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Un futuro que se desintegra, tras una canción de Charles Aznavour

�La Bohemia�, con dirección de Sergio Boris, propone una historia de abandono y desolación, expresada en la ceguera de sus personajes.

Por C. H.

La indigencia, el abandono y la desvalidez son los temas que ronda La bohemia, la obra con la que Sergio Boris obtuvo el Primer Premio del Concurso Nacional de Dramaturgia 1998, del Fondo Nacional de las Artes. En su primer escena, dos hombres (Martín Kahan y Darío Levy) acaban de despertarse y hablan a oscuras. Cuando la luz de afuera comienza a filtrarse se los ve caminar rozando las paredes y tendiendo el brazo antes de encontrar el objeto que buscan. Pero el estado de ceguera que comparten no vuelve a su relación más estrecha o amistosa. Entre ellos existe una cotidianidad airada como de matrimonio viejo y de esa relación surgen pequeñas situaciones que inspiran risa en el espectador. Los dos están metidos en un proyecto turbio, ínfimo, que irá aclarándose apenas ingrese el tercero en la trama.
El personaje de Daniel Kargieman también es ciego pero a diferencia de los otros dos, acaba de perder la vista. En cuanto hace su aparición, resulta evidente que lo que necesita perder es la certeza de que tener dos ojos para percibir el mundo es uno de los requisitos fundamentales para mantener la condición de persona. Un aviso lo ha llevado hasta el improvisado club de no videntes que los otros intentan hacerle creer que funciona con éxito desde hace tiempo. Su idea es aprender a leer en sistema Braille y comenzar a hacerse un lugar en el que, de ahí en más, será su nuevo mundo. Pero aunque se sabe que él llega urgido por la necesidad de labrarse un futuro en ese territorio desconocido, los otros pretenden timarlo sin demasiado conflicto.
En este universo –descuidado, grosero, miserable– no está ausente la figura de la mujer. Lo femenino representa en el ciego más reciente el lastre que lo une a su vida anterior, un pasado que debe olvidar cuanto antes para amoldarse a su nuevo status. La mujer no es más que el deseo físico para el segundo, pero es la esperanza de algo que, según el tercero, solo puede expresarse cuando gira en el combinado un disco de Charles Aznavour. Apenas el francés canta “La bohemia”, ahí todo se transforma, no hay torpeza, agravio o insulto. Pero la música dura apenas un instante y ese trío está predestinado a deshacerse de mala manera. Las escenas de mayor violencia son escamoteadas al espectador, quien podrá solamente escuchar las discusiones que a grito pelado prosperan en el cuarto del fondo, imaginando el resto. Porque este espectáculo ha sido creado en uno de los ámbitos que ofrece el Sportivo Teatral, con la idea de aprovechar espacios adyacentes, con la convicción de que no es obligatorio generar la acción frente al espectador, que bien se pueden usar otras perspectivas, ganando incluso en potencia expresiva.

 

 

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