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DOS HISTORIAS DE OKUPAS PARA RESISTIR AL DESALOJO
Una crisis que no tiene techo

Mientras los ocupantes de una casa en Balvanera se preparan para resistir un desalojo inminente, otras familias acaban de comprar la vivienda que habían tomado. Junto con el aumento de la pobreza, crece en la ciudad de Buenos Aires la emergencia habitacional, que ya afecta a unas 400 mil personas.


En el edificio hay 350 hombres dispuestos a defender el lugar.


En Sarandí 853 montan guardia para resistir el desalojo.

Por Alejandra Dandan

Abre el celular apurada: �Acá no hay hipótesis: el juez firmó el expediente. Tienes que venir ya, César, tienes que venir. El crédito del celular se acaba y no tenemos plata para esto.
Fela Junka lleva cinco años en el país con protección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas. Se escapó de Lima en el �94: el último atentado de los paramilitares peruanos contra su casa la convenció. Ahora se quedará otra vez afuera: un juez ordenó el desalojo de su edificio, una torre de pleno centro ocupada por 350 personas. Página/12 estaba ahí cuando llegó el llamado, el comienzo de una pesadilla a punto de repetirse entre otros 280.000 porteños. De acuerdo con las cifras que maneja el Gobierno de la Ciudad, hay 700 desalojos a punto de ejecutarse en Tribunales. El 50 por ciento son familias que ya no pueden pagar el alquiler. Para el secretario de Promoción Social, Daniel Figueroa, Buenos Aires está en situación de emergencia habitacional. El déficit de vivienda alcanza a 400 mil personas. Página/12 rastrea en esta nota dos experiencias crecidas en este contexto de crisis. Son dos modos de resistencia que cruza en plena urbe al edificio de 350 hombres dispuestos a tirarse de un balcón para defender su lugar, con otra historia: la conquista de un grupo de ocupantes convertidos en propietarios de la casa tomada. Las dos crecen al mismo tiempo: pelean así al avance de las topadoras.

Fela corta el teléfono y corre cuesta abajo los nueve pisos del edificio. Cuando llega al tercero se detiene: Irma, una de sus vecinas, está ahí. 
�El juez lo ha firmado, el juez firmó esta mañana el desalojo, Irma. Hay que llamar a todos abajo, hay que organizar la comisión de seguridad.
Va disparando. Irma demorará tres minutos en sacarse la ropa de trabajo y reunirse con el resto en la planta baja: ahí donde ahora mismo se pasa un pañuelo para secarse las lágrimas que se le escapan de los lentes.
El desalojo es un fantasma moderno: se ha convertido en uno de los emergentes más voraces de la crisis. Entre las 700 casas a punto de ejecutarse en Tribunales, tres edificios estremecen a los responsables de los planes de emergencia del gobierno porteño. En este momento, negocian apurados todo tipo de demoras para atrasar el momento de sumar otras 250 familias a los alojados en hoteles. 
Ese sistema de alojamiento también está saturado. Los 110 hoteles contratados por la Ciudad a precios millonarios para el albergue temporario de los sin casa están al borde del colapso, y del escándalo: una sucesión de amparos judiciales viene denunciando el hacinamiento de las 8090 personas depositadas en cajas con la fachada de cuartos de hotel. 
Frente a esto, el gobierno intentó un desalojo masivo que fue impedido por los amparos. Ahora todo se atora: el presupuesto para programas de asistencia adelgaza mientras la cantidad de pobres no para de crecer. 
En los dos últimos años la población asistida por los planes de emergencia aumentó cuatro veces: en 1999 eran 2285, ahora son 8090. 
En la casa de Fela hay 86 familias: 150 son chicos, en general hijos de inmigrantes peruanos. Ahí mismo hay cinco refugiados políticos protegidos con ese status por Naciones Unidas. El dato sirve: la organización lograda por los habitantes de la casa de Sarandí 853 fue aprendida en esos escapes donde Fela ha estado dos veces a punto de caer muerta.
�Los desalojos ahora no son como antes �dice una mujer en el patio, donde una olla colectiva calienta té contra el frío�: en pleno gobierno democrático se aplica la dictadura de hace treinta años. Viene laGendarmería, la aviación; copan todo a las cuatro de la mañana, se meten con todo. 
�¿Están esperando eso?
�Estamos esperando cualquier cosa: lo que venga. 
�¿Cómo se preparan para ese momento?
�Hay compañeros que, si se tienen que encadenar a los balcones, lo harán: de acá no nos sacan. 
�¿Cómo van a hacer?
�En realidad, lo más que podemos hacer es dificultar el ingreso de ellos: más de eso no podemos. Van a necesitar buena cantidad de fuerzas para poder derrotar a estas 350 personas.
La resistencia es un trabajo aprendido. La gente escapó de las estadísticas de hoteles por una prórroga al desalojo. El edificio es de los acreedores del viejo Banco Mayo. En febrero, los dueños aceptaron un canon de 4000 pesos mensuales del gobierno para demorar durante seis meses la expulsión.
El cuarto intermedio preveía examinar soluciones como un crédito para viviendas populares a través de la Comisión Municipal. Las viviendas no llegaron. 
El tiempo se acabó el viernes 31 de agosto. 

