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El jueves se estrenara “A.I.- Inteligencia Artificial”
El legado de Kubrick a Spielberg

El fallecido realizador inglés jugueteó durante veinte años con el proyecto del film. Antes de morir, le pasó la posta a su par estadounidense.

Por Martín Pérez

Luego de escribirle una carta a su madre, el niño le pregunta a su oso de peluche cómo se hace para distinguir las cosas que no son reales de las que sí lo son. Activado por el registro de la voz de su amo, Teddy se acerca a David con movimientos rígidos y se abraza a su pierna. Su pequeña computadora revisa un programa de posibilidades y responde: “Las cosas reales son buenas”. “Tu y yo somos reales, Teddy... ¿no?”, pregunta David a continuación. “Tú y yo somos reales, David”, responde Teddy después de una pausa, repasando un limitado programa en el que reconfortar es su especialidad.
La extraña pareja integrada por David y Teddy apareció por primera vez en un cuento firmado por el escritor británico Brian W. Aldiss, publicado por la revista Harpers Bazaar a fines de los años sesenta, bajo el título “Los superjuguetes duran todo el verano”. Compilado a comienzos de los setenta en el libro El momento del eclipse –editado en castellano por Minotauro–, aquellas cinco melancólicas páginas, protagonizadas por un niño robot que se cree real y una madre que no puede lograr quererlo, llegaron a las manos de Stanley Kubrick allá por 1974, cuando estaba finalizando el rodaje de Barry Lyndon. Veinticinco años más tarde, los mismos David y Teddy del cuento de Aldiss son los protagonistas del ambicioso, excesivo y majestuoso último film de Steven Spielberg, que regresa a la ciencia ficción rodando uno de los proyectos inconclusos de Kubrick. El inglés pensaba que Spielberg era el director indicado para lo que consideraba “un cuento de hadas sobre las posibilidades de la inteligencia artificial en un futuro no muy lejano”.
El recorrido que transformó al breve cuento de Aldiss en una hercúlea película de dos horas y media comenzó realmente a comienzos de los ochenta, cuando Kubrick compró los derechos cinematográficos del cuento. “Cuando Stanley me contrató para trabajar con él en la adaptación, le dije que aquella viñeta no se podía expandir”, recordó Aldiss en una semblanza que escribió para el diario inglés The Guardian en ocasión de la muerte del director. “A lo que él me respondió que eso era lo que él había hecho con “El Centinela”, el cuento de Arthur C. Clarke que fue el punto de partida para 2001. Pero finalmente yo tuve razón. Nunca pudimos expandirla, y esa fue la razón por la que Stanley nunca pudo filmarla.”
Pero esa no fue la única razón por la que Kubrick no rodó jamás la adaptación de su cuento. “Stanley no quería mentir, por lo que quería un auténtico niño de cinco años para interpretar el papel”, explicó Aldiss. “Y eso que era capaz de hablar con todas las personas capaces de conseguirles lo que él quería. Podía llamar a su asistente y pedirle que lo comunicase con Mitsubishi. ‘¿Con quién quiere hablar allí?’, le preguntaba su asistente, a lo que Kubrick respondía: ‘Con el Sr. Mitsubishi’. Y él atendía. Pero, a pesar de todos sus intentos, Stanley nunca tuvo su pequeño androide. Y yo no tuve mi película.”
Para explicar el final de la obsesión de Kubrick con el androide indispensable –según él– para rodar A.I. entra en escena el mismísimo Spielberg. “Conocí a Stanley en 1979, cuando yo estaba buscando estudios en Inglaterra para construir los escenarios de Los Cazadores del Arca Perdida y terminamos alquilando uno donde él estaba terminando de rodar El Resplandor. Cuando me enteré de que estaba ahí quise conocerlo. El aceptó, ya que me conocía por Tiburón y Encuentros cercanos del tercer tipo, y a partir de allí se inició nuestra amistad”, relató Spielberg en una entrevista en la revista Time en que abundó sobre los orígenes de A.I. “Recién en 1984 fue que me habló por primera vez de A.I. Me dijo que pensaba dar un paso más adelante en la relación del hombre con las computadoras reflejada con Hal 9000 y Bowman y Poole. Y que para protagonizarla iba a construir un pequeño robot de la misma manera en la que yo utilicé un muñeco en E.T. Intentó alcanzar su obsesión durante toda la década siguiente, y cuando se convenció de que era imposible pensó en construir el robot a través de la tecnología que utilicé para crear los dinosaurios en Parque Jurásico. Pero eso tampoco funcionó.”
