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Por José Natanson
Ya no quedan muchos como él, un verdadero delarruista convencido. Los
desaciertos políticos, la profundización de la debacle económica, el
estado de crisis permanente: de a poco se van extinguiendo los defensores
del Presidente, entre los cuales Lautaro García Batallán es uno de los
últimos ejemplares. En diálogo con Página/12, el joven
viceministro del Interior habla sobre los cruces entre el radicalismo y la
Rosada por las gestiones para conformar un gobierno de unidad nacional,
traza un (optimista) panorama para octubre y cuestiona con dureza a los
radicales que se oponen a la gestión aliancista. --¿En serio piensan que
Duhalde y Alfonsín se reúnen para ver cómo hacen para voltear al
Gobierno?
--El Presidente excluyó claramente a Alfonsín. Pero hubo
reuniones entre un grupito de frustrados dirigentes del radicalismo de la
provincia, con (Carlos) Ruckauf y algunos vivos peronistas, que se dieron
manija entre ellos. Es menos que una conspiración, es un complot más
parecido al de "Gran Hermano" que a algo que pueda ser viable. --De la Rúa habla
siempre de la unidad nacional, pero ahora, cuando se plantea un plan más
concreto, parece que no quiere saber nada.
--La unidad nacional es con los sectores productivos, con los
partidos políticos como tales: ya se hizo y se va a seguir haciendo. Pero
la potestad de incorporar gente es del Presidente. La unidad se construye
incluyendo, pero desde la propuesta del Presidente. El modelo de querer
construir una monarquía latina, por decirlo de alguna manera, es absurdo.
Lo que hay es un grupito muy reducido de radicales acomplejados, del que
excluyo a Alfonsín, porque creo que tiene buena fe, más un grupo de
peronistas vivos. Pero ha quedado totalmente desvirtuada como idea.
--¿La propuesta de designar a un peronista, seguramente Eduardo
Duhalde, como jefe de Gabinete, no serviría para fortalecer la gestión?
--Lo único que puede fortalecer al Gobierno es el crecimiento económico
y en base a eso una distribución más equitativa. Además, justamente
Duhalde fue gobernador de una provincia fundida, vicepresidente de un ex
Presidente que hoy está preso, y candidato derrotado hace dos años.
Pensar que eso significaría un fortalecimiento es un negocio chino. Sólo
puede ser razonable en una lógica de contubernio. Y la unidad nacional no
es el contubernio.
--¿Por qué Alfonsín impulsa esta teoría?
--Yo creo que lo de Alfonsín es otra cosa. Tiene buena fe, pero
tiene un problema: el grupito que lo rodea. Yo les digo los Salieri,
porque él es Mozart, pero alrededor está lleno de Salieri: son tipos
fracasados, que nunca ganaron una elección y que representan muy poco en
el partido y en la sociedad. Alfonsín, por la dimensión propia que
tiene, aparece en una confrontación que no existe. El Presidente y Alfonsín
obviamente tienen diferencias, discuten, pero tienen claro que uno es
Presidente y que el otro fue Presidente. Y mientras eso esté claro no va
a haber problemas.
--¿Usted cree que hay grandes diferencias entre Alfonsín,
por un lado, y Leopoldo Moreau y Federico Storani, por otro?
--Sí. Y también hago una distinción entre ellos. Fredi formó
parte del Gobierno, con responsabilidad y lealtad, y en este conflicto ha
mantenido una posición más racional. Pero Moreau es diferente: si
invirtiera el tiempo que invierte en cuestionar su propio gobierno en
plantear la crisis de financiamiento de la provincia de Buenos Aires, el
desastre de las gestiones de Duhalde y Ruckauf, nos iría mucho mejor de
lo que parece que nos va a ir en octubre. Lo de Alfonsín podría aparecer
con la limpieza que yo creo que tiene, y no lleno de los cortocircuitos
propios de la lógica internista de un partido con dirigentes superyoicos,
que prefieren decir todo el tiempo cómo hacer las cosas en lugar de
hacerlas.
--En todo este asunto del gobierno de unidad nacional a
algunos funcionarios se los vio, otra vez, muy preocupados por la
autoridad presidencial.
--La preocupación que existe no está vinculada a una cuestión de
autoridad, sino poder expresar con claridad hacia donde vamos. Quien es
Presidente tiene la autoridad. Lo que nosotros discutimos es por qué,
cada vez que empieza a quedar claro cuál es el rumbo que escogió el
Presidente, se generan discusiones que tratan de correr la realidad a otro
plano.
