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Piano y bandoneón, en un diálogo
simple y profundo sobre el tango

Yendo de la �Risa loca� al �Mal de amores�, Carlos García y Osvaldo Montes vuelcan sin arreglos previos sabiduría y buen gusto.


Pianista Carlos García y bandoneonista Osvaldo Montes.
Un disco que recoge muchas tardes de tangos a la parrilla. 

Por Julio Nudler

Ambos tienen consumado oficio de arregladores, pero esta vez prefirieron tocar �a la parrilla�, con ese entendimiento no escrito de gestos e intuiciones mutuas que remite a épocas pretéritas del tango. Su disco es un sencillo e inspirador vagabundeo por rincones del género donde se alzan pequeños monumentos al gusto más exquisito, como �Ensueño�, de Brighenti, o por supuesto el incomparable �Risa loca�, de Laurenz, entre otros como �Toda mi vida�, de Troilo, o �Entre sueños�, de Aieta. Sin alardes técnicos ni jactancias armónicas, pero con una comprensión esencial de las obras que entregan y de lo que esta música puede albergar de entrañable y placentero, presentan en una envoltura tradicional pero moderna piezas en su gran mayoría anteriores a la década del �40, y que por tanto oscilan entre la rotundidad rítmica y el desborde romántico, pero no fecundadas aún por el vanguardismo posterior. Los dos artistas muestran sentirse a gusto en esta recreación genuina y sentida, y ese goce llega al oído sin otra pretensión que la del instante evocador. 
Carlos García es, a los 87 años, dos largos años más en sus finas manos que en las de Horacio Salgán, y con su remoto debut en 1926 acompañando desde la penumbra películas mudas en un cine de Mataderos, un acervo viviente del tango, probablemente uno de los músicos que más profundamente conozca el género. Osvaldo Marinero Montes, veinte años menor, rosarino y discípulo del gran Antonio Ríos, es por su lado uno de los bandoneonistas actuales que descolló en mayor número de orquestas, desde la de Leopoldo Federico a la de Salgán. 
García y Montes son aves del mismo plumaje, como por idea de Ricardo Corletto se llama ese grupo de amigos tangueros que hace muchos años comenzaron a almorzar después de cada concierto de la Orquesta del Tango de Buenos Aires (uno de cuyos dos directores es García) en el Teatro Presidente Alvear. Primero fue en el restorán Chiquilín, y actualmente en el Pepito, donde la tarde se prolonga improvisando tangos, tecleados sobre un piano que se procuraron las mismas aves para darse el regalo de escuchar a Carlitos, improvisando junto a Osvaldo el valsecito tal o la milonga cual.
�Montes no es el que toca más difícil, pero sí más lindo�, sentenció García. �Improvisando, Carlitos te da pases de gol�, reconoce Osvaldo. �Estoy empeñado en hacerle justicia a la década del �20 �declara García-, cuando los temas se creaban al correr del lápiz, sin propósitos de búsqueda.� Y como resumen de aquella época inigualable (para el tango y para la Argentina toda) menciona �De puro guapo�, pero no el de Laurenz sino el de Rafael Iriarte, que cantara insuperablemente Gardel y luego Goyeneche, entre otros, en una versión descollante, donde Montes pulsaba el primer bandoneón de la orquesta conducida por Atilio Stampone.
Montes escribió en 1987 �A los míos�, un magnífico tango que ofrece en memorable solo y es junto a �Actual�, de recordado registro orquestal de Federico, sobre arreglo del propio compositor, quizá lo mejor de su producción. De 1999 es �El Tala�, dedicado por Montes a Egidio Pesenti, su primer maestro de fueye, y que merece el segundo solo de este bandoneonista, miembro tan inconfundible de la generación del �55. 
Y si García asegura que le gusta mucho más acompañar que ser solista, dándole cuerpo al bandoneón, a falta de contrabajo o de una cuerda completa, la prueba irrefutable es aportada por �El flete�, ese extraordinario tango de Vicente Greco que tan rara vez se toca, pero cuenta con una valorada versión de un sexteto que dirigiera Mores e integrara Montes. El CD se cierra con tres clásicos fuera de discusión: �El Marne�, de Arolas, y �La revancha� y �Mal de amores�, ambos de Laurenz, un compositor que sigue agigantándose veintinueve años después de su muerte. �Risa loca�, el gran pórtico de este compacto, es la única ocasión, al menos en esta placa, de disfrutar plenamente del toque delicado y hondo de García, mientras el bandoneón apenas susurra algún comentario casual. Para quienes gustan de las comparaciones, será bueno tener a mano alguna de las grabaciones que Salgán-De Lío realizaron de esta genialidad de Laurenz que De Caro imprimió en el surco en 1926.

 

 

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