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OBJETOS DE USO SEXUAL DEL SIGLO XIX 
Historia exhumada del erotismo porteño

Los arqueólogos que investigan las costumbres de los porteños buceando en la basura de casas antiguas encontraron piezas vinculadas a la vida sexual en las familias de la época: imágenes eróticas y objetos fálicos.


Los falos de madera, trabajados a mano, con extremo redondeado.
 
La imagen del bajorrelieve sólo se distingue cuando se pone la pieza contra una luz.

Por E. V.

Hubo una Buenos Aires secreta cuya historia nunca fue contada por cronistas ni investigadores. Es la historia de la vida sexual de los porteños, costumbres de alcoba que quedaron huérfanas de la lupa académica y fueron sepultadas bajo tierra. De allí comenzaron a rescatarla los investigadores que bucean en el subsuelo de la ciudad, el equipo de arqueólogos urbanos liderado por Daniel Schávelzon. Una serie de imágenes eróticas en placas de porcelana, sólo visibles a la luz de un candil, y un juego de falos de madera aparecieron a un metro y medio de profundidad, entre restos de botellas de bebidas importadas y porcelana inglesa, en una casa de la calle Bolívar 238, habitada a mediados del siglo XIX por una familia de la aristocracia porteña. 
Los hallazgos se produjeron en enero de 2000, pero las piezas recién fueron identificadas un año después, cuando Schávelzon, investigador del Conicet, intentaba darles un sentido a esos elementos. La casa perteneció a Manuel José Cobo y su esposa, Josefa Lavalle. Las habitaciones estaban alineadas alrededor de un patio central. En un sector de ese patio estaba el pozo de la basura, donde la familia arrojaba los desperdicios. �En esa época no existía la recolección y cada casa tenía un pozo donde se tiraban desde restos de comida hasta los objetos rotos o en desuso. Se los tapaba con una capa de tierra para que no diera mal olor�, explicó el investigador a Página/12. 
El pozo de los Cobo-Lavalle fue llenado con basura entre 1860 y 1895. Ese año, la casa fue demolida para levantar la construcción que perdura hasta hoy. �Lo que encontramos ahí es absolutamente diferente de lo que habíamos hallado hasta la fecha: además de lo doméstico habitual (vajilla y botellas), hay objetos de tipo militar (dos sables y tres rifles), otros de uso intelectual como pinceles de artista, tinteros y un catalejo de bronce); juguetes y, además, algunos objetos de índole sexual�, relató Schávelzon.
El pozo fue descubierto por los arquitectos que remodelaban el edificio: en el sótano encontraron el agujero, de 1,60 metros de diámetro, tapado con una bovedilla de ladrillos. En su origen tuvo 7,30 metros de profundidad, respecto de la línea de la vereda. Pero su parte superior había desaparecido cuando se construyó el sótano, hace más de cien años. �Recuperamos miles de objetos: botellas de vidrio, lozas Pearlware y Whiteware (de procedencia inglesa), vasos y copas, todos en fragmentos. También había frascos de medicamentos, botones, corchos, botellas de ginebra holandesa, juguetes de porcelana, dos muñecas de madera talladas a mano y hasta muebles enteros que habían sido descartados�, detalló el investigador. Parte de esa colección será exhibida en el restaurante temático que se inaugurará en el lugar en las próximas semanas. 
Al principio, las piezas a las que se atribuye uso sexual no parecían objetos de relevancia. �Se trata de tres placas de porcelana, con un bajorrelieve que a simple vista no tiene ninguna significación. Hasta que los pusimos contra una luz: ahí apareció la imagen de una pareja semidesnuda, el hombre abajo, la mujer sentada encima tocando una flauta para producir la erección, en una escena digna de Las mil y una noches�, describió Schávelzon. De las otras placas había sólo fragmentos. En una se alcanzan a ver los pies de una mujer desnuda, parada a orillas del agua, y un hombre vestido, de rodillas, en una escena de sexo oral. 
Las placas estaban a 1,30 metros de la bovedilla que cerraba el pozo y junto a ellas había tres objetos fálicos hechos de madera. �Son tres maderas trabajadas a mano, una de las cuales conservó su superficie perfectamente pulida, con un extremo redondeado �describe el arqueólogo�. Miden entre 10 y 12 centímetros de largo por 2,5 de grosor, y muestran evidencias de haberse dilatado y luego comprimido por efecto de la humedad. Suponemos que debieron medir 17 centímetros por tres.� �No sabemos si pertenecieron a los dueños o a la servidumbre�, aclaró. 
El uso de este tipo de artefactos vinculados al placer se remonta a la antigüedad: hay descripciones de elementos similares en el Egipto de los faraones. �Aunque su uso fue una constante, lo que ha cambiado es la valoración moral�, dice Schávelzon. �En el siglo XIX �agrega�, la presencia de artefactos de uso femenino o masculino es grande y se los puede ver en el Museo del Vibrador en San Francisco, con artefactos mecánicos fechados desde 1860, y los museos eróticos de París, con elementos de uso manual desde 1830.� 
En cuanto a las placas de porcelana, la ambientación de las escenas eróticas remite a la mitad del siglo XVIII: el mobiliario, un chaiselongue con las sábanas deshechas y la mesita de luz con la botella de vino y el vaso. Se presume que las piezas son de origen francés y fueron realizadas entre 1820 y 1850. 
Los hallazgos son apenas piezas que permiten reconstruir el rompecabezas de la cultura sexual porteña en el siglo XIX. �Los historiadores nunca se han ocupado demasiado de este tema: es poco lo que sabemos sobre la sexualidad en esa época. Se ha escrito mucho sobre prostitución, pero sobre la cultura sexual o los objetos utilizados, el tema, podría decirse, aún es virgen.�


