Por
Pablo Plotkin
El lado Este de Londres está lleno de tipos increíblemente
duros, increíblemente cancheros, que
visten increíblemente bien. Al menos eso sucede en la cosmogonía
de Guy Ritchie, cuyo primer éxito en celuloide Juegos, trampas
y dos pistolas humeantes se convirtió en una miniserie televisiva
que desde hoy a las 22 transmitirá semanalmente I-Sat. Si bien
Ritchie consiguió una efectiva revisión británica
de la romantización gangsteril con su dueto cinematográfico
(que completa la reciente y vertiginosa Snatch, Cerdos y Diamantes), debe
decirse que la adaptación (pauperización) de su estilo a
la pantalla chica no dio iguales resultados. El ingenio argumental parece
condenado a la repetición, los juegos de cámara se confunden
con publicidades de whisky escocés y la presunta excentricidad
de los matones se derrite en caricaturas que últimamente se vieron
demasiadas veces. Sin embargo, también puede decirse que seguramente
esta serie será una de las sensaciones de la temporada de cable.
La serie comprende siete episodios. Fue escrita por Ritchie, Chris Baker
y Andrew Day y dirigida por Sheree Folkson, a quien le faltaría
casarse con Madonna para graduarse de clon del buen Guy. El capítulo
estreno (de noventa minutos), titulado Lock, Stock and Four Stolen
Hooves (una variación del título original del largometraje),
presenta a los personajes del mismo modo que las películas del
joven director inglés, con congelamientos fugaces en planos atractivos,
compases de acid jazz y algún comentario en off que describe al
sujeto. En este caso, Moon, Jamie, Bacon y Lee (cuatro tipos con onda
que cumplen el mandato rithiciano protagónico: jóvenes confundidos
de la Inglaterra media que de pronto se ven envueltos en una guerra de
mafias de la que conseguirán salir ilesos) están al frente
del pub The Lock, en el arrabal londinense, en cuya órbita los
inmigrantes trafican pornografía y los gangsters saldan cuentas
con tormentas de plomo y diatribas cockney (el lunfardo de allá).
La típica galería de personajes de Mr. Madonna, esta vez
mucho más débil que la involucrada en Snatch (lo mejor que
hizo hasta la fecha), da lugar a la intromisión de dos alemanes
fumones que le roban a la persona equivocada. Entra en juego Miami Vice,
una especie de Lex Luthor con saco caro y un séquito de descuartizadores
que se divierte jugando al golf contra sus víctimas amordazadas.
No falta la pandilla de negros liderada por un hombrecillo incendiario
de bigote ladino, y también está la patota de gitanos que
supera en astucia a los peces gordos del crimen organizado. Y así
como en Snatch la excusa narrativa es un diamante precioso, aquí
es un reloj con aguja en forma de pene y segundero testicular el que alterará
los nervios del suburbio y derramará el baño de sangre.
No falta nada. Ni siquiera el viejo truco del animal que mete las narices
donde no debe.
El resto de las aventuras (capítulos de una hora, que a partir
del próximo viernes empezarán a las 23) mantiene las dosis
de humor tarantinesco (salvando las insalvables distancias), timadores
engalanados y situaciones aparentemente insólitas. Cargamentos
de armas rusas Kalashnikovs que alguien secuestra por accidente, diseñadores
de modas díscolos, pastillas para potenciar el rendimiento sexual
que resultan letales, confusiones entre videos de bodas y pornografía,
peleas de toros, drogas, asaltos, tiros...
El estilo publicitario de edición no deja de ser vistoso, pero
la búsqueda de ritmo sucumbe ante la poca consistencia de la trama,
las vueltas de tuerca no abonan al enigma y los zarpazos humorísticos
generan más resoplidos que risas, al menos para cualquier espectador
curtido en el cine de Tarantino o del propio Ritchie. Y Folkson, el discípulo
de Guy, parece más ocupado en promover los sacos de cuero negro
y los encendedores de plata que por darle un sentido al relato. No es
la primera vez que una película exitosa fracasa en su desembarco
televisivo. Le ocurrió aSerpico, a Nikita, a Los Angeles al Desnudo
y también a Locademia de Policía. Los casos en que la serie
estuvo a la altura o por encima del nivel del film en que se basaban (M*A*S*H,
Buffy La Cazavampiros) se debieron, en buena medida, a que
el producto televisivo encontró una estética y dinámica
narrativa propias. En el caso de Juegos, trampas..., la adaptación
literal hace que las comparaciones sean inevitables. Y en ese terreno,
la serie pierde acribillada como un matón torpe en una escena dirigida
por Ritchie.
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