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Tripulantes y viajeros frecuentes deben cuidarse de la radiación

Un estudio de la Universidad de La Plata constató que el efecto de los rayos cósmicos puede ser peligroso para quienes viajan con frecuencia al exterior. En Europa hay medidas de control.

Por Pedro Lipcovich

“Hemos alcanzado nuestra altitud de crucero. El comandante espera que disfruten del vuelo y que se cuiden de los rayos cósmicos”: una advertencia no muy distinta de ésta podrían recibir los pasajeros de larga distancia cuando se legisle sobre la base de lo que un equipo de investigadores de la Universidad de La Plata constató para los vuelos Buenos Aires-Miami y Buenos Aires-Nueva Zelanda: la radiación llega a niveles peligrosos, tanto para las tripulaciones como para los viajeros frecuentes. Los rayos cósmicos “atraviesan el fuselaje de los aviones como si fueran de papel”, y una exposición excesiva puede causar cáncer y mutaciones genéticas. En Europa, las tripulaciones han sido redefinidas como “personal ocupacionalmente expuesto a radiaciones”. Y los pasajeros debieran ser advertidos del riesgo, que varía según la zona y según la altitud de vuelo.
“Investigamos dos tipos de vuelos: los transecuatoriales, como Buenos Aires-Miami, y los transpolares, como Buenos Aires-Auckland: en ambos casos encontramos niveles detectables, no inocuos, de radiación cósmica”, señaló Vicente Ciancio, director del Posgrado de Medicina Aeronáutica y Espacial de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de La Plata, donde se efectuó el estudio que incluyó un convenio con el Real Colegio Militar de Canadá, que proveyó tecnologías avanzadas de medición.
La radiación que se detecta en las aeronaves está compuesta por rayos gamma (electromagnéticos, como la luz o los rayos X) y radiación neutrónica (partículas subatómicas, y éstas son las más peligrosas). “La unidad que mide estas radiaciones se llama ‘sievert’. La Comisión Internacional de Radioprotección estableció que un milisievert por año es la medida máxima a que puede exponerse el público en general, pero todas las tripulaciones de aviones comerciales en vuelos internacionales reciben niveles superiores”, advirtió Ciancio.
En cuanto a los viajeros frecuentes, “todo pasajero que haga más de cuatro viajes por mes a Europa o Estados Unidos se expone a niveles importantes de radiación”, precisó el titular de Medicina Aeronáutica.
Los riesgos incluyen una mayor probabilidad de padecer cáncer y una chance aumentada de sufrir mutaciones genéticas que afecten a la descendencia. “Estos peligros no son muy altos, ni para las tripulaciones ni para los viajeros –tranquilizó Ciancio–, pero sí suficientes para que la Unión Europea haya establecido, en mayo del año pasado, que todos los países miembros deben hacer efectivas medidas de radioprotección.” Las medidas se centran en que “las tripulaciones aerocomerciales internacionales quedan definidas como personal ocupacionalmente expuesto a radiaciones. Los aviones deben contar con instrumentos para monitorear la radiación, y el personal que reciba más de seis milisieverts en un año deberá ser examinado por profesionales especializados”. Los pasajeros, “deberán ser advertidos del riesgo”, señaló Ciancio, y anticipó que “tenemos en preparación un anteproyecto de ley en este sentido”.
No se prevé, al menos por bastante tiempo, que las aeronaves puedan contar con protección contra estas radiaciones que “atraviesan su estructura de aluminio como si fuera papel”. La mayor autoridad en la materia es la NASA: “La zona de descanso de la Estación Espacial Internacional está protegida con un nuevo material, de modo que los astronautas, por lo menos, duerman libres del bombardeo cósmico”, comentó el especialista.
Para los aviones, el riesgo “es mayor en los vuelos traspolares porque, en esas latitudes, son más débiles los dos escudos contra radiaciones que ofrece la Tierra: la atmósfera y el campo magnético”. El problema se agravó porque “los nuevos modelos de aviones vuelan cada vez a mayores alturas, donde consiguen más eficacia en las turbinas, menor consumo de combustible y menos turbulencias. Ya están llegando a los 13.000 metros de altitud, lo cual incrementa tremendamente los niveles de radiación”. En cambio, por suerte, “los vuelos de cabotaje suelen estar por debajo de los 10.000 metros, donde la radiación es menor”, observó el investigador.

 

 

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