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OPINION

Detrás de Durban

Por Claudio Uriarte

Las Naciones Unidas son una organización donde las relaciones de fuerzas nominales se encuentran en contraposición dramática con las relaciones de fuerzas reales. Hay al menos cuatro niveles o cámaras de decisión, que corrigen o tratan de corregirse entre sí, en una escala de menor a mayor: el nivel inferior está ocupado por la Asamblea General, donde el voto de Nigeria vale igual que el de Estados Unidos pero las resoluciones suelen ser no vinculantes, y sí poco más que expresiones de deseos (o bien taparrabos diplomáticos) de los países miembros; el nivel ejecutivo empieza en el Consejo de Seguridad, pero las instancias de decisión radican en los cinco de sus miembros con poder de veto (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China, que incidentalmente son también las cinco potencias nucleares “legítimas”) y en definitiva en el primero de estos últimos, que siendo la potencia con mayor interés en la preservación de la estabilidad, se vuelve también el parámetro a partir del cual se define cuáles nuevas operaciones son posibles y cuáles no.
De algún modo, los hechos en la Conferencia de la ONU contra el Racismo en Durban, Sudáfrica, son una extrapolación de las tensiones entre estos distintos niveles de decisión. Porque la autoridad de decisión no se desplaza en una dirección única de arriba a abajo, sino que es condicionada y modificada por el modo en que llega a los escalones inferiores: la Asamblea General y algunos de los países con poder de veto del Consejo de Seguridad tienden a votar sistemáticamente en dirección opuesta a la de Estados Unidos, ante lo cual una de las respuestas norteamericanas en los últimos años ha sido la retención del pago de las cuotas estadounidenses (las mayores medidas en términos de contribuyentes individuales) a la organización internacional.
De ser por la Asamblea General, Israel habría sido borrada de la faz del planeta varias veces, y Estados Unidos, más o menos la misma cantidad de veces. Por eso, la Conferencia de Durban es una especie de Asamblea General ampliada, de una especie de Superasamblea General, aumentada con la participación lateral de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), donde uno de los objetivos ha sido la deslegitimación del Estado de Israel por medio de la equiparación entre sionismo y racismo. No se trata de una política nueva: la Asamblea ya hizo la misma equiparación en 1975, y sólo levantó esa caracterización en 1991, con el inicio del proceso de paz. Ahora, con ese proceso en crisis, los enemigos de Israel vuelven al ataque.


 

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