OPINION
Un déficit mental
por Eduardo Aliverti
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�Todos los economistas en este planeta, a excepción de los locos del FMI, saben que si se recorta el presupuesto en un país que atraviesa una recesión, ésta sólo empeora. Si en Estados Unidos hay recesión, hasta un presidente como Bush sabe que la solución es que el gobierno gaste masivamente y arroje grandes cantidades de dinero al mercado para reactivar la economía. Pero el FMI le exige a la Argentina recortar el presupuesto y bajar salarios y jubilaciones. No hay siquiera que ser economista para saber que esto va camino al desastre.� Esos y otros conceptos de idéntica dureza conceptual fueron volcados, en entrevista con la Agencia Alemana de Prensa por el economista Greg Palast, autor de libros sobre globalización y columnista de varios diarios europeos. Y no es un tipo de pronóstico sobre lo que le espera al país, sino un virtual resumen de lo que se opina desde el propio corazón del mundo desarrollado. Al contrario que la mayoría de los gurúes financieros, Palast no tiene empacho en decir que lo central del drama argentino no sólo no es el nivel del gasto público sino que, precisamente, cualquier país serio del primer mundo usaría ese gasto como llave maestra de la reactivación económica, incrementándolo. Señalamientos como éstos derrumban la mayoría de los mitos circulantes sobre la seriedad que los acreedores internacionales exigen a sus deudores. ¿Quiénes son, en verdad, los pocos serios? ¿Los que deben o los que cobran? En todo caso, ambos. El plus de los deudores es que, además de sus tonterías técnicas (�blindaje�, �megacanje�, �déficit cero�) hacen recaer el peso del desastre únicamente en los desposeídos. Entonces, ciertas noticias pavorosas, como algunas de las conocidas en los últimos días en Argentina, provocan indignación pero no sorpresa. He allí la confirmación del desguace del PAMI y la Anses, rumbo a la privatización de dos de los últimos grandes atracones que restan. He allí el intento de recorte en el régimen de coparticipación, como certificado fúnebre para provincias donde ya más de la mitad de la población está por debajo de la línea de pobreza. Y cómo no incluir la orden a la Bonaerense de detener a los chicos que vaguen o limosneen por la calle, cuya marcha atrás ante el escándalo desatado no tiene tanta importancia como la muestra de aquello a lo que están dispuestos para acabar con la pobreza que multiplican: ocultarla. Una de las puntas de la variante fascista dentro del propio sistema. Y a la que en medio de su desesperación o ignorancia adhieren crecientes sectores, capaces de caer en la trampa cazabobos del gasto político, la mano dura, la xenofobia. |
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