Por
Carlos Rodríguez
La
historia, regada con sangre, ocurrió a lo largo de veinte cuadras
que parecieron 20 kilómetros. Los protagonistas fueron dos ladrones
que robaron míseros sesenta pesos en una agencia de Prode y quiniela
de Corrientes al 5800, donde golpearon al dueño para luego huir,
primero en colectivo y luego en una camioneta robada sobre la marcha,
a punta de pistola. Cuando estaban en el colectivo se tirotearon con dos
policías y más tarde con otros agentes, que los habían
perseguido hasta la esquina de Franklin y Acoyte. Fueron más de
cincuenta los tiros que dicen haber escuchado los vecinos y aunque la
cifra jamás podrá ser certificada, las balas dejaron una
huella precisa: los dos ladrones murieron acribillados, dos de los policías
sufrieron heridas, en uno de los casos graves, y una mujer que nada tenía
que ver con el enfrentamiento se encuentra internada, debatiéndose
entre la vida y la muerte, sin que se sepa a ciencia cierta de dónde
vino el tiro, aunque fuentes de la Federal señalaron como autores
a los delincuentes.
Esa parte de la persecución es confusa, estamos investigando,
y se pidieron distintas pericias a la Policía Científica,
informó a Página/12 una fuente allegada a la investigación
judicial, quien estimó que los testimonios indicarían que
la mujer, una docente, fue herida por alguien que habría
estado dentro del colectivo, al que sólo habrían subido
los dos ladrones. Los muertos no habían sido identificados hasta
anoche, aunque en poder de uno de ellos se había encontrado documentación
a nombre de un supuesto policía de nacionalidad paraguaya. La
credencial fue encontrada por la gente de la brigada, pero hay que ver
si es verdadera o falsa; en caso de que fuera auténtica, habría
que ver si el muerto es o no su legítimo propietario o si fue denunciada
la pérdida del documento por su auténtico tenedor,
explicó un vocero policial.
A las 12.30, en punto, los asaltantes entraron al kiosco y agencia de
juegos propiedad de Vicente Silvio Peronace, en Corrientes casi esquina
Darwin. Sólo estaba su dueño, quien intentó una mínima
resistencia y fue golpeado en la nuca con la culata de un revólver.
Cayó sobre la vitrina donde se exhiben los caramelos y después
de la fuga tuvo que ser asistido en el Hospital Durand. Su sobrino, Juan
José Moirano, quien dormía en los fondos del negocio cuando
ocurrieron los hechos, estaba satisfecho por el final que tuvo el raid
delictivo: Está bien que los hayan matado. Se lo merecen.
Le pegaron a mi tío. ¡Qué querés que te diga!,
le comentó a un vecino en presencia de este diario.
Una vez cometido el robo, los ladrones hicieron tres cuadras a pie y en
la calle Murillo se subieron a un colectivo de la línea 55, en
el que intentaron una fuga que, por insólita, parecía adelantar
el final que tuvo la historia. Repudiados por los pasajeros, que les pidieron
que se bajaran del bondi ambos iban con sus armas en la mano,
los ladrones, muy nerviosos, se tirotearon con dos policías de
civil, de la brigada de Sustracción de Automotores, que primero
los habían corrido a pie y que luego se subieron a un taxi para
no perderlos de vista. A ellos se había sumado un oficial retirado,
de la misma fuerza, que realiza tareas de vigilancia en un agencia de
venta de automóviles. En el colectivo quedó herida una mujer
docente, pero aún no es claro de dónde salió
la bala que impactó en ella.
De nuevo como peatones, los ladrones fracasaron en su intento de detener
y robar a los propietarios
de dos autos, un remise Peugeot 405 y un Ford Falcon, hasta que finalmente
dejaron sin vehículo al dueño de una camioneta Volkswagen
Saveiro. Con ella trataron de escapar, seguidos de cerca por los policías
que iban en el taxi y por un Peugeot 504 no identificable como perteneciente
a la policía, tripulado por personal de la Brigada de Robos y Hurtos.
Zigzagueando entre el enloquecido tránsito porteño, los
autos parecían protagonizar una carrera de TC en plena ciudad que
terminó en una parodia trágica de los autitos chocadores.
Cuando iban por la calle Franklin, al llegar al cruce con Acoyte, el semáforo
estaba en rojo y los coches se alineaban mientras esperaban la señal
verde. La camioneta en la que iban los ladrones embistió desde
atrás a un Renault 11 y los policías que tripulaban el 504
rojo le pegaron a su vez a la Volkswagen. En un segundo, los policías
se bajaron cada uno de su lado y vaciaron sus cargadores. Los vidrios
rotos ubicados a cada lado del único asiento que tiene la Saveiro
indican que la lluvia de balas encerró a los dos hombres, que cayeron
hacia el interior del vehículo, como buscando refugio uno en el
otro. La camioneta tenía, además, 12 impactos en la carrocería,
muchos de ellos en la parte trasera, producidos obviamente durante la
fuga, antes del triple choque. El 504 rojo no tenía huellas del
combate.
Fue una guerra, comentó una vecina de la calle Franklin,
la única que arrojó una mirada piadosa sobre los dos cuerpos
derrotados: Robaron, quisieron escapar. Qué se le va a hacer,
así es la vida. El conductor del Renault 11, cuyo auto quedó
arrumbado en la calle, con el baúl y una de las ruedas traseras
destrozadas, se debatía entre llorar por el coche y reír
por haber salvado la vida: El tiroteo empezó sin aviso a
un metro de donde estaba yo. Me tiré abajo del asiento.
Anoche, en el Hospital Fernández, la mujer que venía de
cumplir sus tareas como docente corría peligro de muerte. Tenía
un impacto de bala en la cabeza. El fiscal Martín Niklison y el
juez Fernando Cubas trataban de aclarar qué fue lo que pasó
en el colectivo. En el Hospital Churruca, el principal Alfredo Gravina
estaba grave y había sido sometido a una operación, mientras
que el sargento primero Oscar Frechero sólo tenía una herida
en la mano, producto del tiroteo final con los dos ladrones. Como imagen
final de una historia penosamente repetida en la ciudad, el dueño
de una cerrajería de Franklin al 500 barría la sangre que
manchaba la calzada, mientras le sugería a su empleado: Prepará
el mate.
|