. Así que nos fuimos al este, primero
a la ciudad de Surabaya y después a Bali. El barco seguía
sin llegar. Nos dijeron que había una posibilidad en Lombok, y
por eso vinimos. Pero acá nos arrestaron. Todo el viaje les
costó 20 mil dólares y ahora la familia vive hacinada en
la casa de huéspedes Nusantara en Lombok junto con otros 126 emigrantes
ilegales, mientras esperan ser procesados por el Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Se nos acabó el dinero y casi se nos acabó la esperanza,
resumió Awarli. No sabemos qué nos va a pasar.
Desde un año atrás, cuando largó el negocio de contrabando,
492 aspirantes al asilo fueron capturados en Indonesia y clasificados
por Acnur como refugiados. Pero sólo 19 encontraron nuevos hogares.
Otros 632 fueron arrestados, pero su derecho al asilo no fue reconocido,
por lo que sólo se los encerró en centros de detención.
Desde Indonesia parte un flujo reducido, pero constante, de embarcaciones
que buscan las hermosas y desoladas playas del norte de Australia. Más
de 4 mil lo lograron el año pasado, y se espera que muchas más
aún lo conseguirán en los meses venideros, cuando mejoren
las condiciones climáticas. La mayoría de los barcos son
pesqueros pequeños y anticuados, o ferries interisleños,
como el de 20 metros de largo de los 433 refugiados rescatados por el
Tampa la noche del domingo pasado. Dos barcos semejantes naufragaron al
resultar atrapados por el ciclón Sam en diciembre pasado, y 167
personas se ahogaron. Las autoridades australianas creen que hasta 400
emigrantes murieron ahogados este año.
El objetivo de los refugiados contrabandeados no es completar sin ser
interceptados el azaroso viaje de tres días sino, por el contrario,
ser capturados por las autoridades en alguna de las más remotas
posiciones del país, como la isla de Christmas, a unos 450 kilómetros
al oeste del territorio continental, o en el arrecife de Ashmore, un conjunto
de pequeños atolones arenosos a unos cien kilómetros de
la costa noroccidental. Para los refugiados que buscan asilo, el final
del arduo viaje desde sus hogares termina en un centro de detención
caliente y remoto en una región perdida de Australia, la única
nación desarrollada que encierra en una prisión a los que
solicitan asilo.
Un vez arrestados, los aspirantes a ejercer su derecho de asilo son transportados
a los tres centros de detención más aislados de los seis
que tiene Australia, Port Hedland, Curtin y Woomera, donde se los entrevista
e investiga. Salvo cuando hay incendios, no tenemos idea de lo que
pasa en Curtin o Woomera, dijo Graham Thom de Amnistía Internacional.
Rahmon, un afgano, estuvo entre los afortunados. Le llevó seis
meses huir del valle Panjsher, en el territorio rebelde en Afganistán,
y llegar a Australia, donde estuvo detenido por dos meses en Port Hedland.Arrestado
y torturado por los talibanes, fue liberado de una prisión de Kabul
después de pagar una coima. Logró reunir 4 mil dólares
y huyó a Pakistán. Los contrabandistas le dieron un pasaporte
falso, y él se subió a un avión vía Singapur
con destino a Indonesia, donde esperó 20 días antes de cruzar
a Australia.
Probé que era un refugiado auténtico y que era del
valle Panjsher, dijo a la radio ABC. Las personas que me entrevistaron
conocían bien la situación en Afganistán y por eso
fui liberado a los dos meses. La mayoría, sin embargo, espera
muchos meses más en un laberíntico proceso judicial lleno
de apelaciones. Finalmente, siempre se resuelve que más del 80
por ciento de los cautivos eran refugiados con derecho a asilo. Sin embargo,
el gobierno no alcanza a cubrir sus cuotas humanitarias. El año
pasado, 2040 puestos sin cubrir del programa de repoblación pasaron
a este año.
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Claves
- El drama de 433 refugiados, en su mayoría afganos, que
naufragaron al intentar cruzar en un ferry a Australia, y fueron
rescatados por el pesquero noruego Tampa, puso de relieve
los mecanismos del negocio del contrabando humano.
- La negativa del premier australiano John Howard a recibirlos en
su territorio provocó que Noruega, Nueva Zelanda y Nauru
tuvieran que llegar a una solución de compromiso para procesar
y finalmente repartir a los aspirantes al asilo.
- La finalidad a que aspiran los refugiados que huyen del régimen
de los talibanes es la de ser legítimamente admitidos en
el territorio australiano.
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