Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


Il giardino armonico, en buenos aires
Irreverencia barroca

El grupo italiano, que se presentó en el Teatro Colón dirigido por el flautista Giovanni Antonini, confirmó en vivo lo que se escucha en sus notables discos: perfección técnica, ajuste, fuerza y arbitrariedad.

Por Diego Fischerman

Las interpretaciones del grupo Il Giardino Armonico ponen en escena algunas de las cuestiones más discutidas acerca de la interpretación. Quien toca, ¿debe ser un mero intermediario o tiene que tomar esa composición como vehículo para su propia expresión? Entre los grandes intérpretes son muy pocos los que faltan el respeto ostensiblemente a una partitura y, también, los que se ciñen a ella hasta el punto de convertirse en anónimos. La particularidad de Il Giardino Armonico es la de manejarse con los excesos. Por un lado instrumentos del barroco, cuerdas de tripa, maneras de frasear estudiadas en los tratados de época; por el otro, variaciones de tempo y de dinámica, numerosas pausas agógicas y una teatralidad en la interpretación no sólo modernas sino de un manierismo conscientes.
Podría decirse que este grupo fundado por el flautodulcista Giovanni Antonini en 1985 llegó al mundo de lo que el mercado identifica como música antigua cuando el terreno ya estaba dominado por holandeses, alemanes e ingleses y que se vio obligado a “hacer de italiano”. Su manera de leer a Vivaldi, por ejemplo, podría entenderse como la devolución del barroco al universo cultural en el que había nacido: el de lo latino. El Método Il Giardino a veces parece no sólo exagerado sino innecesario. Como lo demuestran otros italianos que se fueron sumando a la escena en los últimos años (Fabio Biondi y Giuliano Carmignola son los más notorios), se puede ser fresco, vital y antimuseísta sin llegar a tamañas desconsideraciones con el estilo. El Producto Il Giardino, no obstante, es deslumbrante. Más contenidos en el repertorio alemán (los tríos de los dos oboes y el fagot en la Suite Nº 1 de Bach fueron asombrosos, al igual que la precisión rítmica de la Obertura de la ópera Agrippina de Händel, que hicieron como bis en sus dos conciertos porteños) y más zafados en los italianos –sobre todo en los conciertos de Vivaldi y Sammartini en que el virtuoso Antonini hizo de solista–, desplegaron una hipótesis estética según la cual la verdad de una obra no estaría en lo que el compositor dejó escrito sino en el efecto que esa música podría haber tenido en la época en que fue compuesta (y en la posibilidad de recuperarlo para oídos contemporáneos). Una hipótesis tan discutible en sus fundamentos como seductora en sus resultados. Sobre todo cuando está en manos de un grupo con la perfección técnica de Il Giardino Armonico.

 

PRINCIPAL