Por
Cecilia Hopkins
Escrita
por el austríaco Peter Handke en 1969, El pupilo quiere ser tutor
admite la calificación de pieza anticonvencional, en virtud de
plantear un teatro del silencio. Porque, sin recurrir a la estilización
del lenguaje del mimo, los dos personajes que figuran en el título
de la obra se relacionan sin articular palabra. De modo que, durante algo
más de una hora (su duración depende, en realidad, del ritmo
que decida la dirección), pupilo y tutor ejecutan en silencio acciones
absolutamente cotidianas, como hacer café, comer una manzana o
cortarse las uñas. Ambos hombres pasan de una actividad a otra
sin que exista una relación causal evidente. Por otra parte, el
autor pide expresamente, en la larga acotación escénica
que constituye el texto, que los actores eludan subrayados que puedan
derivar en la afectación o sobreactuación. No obstante su
tono ascético, el atractivo que ofrece este acto de expresión
no verbal consiste en cómo se mantiene la relación asimétrica
que entablan sometedor y sometido, algo que sucede exclusivamente a través
de la mirada. Estrenada en el Teatro Payró en 1974 y repuesta en
1977, ésta fue la primera obra que dirigió Lito Cruz. A
27 años de su estreno, Cruz volvió a convocar a sus actores
de entonces (Héctor Bidonde y Carlos Moreno, tutor y pupilo, respectivamente)
para llevar a escena nuevamente el tema mítico del poder
y la sumisión, como afirma a Página/12.
La primera vez que la hicimos, Argentina vivía una situación
muy particular, en la que a un poder corrupto y traicionero se le sumaba
la aparición de la Triple A. La segunda vez la hicimos en pleno
Proceso y ahora, en un momento en el que podríamos decir que el
poder está representado por el FMI, resume el director, quien
además ve en la obra una forma de lucha eterna, que habla
de la civilización humana en general, construida inevitablemente
sobre la relación de los que mandan y los que se someten.
Otro de los aspectos de la pieza que entusiasma a Cruz es la posibilidad
que brinda al espectador de entregarse a una experiencia diferente: Cuando
no se puede anticipar lo que va a ocurrir se detiene el razonamiento lógico
y sólo queda la acción cruda, real y sin ningún condicionamiento.
La obra es un desafío para el espectador actual, porque es diferente
a lo que está habituado: la invasión audiovisual que vivimos
obliga a la mente a seguir la velocidad de los medios. En cambio, esta
obra es una invitación a dejarse invadir por un clima, por el viaje
interno que proponen dos actores en pleno ejercicio de su concentración.
En la Argentina hay demasiados tutores, pero también hay
demasiados pupilos que quieren parecerse al tutor, asegura Cruz
cuando explica la relación que encuentra entre la obra y el momento
actual: Hay muchos que quieren ser como el que los somete, en vez
de liberarse y buscar el modo de cumplir con lo que están destinados
a hacer en la vida. Volviendo a nosotros, el Fondo es una atadura de la
que deberíamos liberarnos, pero no: insistimos en querer pertenecer
al Primer Mundo. Esto no pasaría si hubiera un presidente que para
orientar su actitud gobernante, su línea política, pensara
en la persona que gana menos en el país, concluye. En cuanto
a la actividad teatral, Cruz considera que en Buenos Aires se está
viviendo un momento especial: Al teatro lo veo mejor que nunca,
pero no hablo de los resultados sino de la forma de resistencia cultural
que asume ante el desastre que se vive en el país. La cantidad
de espectáculos es enorme y se multiplicaron las salas independientes,
siguiendo el ejemplo de Lorenzo Quinteros, Cristina Banegas, Héctor
Bidonde, Emilia Mazer, Laura Yussem, Norman Briski, Roberto Castro....
Si bien Cruz advierte que nunca se comprometió con ningún
partido, no le pesa el hecho de haber ocupado durante el gobierno de Menem
el cargo de director del Instituto Nacional del Teatro. Su postura, de
todos modos, permaneció igualmente crítica: El ideario
peronista se basa en lajusticia social, en un país soberano: algo
salió mal porque no tenemos ni una cosa ni la otra. Su paso
por la función pública le dejó una experiencia
valiosa y la suerte de luchar junto a la gente de la cultura por la Ley
del Teatro. De los proyectos gestados al frente del Instituto, Cruz
decidió retomar Cien ciudades cuentan su historia,
una propuesta que funcionó durante cuatro años, pensada
para que los chicos de todo el país escenificaran algún
pasaje de la historia local, junto a sus familias y maestros, una
forma de teatro no profesional que tiene que ver con la celebración,
un acto espontáneo. Para continuar con este plan educativo,
Cruz abrió una página en la web (arribaeltelon.com) y sugirió
para esta edición un nuevo tema: Propuse que buscaran historias
relacionadas con los héroes anónimos de cada pueblo, un
enfermero, un soldado de la Independencia o un mendigo. Los estrenos
tendrán lugar el 3 de noviembre y desde Radio Nacional se transmitirá
la voz de largada el clásico arriba el telón,
junto al nombre de todas las ciudades participantes.
Es una experiencia que sale de la gente misma se entusiasma
Cruz, un acontecimiento espontáneo en el que los chicos son
guiados por sus maestros, por los profesores de música y danza
del pueblo, en barrios, clubes, escuelas. Yo creo que el teatro trae luz
y gente y es una forma de luchar contra la globalización, a favor
de nuestra historia e identidad. Hay que insistir, porque el tema de la
cultura no está en la agenda del gobierno, porque tampoco está
en su genética, por falta de hábito. Todos estamos pagando
un estado de cosas que arranca desde hace tiempo y que se profundizó
con el último golpe: los valores culturales fueron desterrados
de nuestra genética, y hay que recuperarlos desde la educación.
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