Por
Horacio Cecchi
Estoy
en la venta de ropa, dijo el viajante después de sentarse
en la barra. Apenas si lo registraron seis parroquianos que jugaban a
las cartas en una mesa. Otro, acodado en la barra a su lado, le echó
una mirada entre torva y ausente. Pensaba instalarme, pero qué
quilombo hay acá, tiró el anzuelo el extranjero. El
de la barra lo miró. Lo de este caso, el de la piba, cómo
es que se llama, preguntó el vendedor. Natalia. Natalia
Melmann, completó el de la barra. El vendedor no vendía
nada y la única ropa que tenía era la que llevaba puesta.
Pero así comenzó la conversación que derivó,
un día después, en un testimonio clave del caso. No fue
el único disfraz. También apareció como turista para
detectar un chalet abandonado, en el barrio miramarense de Copacabana,
donde un grupo de uniformados acostumbraba a llevar chicas, alcohol y
drogas. El un investigador de la Fiscalía general más
un auxiliar y dos policías de íntima confianza recorrieron
durante dos meses las calles y discos de Miramar, descubrieron la camioneta
policial que habría sido utilizada en el crimen oculta en un taller
mecánico de la comisaría y lograron testimonios pese a los
miedos circulante. Mientras, intuían que a cada paso alguien los
vigilaba. Este es el relato de la reconstrucción judicial del caso
Melmann. En el más estricto anonimato.
La entrevista fue acordada con las debidas restricciones del caso. Nada
de fotos. Nada de nombres. Tras los chequeos previos, en una oficina
de los tribunales marplatenses esperaba el personaje. Joven, verborrágico
pero cauteloso al hablar, pelo corto, vestido con ropa informal. De civil,
podría pasar por oficial de policía; adosándole una
cámara fotográfica al cuello, pasaría por turista.
Con un maletín y andar cansado, un viajante de comercio. Pero es
abogado, y cabeza del equipo secreto dependiente de la Fiscalía
General de Mar del Plata, que trabajó bajo las órdenes del
fiscal Marcos Pagella en la resolución del caso de Natalia Melmann.
Cuando fue incorporado al caso, Miramar ya llevaba dos meses de marchas
de silencio, la comisaría ya había sido apedreada en una
pueblada y todo su plantel cambiado, y un grupo de policías sospechados
como cómplices del asesinato mantenían sus funciones cotidianas
de vigilancia.
El clima en Miramar era muy feo. Lo que se palpaba al hablar con
la gente era el miedo. Mucho miedo. Pero también mucha bronca.
No por la muerte de la chica. El homicidio fue la última gota.
Venían cargando presión desde antes. Por eso, en la primera
marcha la gente apedreó la comisaría. Fue una descarga.
Cada piedra era por algo que tenían guardado.
¿Cómo comenzaron a desanudar el caso?
Primero repasamos lo que ya se había hecho antes de que llegáramos.
Queríamos saber cuáles habían sido los últimos
pasos de la víctima. Todas sus amistades. Con quién se vio
la última noche. Empezamos a preguntar a sus amigas, a los boliches.
Por el otro lado, analizamos en la causa lo que decía el cuerpo
en el lugar del hecho. Faltaban muchas cosas.
¿Inoperancia policial o encubrimiento?
Cuando entramos en el caso ya se habían tomado una serie
de medidas y faltaban muchas otras. Hay una pericia que recién
ahora se está terminando: el cotejo de la tierra encontrada en
los bolsillos de la chica. Pero hay cosas que dos o tres meses después
no podíamos solucionar. Nosotros ni nadie. El fiscal no tuvo herramientas
realmente confiables. Pedía que traigan testigos, pero de diez
le llevaban cinco. Ellos decidían cuáles eran buenos, cuáles
no servían. Los policías no pueden decidirlo. Eso lo tiene
que decidir el fiscal. Y eso pasa en toda la provincia.
El investigador encubierto no acusó directamente a los uniformados,
pero de su relato se fue desprendiendo abiertamente que además
de impericia existió un amplio encubrimiento. En la Bonaerense,
la impericia es ley,el encubrimiento es la excepción, describió.
El caso Melmann estuvo lleno de excepciones.
La autopsia de la chica nos decía que posiblemente fue violada,
en ese momento no se sabía si por uno o más, golpeada, quemada,
atada con el cordón de una de sus zapatillas utilizado para estrangularla.
Después, cuando fuimos con el fiscal al vivero, encontramos la
otra zapatilla. Tengo un imputado (hasta ese momento sólo el Gallo
Fernández), tengo que pensar que no tiene auto porque nadie lo
vio con auto. Entonces imagino que la llevó caminando, él
solo, que la golpeó, la quemó, la torturó, la vejó,
y ella medía 1,80. Difícil. Es una cuestión de lógica.
Pero supongamos que sea posible. Nos decían que el lugar era inaccesible,
cubierto de vegetación frondosa, un lugar siniestro. Fuimos y nos
encontramos con que el vivero en verano está abierto desde las
5 de la mañana, que tiene un destacamento policial y otro de bomberos,
que desde temprano pasa gente corriendo, pescadores, gente que anda a
caballo. Y en ese lugar, el Gallo hizo todo solo y después se fue
caminando tranquilamente con la campera de Natalia bajo el brazo. No cierra.
El investigador encubierto inició entonces la hipótesis
de los cómplices. El único imputado hasta ese momento, el
Gallo, menciona a dos policías Suárez y Echenique
y a un tercero no lo llegó a reconocer.
Revisamos los libros de las comisarías. Empezamos por Echenique.