DOS MIRADAS SOBRE EL EROTISMO EN BUENOS AIRES
Crónicas de sexo y vida cotidiana

Por E. V.
La sexualidad de los porteños fue forjada a imagen y semejanza de la Nación, edificada por la clase política después de 1853. �Allí se definió qué se incluía y qué se excluía de ese modelo: el gobernar es poblar, de Sarmiento, que no admitía la contaminación étnica, también tenía un eje ordenador muy fuerte en la sexualidad: dejaba afuera a los llamados invertidos sexuales y le asignaba a la mujer un rol en el ámbito privado: la mujer pública (a diferencia del hombre) era la prostituta�, dice Débora D�Antonio, historiadora en temas de género y sexualidad.
La prostitución fue reglamentada fuertemente desde 1875 hasta mitad del siglo XX: en ese tramo se obligaba a las mujeres a someterse a exámenes médicos para ejercer su trabajo, una suerte de reglamentación de la actividad. �Entre 1880 y 1890 había en Buenos Aires unas 60.000 prostitutas, según los registros de la época�, dice el historiador Andrés Carretero, autor del libro Prostitución en Buenos Aires. 
De las crónicas y relatos de la época, rescata Carretero el uso del permanganato de potasio en las palanganas, utilizado para la higiene, como prevención de enfermedades de transmisión sexual. �El aroma de la sustancia, mezclada con el humo del kerosene y de los cigarrillos negros, originaba lo que se conocía como olor a quilombo�, relata el historiador. Sobre los objetos de uso sexual no hay demasiado registro. Recuerda Carretero los preservativos hechos con tripa de cordero o de oveja y las bacinillas con un orificio que las hacía aptas para la masturbación o el sexo oral. �Esos profilácticos se importaban de Alemania. Eran muy caros y sólo los usaba la gente de clase alta. Había que lavarlos para utilizarlos varias veces y causaban una impresión muy fea a la mujer, que muchas veces preferían arriesgarse a un embarazo�, relata Carretero. Estos elementos se usaron desde 1820 hasta fines de siglo, cuando apareció el condón de látex.
En Buenos Aires, dice D�Antonio, la sexualidad aparece �más encorsetada que en Europa�. �Existía, con todo, más libertad en las clases altas que en los sectores populares�, aclara. En definitiva, eran las clases pudientes las que tenían acceso a los clásicos del género, como el Marqués de Sade, Casanovas o Sader-Masoch.

 

 

 

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