BRASIL te acompaño en el sentimiento
Por Juan Sasturain
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En el uno de sus textos más transparentes y luminosos, el prólogo a los Ensayos críticos, Roland Barthes explica la esencia y necesidad de la literatura con el ejemplo vulgar de �dar el pésame�. Gruesa, torpemente, trataré de seguir y exponer su razonamiento. El estructurado francés cuenta cómo uno se acerca al afectado por un dolor irreparable y �con total sinceridad� trata de hacerle sentir que comparte con él la pena que lo embarga (tangueramente hablando). Entonces uno va y dice: �Amigo, lo acompaño en el sentimiento�.
Es decir, expresa, literalmente y con total precisión semántica, la idea: la voluntad de compartir el dolor del otro y de ese modo aliviarlo, como quien da una mano con la manija de un bolso excesivo o ayuda a empujar un coche sin nafta. Bien dicho, entonces. Sin embargo, nada de eso sucede. Por el contrario, el mensaje no cumple su objetivo sino que produce el efecto inverso: la expresión �lo acompaño en el sentimiento� sólo denota �por ser una fórmula, una cliché� que no nos importa demasiado lo que le pasa al otro, que la expresión, cristalizada, no sirve ya para la comunicación genuina. Para poder expresarle nuestro sentimiento de la manera más convincente �para él y sobre todo para nosotros�, tendremos que inventar una forma nueva, habrá que laburar con las palabras, escarbar, combinar.
Bien, dice Barthes: la literatura es esa forma que cada vez hay que encontrar para poder decir las mismas cosas de siempre como si fuera la primera vez: �Te quiero�, �Me duele�, �Estoy solo�, �A que nos sabés lo que pasó�, �Ahora les voy a contar algo�. Cualquier enamorado sincero sabe que no alcanza con regalar un poster o copiar sin faltas uno de los Veinte poemas. Hay que encontrar la forma, cada vez.
Toda esta vuelta retórica �nunca mejor aplicada la expresión� viene al caso en el momento de describir los sentimientos que nos despierta la victoria futbolera ante Brasil del miércoles pasado. Producido el hecho, decantada la pasión con que se dio rienda suelta al desafuero con la consecuente disfonía, describamos lo que nos pasa con tanta felicidad y esta pena. Y es exactamente eso: �Brasil, amigo mío, te acompaño en el sentimiento�.
Y es inevitable �maestro Barthes dixit� que parezca joda, gastada. Y no lo es, lo juro por el alma de pajarito y las piernas torcidas de Garrincha, por la sabiduría y el fuelle en el pecho del Negro Pelé, por el toque sutil de Dino Sani y el jogo bonito de Didi, por los alfiletazos del petiso Romario y la chilena (¿póstuma, después de Vivas?) de la araña Rivaldo... No es joda, Brasil, no lo es: te acompaño en el sentimiento y te explico por qué.
Tiene que ser durísima la frustración. No de perder, que puede, suele y debe pasar, sino de ver jugar así (competir así, forcejear así) a los sufridos portadores de la gloriosa verdeamarelha. Y �así� quiere decir como los hizo moverse el miserable de Scolari, torpe y vulgar administrador de un capital que no sabe ver, que le desborda entre sus mezquinos dedos. ¿Dónde están Tim, Saldanha y el flaco Didí revolviéndose en su cajoncito? La gente de Brasil no quiere �y el fútbol brasileño que admiramos y con el que competimos ganando y perdiendo no es� esa basura táctica que plantaron en el Monumental el miércoles. Si en un país que sigue produciendo los jugadores que genera encaran el juego así, qué queda para Noruega, para los suizos, para los tradicionales tanos arrodillados ante el monumento al candado. Te acompaño en el sentimiento, Brasil.
Y, como diría el patadura de Scott Fitzgerald, �hablo con la autoridad que da el fracaso�. La única genuina, además: porque la buena que nos toca es tan disfrutable y justa como ocasional, porque muchas veces les hemos puesto la camiseta de la Selección a muchachos buenos y empeñosos con la consigna de esconder la pelota, tirar zapatazos, usar la suela (pero no como Riquelme) y perder tiempo. Del Toto Lorenzo a los picapiedras de Bilardo en el �90, nadie puede desde acá tirar ni la primera ni la última piedra. La belleza no tiene dueño; la mezquindad anida en los más gloriosos vestuarios.
Por eso, Brasil, te acompaño en el sentimiento. No sabés la lástima (la vergüenza ajena) que me dio verlo a Rivaldo metido atrás tapando a Ortega. Y eso que disfrutamos como locos. Pero no es gastada: lo siento, en serio.
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