Día D

Ese mismo viernes, a varias cuadras de ahí, en otra casa tomada de San Telmo, Gastón cerraba un libro. Ese día ya no iba a estudiar: la casa de Perú 774 estaba de fiesta. Las trece familias del edificio recibieron los boletos de compraventa de la casa. Les costó trece años alcanzar la posesión valuada en 105 mil dólares, hasta entonces en manos de la Secretaría de Educación del gobierno porteño. 
Esa conquista tuvo un proceso: hubo cientos de anuncios de desalojos, provocaciones y la decisión clara de los vecinos de formar una cooperativa para encarar las negociaciones con el Estado municipal, en este caso dueño de la casa de San Telmo. Ese viernes, la pelea terminaba. El gobierno decidió venderles la casa con un crédito financiado a diez años por el Banco Ciudad con cuotas de mil pesos mensuales.
�¿Son dueños, entonces?
�No, no somos dueños hasta que no terminemos de pagar.
�¿Tienen miedo de no poder hacerlo?
�Tengo un trabajo fijo hoy, gracias a Dios, o sea es continuo. Creo que si sigo así, a lo mejor... 
Landi es Jesús Gutiérrez, un salteño que llegó a Buenos Aires con su mujer, una guitarra encorvada y algunas direcciones en la mano: �De esos parientes �dice� a los que molestás un día a uno, otro día a otro; a veces dormía en la terminal también�. Ahora ocupa el departamento primero de un pasillo cortado por bocas de puertas. Como todos aquí, no sabe aún cuál será su lugar definitivo: el sitio será sorteado cuando terminen las reformas. 
Es la primera experiencia del tipo en Buenos Aires. La cooperativa Perú se nucleó bajo el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI). Esa estructura les permitió llevar adelante en otras cuatro casas este estilo de organización copiada, dicen, de la Federación de Ocupantes uruguayos.
Toma y resultado fueron distintos al del edificio de Sarandí: la ocupación partió aquí de otro tipo de propiedad, una estatal. Ese dato es clave: determina en general el devenir de las ocupaciones. En los edificios públicos se logran más negociaciones con un dueño susceptible al costo político de un desalojo. Como las estadías son más largas, suelen potenciar además proyectos de largo alcance. 
�De mi época va quedando la gente más o menos buena �cuenta Landi.
�¿Más o menos buena? 
�Qué sé yo: había de todo un poco. Había gente que vendía droga y la cooperativa decidió sacarlos. Por eso estamos de guardia acá. 
�¿Pueden volver?
�Volvieron: un grupito hacía la guardia y traicionó. Los hizo entrar y viste, se armó el despelote otra vez. Pasamos las mil y una. Nos quisieron quemar todo, viste. Prendieron fuego la puerta. 
Por eso Gastón todavía está sentado cerca de la entrada. Tiene la mochila y escribe en un libro gigante: 17 horas �pone� entrada de Página/12. Por ahí, más arriba, hay un timbre blanco. No es igual, pero se parece al de Sarandí: en el otro edificio se usa de campana. 
Es ese timbre el que suena ahora mismo, justo cuando alguien se levanta y lo deja apretado.