--¿Se va a hacer el plebiscito por la reforma política?
--La posición es muy clara: uno de los objetivos que persigue el
Presidente es transformar el sistema político en dos sentidos: hacerlo más
eficaz y hacerlo menos costoso. El objetivo es la reforma política. La
consulta es un instrumento a los efectos de poner evidencia que es la
sociedad la que demanda este cambio. Es una herramienta que el Presidente
tiene y que va a usar si sigue decorándose la discusión.
--¿Qué va a pasar con el Gobierno después de que la Alianza
pierda las elecciones?
--Bueno, primero hay que ver si la Alianza pierde. En una elección
legislativa lo que está en juego son las bancas, y nos va a ir mejor de
como estamos hoy. En el Senado es probable que después de la elección
podamos disputar palmo a palmo la primera minoría con el PJ. Vamos a
estar mejor que como estamos hoy. No creo que el resultado del 14 de
octubre vaya a ser leído como un fracaso.
--Todo indica que en Diputados la Alianza va a disminuir su
representación.
--Es posible, sobre todo por el peso de la provincia. Alfonsín va
a duplicar como candidato a senador nuestra lista de candidatos a
diputados en la provincia y esa diferencia nos va a hacer perder una
cantidad de bancas importante. Entonces, vamos a perder quizás algunos
diputados pero no vamos a perder la mayoría en la Cámara, y vamos a
aumentar nuestras bancas en el Senado. --Más allá de la
aritmética de la elección, una derrota en el total de los votos totales
es un golpe para el Gobierno, que además puede repercutir en las
variables económicas. En concreto: ¿no cree que luego de una derrota el
riesgo país podría volver a dispararse?
--El riesgo país mide la expectativa de los mercados de que el país
pueda pagar sus compromisos. La elección está ajena a ese problema
porque el Gobierno está firme en su rumbo. Obviamente la sociedad es crítica,
y tiene razón. Pero yo tengo la confianza de que nuestros candidatos
puedan explicar por qué hicimos los que hicimos y a dónde vamos. --Los principales
candidatos, como Alfonsín y Rodolfo Terragno, no parecen tener muchas
ganas de dar estas explicaciones.
--Son críticos de la política económica, pero uno fue jefe de
Gabinete y el otro es presidente del partido del Gobierno. Entonces, al
final pesa sobre ellos la responsabilidad institucional. En las jornadas
electorales es parte de la regla que se exacerben algunos aspectos. Pero
si uno hace un balance queda claro que, por ejemplo, ni Alfonsín ni
Terragno están dentro de ese contubernio al que yo hacía mención.
--¿Qué tiene el Gobierno para ofrecer en octubre? ¿Por qué
alguien debería apoyarlo?
--En primer lugar, por la decisión de terminar con este círculo
vicioso de tomar deuda para pagar deuda, no gastar más de lo que tenemos
y llegar al déficit cero para hacer crecer la economía. En segundo
lugar, impunidad cero: un gobierno que no protege a las mafias, que es
honesto. Este es un gobierno serio, que está dispuesto a dejar de lado
hasta sus propios intereses electorales. Además yo creo que hay que tener
perspectiva histórica. Yo comencé a militar en la época de Alfonsín
atraído por dos cosas: la recuperación de la democracia y la denuncia de
un pacto entre el sindicalismo peronista y los militares. El gobierno de
Alfonsín, para consagrar la institucionalidad, tuvo que conceder. En el
plano militar se juzgó a la juntas pero hubo que sancionar el Punto Final
y la Obediencia Debida. Y en el plano sindical se incorporó a los Gordos
de la mano de (Carlos) Alderete en el Ministerio de Trabajo. En ambas
oportunidades, nuestro partido, aún los que no estábamos de acuerdo,
asumimos que la mayor responsabilidad del Gobierno era promover un ciclo
virtuoso en lo institucional. Entonces, yo entiendo que muchos radicales
estén enojados con Cavallo, porque él fue responsable operativo de
muchas de las cosas que cuestionamos durante el gobierno de (Carlos)
Menem. Llevamos dos años durísimos y tuvimos que hacer cosas que al
Presidente no lo gustan, como recortar salarios y jubilaciones. Pero eran
cosas que había que hacer y, además, bancarse el costo político: porque
antes de los costos o cuestiones electorales está la responsabilidad de
gobernar una Nación.
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