Si Kubrick y su 2001 fueron una influencia para Spielberg a la hora de rodar Encuentros cercanos del tercer tipo, está claro que al menos la producción de los films de Spielberg tuvieron su influencia en la última obra de Kubrick. Y no sólo por la relación entre E.T. y A.I., sino también en la serie de decisiones que terminaron haciendo que su última película fuese Ojos bien cerrados. Junto con un guión basado en el holocausto llamado The Aryan Papers, Ojos bien cerrados y A.I. formaron parte del trío de proyectos que obsesionaron a Kubrick durante la última década de su vida. “Luego de Nacido para matar, The Aryan Papers devino en la primera de toda la lista”, explicó Jan Harlan, cuñado de Kubrick y productor ejecutivo de sus films. “Nos comprometimos mucho con el proyecto, hasta que Stanley y el jefe de Warner, Terry Semel, decidieron que era mejor hacer antes A.I. En esa decisión tuvo que ver el hecho de que, de haberla rodado, se hubiese estrenado al año siguiente de La lista de Schindler. Y ya habíamos pasado por la misma experiencia con Nacido para matar, que se estrenó un año después de Pelotón, algo que realmente nos afectó.”
Según cuenta Semel, Kubrick finalmente llegó a hacer muy poco de este nuevo proyecto. Se firmaron algunos contratos, se intentó construir el robot protagonista, e incluso se filmaron algunos planos desde un helicóptero del Mar del Norte, ya que Kubrick quería ver el mar con mal tiempo. Pero, confirmando lo asegurado por Spielberg, Semel cuenta que el trabajo de ILM para Parque Jurásico lo sorprendió. “Cuanto más esperemos para hacer este film, mejor”, dijo. Y ahí fue cuando se dedicó a terminar Ojos bien cerrados.
Casi al mismo tiempo de su decisión de abandonar A.I. por la que sería su última película, Kubrick le ofreció a Spielberg que la dirigiera. “Cuando me lo propuso, creí que se había vuelto loco. Sentí que estaba regalando una de las mejores historias que había contado alguna vez”, confesó Spielberg. “Apenas me la ofreció, intenté convencerlo para que no abandonase el proyecto, pero fue imposible. Dijo que esta historia estaba más cerca de mi sensibilidad que de la suya. Y nunca me dio otra razón.” Lo que Kubrick entregó a Spielberg para que hiciese su film fue una serie de storyboards y un tratamiento de 90 páginas firmado por el escritor de ciencia ficción Ian Watson, que –según Spielberg– “tenía un hermoso primer acto y una suerte de hermosa coda”.
De los tres actos en los que se puede dividir el film firmado por Spielberg que finalmente se estrena este jueves en la cartelera porteña, el primero sería el que lleva la mayor impronta de Kubrick. Es el que se cierra mayormente sobre el cuento original de Aldiss, cambiando la razón por la que la pareja decide tener un hijo artificial (que en el cuento se debe a un férreo control de la natalidad) y olvidando la feroz y cínica crítica social del texto original, pero respetando la melancolía de sus protagonistas artificiales e incluso alguna que otra escena protagonizada por la solitaria madre, el niño y su osito. Sin embargo, pese a ser el acto que más respondería a la idea original de Kubrick, puede ser considerado también como el más Spielberg de todos. “Estructuré el primer acto y respeté el diálogo original no sólo para honrar a Stanley, sino porque sabía que no lo podía hacer mejor que él”, explicó Spielberg. “Pero durante los tres meses y medio que tardé en escribir el guión definitivo y los otros tres meses y medio que tardé en rodar el film sentí a Stanley conmigo en cada momento.”

 

 

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