Alerta rojo 

Mientras oye el timbre, Fela se pierde en el torrente de mujeres a cargo de la olla colectiva. Desde ahí partirá un grupo para recorrer urgente cada piso de la casa. �Señoras, vayan ustedes, que los hombres están cansados�, sugiere alguien. Puerta por puerta, llamarán a los varones aún dispersos para reforzar los puestos de seguridad de la casa. 
Es la quinta noche en estado de alerta. La guardia empezó ese 31, cuando se cumplieron los seis meses del plazo judicial para el desalojo. Desde ese momento, la gente mantuvo la olla con cincuenta centavos de cada uno, repitió cortes de calle, marchas a la Comisión Municipal de la Vivienda y al juzgado. Hubo entrevistas con la gente de Promoción Social y se reclamó un crédito para financiar casas en Capital. Frente a este pedido, la Ciudad no tiene opciones: no hay casas populares ni modo de garantizar una demanda capaz de pedirse con sangre.
Rebeca Belardes es una de las más viejas aquí. Cuando llegó, dice, alguien le ofreció un contrato por el alquiler de uno de los departamentos de arriba. El tiempo la especializó como estratega: cultivó un look correcto para infiltrarse en los pasillos de la Asociación de Martilleros, donde varias veces rescató datos que más tarde harían sobrevivir al edificio. Simplemente conseguía la fecha de los remates.
�Ibamos y armábamos un quilombo... Nadie lo podía comprar, nos metíamos para que nadie se manifestase. 
El remate se declaró desierto varias veces. 
No se fija en un punto cuando mira. Tal vez necesite hacerlo así: los puntos vulnerables de la casa se han multiplicado demasiado en estos días. Hay una nena en el cuarto piso atrás de una puerta.
�Ustedes sí pueden pasar �aclara al vernos.
�¿Quiénes no pueden?
�Los otros, esos señores que van a venir ahora.

Al borde del colapso

Por A. D.

La Ciudad está en una encrucijada. Los índices de pobreza disparados por la crisis preocupan a los funcionarios de Promoción Social. En estos días se preparó allí un informe que releva datos de Capital y el conurbano. El �crecimiento dramático� de los pobres en la provincia es observado como un fantasma por los que tienen a cargo los programas de asistencia. Consideran que esa estampida agudizará la crítica situación de la Ciudad, donde la capacidad para atender a los más pobres parece al borde del colapso. En este marco, el viernes, la Sala II de la Cámara Contencioso Administrativo porteña confirmó el fallo que impide los desalojos de los que viven en hoteles subsidiados por el gobierno local. 
El informe sobre el aumento de la pobreza tiene dos núcleos. El primero da cuenta de la situación porteña: 1 de cada 10 residentes vive por debajo de los índices de pobreza, dice el informe. Agrega que entre mayo del �98 y este año, los pobres crecieron 76 por ciento. Del año pasado a éste, hay 18.676 nuevos pobres. En cuanto al conurbano, según las estadísticas más recientes, el 48,9 por ciento de la gente está bajo la línea de pobreza. Esto �constituiría �dicen� una demanda creciente para los servicios que promociona la Ciudad�.
Gran parte de la población asistida aquí vive en hoteles contratados por el gobierno. Entre esas 8500 personas, el 95 por ciento tiene un ingreso mensual por debajo de los 350 pesos. Esa entrada suele ser producto de un trabajo temporario, o de subsidios y pensiones. El monto que se necesitaría para resolver los problemas de vivienda fue calculado en 15 mil dólares por familia, destinados a reciclar casas o terrenos en el conurbano.

 

 

 

 

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