Trabajaba en el destacamento de Las Flores, a 15 cuadras del centro. Tenía
que entrar a las 8 de la mañana, pero ese domingo según
el libro entró a las 9.30. Hay llamados telefónicos que
dicen que entró todavía más tarde, porque lo buscaban
desde la comisaría y el edificio no es tan grande como para pensar
que se perdió en algún rincón. Compañeros
suyos declararon que esa mañana se lo veía preocupado por
la desaparición de una chica.
La denuncia se hizo a la noche.
Sí, y la pregunta es cómo lo sabía a la mañana.
Con Suárez pasó lo mismo. El sargento encargado del tercio
es el que distribuye las tareas de los que entran en ese turno (tercio).
Suárez era el sargento encargado del tercio de la comisaría
de Miramar. Tenía que entrar a las 8. Pero recién figura
su entrada a las 11.30, con unos detenidos. No cierra. Sin el encargado
de tercio, la comisaría hubiera sido un caos total. Pero además
tenía su auto, un Gol rojo. Suárez nos dijo que había
dormido en su casa y que el auto duerme siempre con él y que no
se lo presta a nadie. Pero el auto estuvo estacionado frente a la comisaría
desde las 5 de la mañana.
¿También intervino una camioneta policial?
El Gallo mencionó una camioneta. Buscamos una por una, dónde
estaban entre las 6 y las 2 de la mañana. Descubrimos que faltaba
una. La 35 no había sido informada, no se le habían sacado
fotos como al resto. Preguntamos dónde estaba. Y terminamos descubriéndola
en un taller. La habían mandado pintar. Estaba toda blanca, con
el número tapado. Tampoco habían sido informados los tres
policías que trabajaban en esa camioneta. Por ahora no están
vinculados a la causa.
Es encubrimiento...
...
¿Con las detenciones de Echenique y Suárez quedó
cerrada la investigación?
Sigue abierta. Faltan muchas cosas.
¿Hay más policías?
No puedo decirlo. Conocemos al grupo que se dedicaba a hacer fiestas
con mujeres. Alguno incluso conocía al Gallo desde antes de ser
policía.
¿Fueron amenazados durante la investigación?
Había una paranoia lógica. Nos estuvieron siguiendo
en autos, pero lo que había que hacer era mantenerse frío,
alejarse de ese clima. Nos hicimos pasar por vendedores de ropa, turistas,
lo que fuera. No podíamos aparecer en forma abierta. La gente común
sólo nos recibía con lacredencial del Poder Judicial. Pero
hasta tomaban nota de nuestro número de documento. En Miramar,
el problema es que existe una cantidad de intereses ocultos y contrapuestos
a lo que nosotros queríamos averiguar.
¿Intereses de qué tipo?
Políticos, policiales, de todo tipo. El problema es que la
gente tiene miedo de hablar, no por el crimen, sino porque ya no cree
en nadie. Entonces, para tomar una testimonial había que sentarse
a tomar mate tres horas antes, ir avanzando de a poco, hasta ganarse la
confianza. Pasa también que allá se conocen todos. Si imaginamos
un detenido cualquiera, sus familiares seguro que conocen a todos los
testigos que van a declarar en contra. Entonces vienen, declaran, y después
se van todos juntos en el mismo colectivo. Es muy difícil sostener
eso. A nosotros nos decían: Está todo bárbaro.
Yo le creo. Pero usted mañana se vuelve a Mar del Plata y yo me
quedo viviendo acá, en este infierno.
Un
incipiente santuario para Natalia
A 200
metros de la costa, exactamente donde fue hallado el cuerpo de Natalia
Melmann, dentro del Vivero Duíncola Florentino Ameghino de
Miramar, se puede detectar la génesis de un santuario. Tres
cruces de madera, una foto de Natalia con la leyenda Justicia
por Natalia. Cartas dedicadas, poemas. Alguien permanentemente
deja flores blancas, las que prefería la joven asesinada. Ya
apareció una mujer que sostiene haberse curado de una úlcera
tocando la foto, y otra, que sufría de diabetes, que tras rezar
permanentemente a la imagen de Natalia asegura haberse curado. Pero
no sólo le otorgan poderes milagrosos. El por ahora pequeño
santuario ya está en la mira de los guías turísticos. |
No
fue un modismo del lenguaje.
Cuando
el investigador encubierto se refirió, durante la entrevista,
a la falta de
colaboración policial en el caso, literalmente quiso decir
irregularidades y encubrimiento. Así aparece en la resolución
del juez de garantías Marcelo Riquert en la orden de detención
de los policías Oscar Echenique (en la foto) y Ricardo Suárez.
Significativa conjugación de una serie de irregularidades
e ineficiencias detectadas respecto de la actuación policial,
señala el magistrado en el punto 2.2.A.1 de su fallo. Y sigue
agregando: menciona el caso de una prenda (body) con sangre,
hallada durante la búsqueda de la menor, que habría
sido entregada al sargento 1º Caraballo, y que nunca
fue incorporada al proceso. El tardío secuestro
de una zapatilla, hallada tres meses más tarde por
el investigador encubierto. El juez lo menciona como un dato
revelador de una ineficiencia del inicial rastreo policial que a
esta altura ya no parece casual. También menciona la
notoria demora en hallar al imputado Gustavo Fernández,
y destaca pese a ser ampliamente conocido por personal policial.
Continúa con la curiosa desaparición de la camioneta
policial, su repintado, y la irregularidad detectada en el libro
de guardia de la comisaría (que encubre la llegada tardía
de Suárez), para finalizar designando al grupo de cuatro
o cinco policías que conformaban la suerte de camarilla
vinculada a la noche y a las fiestas con mujeres jóvenes.
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