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Cómo es vivir en una guerra donde
el frente es la escuela de al lado

La violencia protestante contra las escolares católicas de un barrio del norte de Belfast se convirtió esta semana en un foco de atención mundial. Esta nota relata la vida cotidiana en el lugar, una vida hecha de miedo, odio y la espera de la próxima revancha.


Las fuerzas de seguridad se preparan para escoltar a las escolares católicas.
Los protestantes estarán de vuelta este lunes, y tal vez muchos más lunes por la mañana.

Por Maggie O�Kane *
Desde Belfast, Irlanda del Norte

Es pasada la medianoche, y el padre Aidan Troy está en la sala principal del monasterio de la Santa Cruz en el norte de Belfast, Irlanda del Norte. Afuera, los focos iluminan un círculo de césped con una enorme estatua del Sagrado Corazón en el centro. El padre Troy está cansado.
El teléfono suena todo el tiempo �la televisión de la BBC, la radio de la BBC, la CNN, la televisión italiana� en busca de un hombre que se pasó la semana llevando a escolares católicas en medio de un círculo de odio. El padre Troy, recién llegado de Roma con su doctorado en asuntos ecuménicos, habla de lo que aprendió en sus 35 años de servir a Dios. �Si la gente dice que ha sido ofendida, lo acepto sin reservas, porque ellos lo creen de modo absoluto�, afirma.
Los protestantes de este húmedo gueto de Belfast que rodea la escuela primaria de la Santa Cruz se irán a la cama esta noche seguros de sus ofensas y de su derecho a seguir protestando en el camino que lleva a la iglesia de la Santa Cruz. Estarán de vuelta mañana por la mañana y tal vez muchos más lunes por la mañana. Porque en sus mentes son víctimas de una conspiración católica para echarlos de sus paupérrimas calles.
Hay mujeres como Kate Riley, de 53 años, que abandonó la escuela a los 15 años para trabajar en las hilanderías de Belfast. Su marido fue asesinado por el IRA en 1974: tres balazos en la nuca mientras estaba sentado en el sofá esperando ver un partido de fútbol en una nueva superpantalla de TV que había comprado especialmente para ese propósito. �No tiene una mierda que ver con la escuela. Lo que ellos quieren es nuestras casas. Hace 20 años se cargaron a mi marido y desde entonces he trabajado para mantener esta casa. Ahora quieren sacarme la casa. Si ahora no les hacemos frente, ¿cuál es el próximo lugar que van a atacar los católicos: Glencairn, Highfield, Ballysillan?�
En los últimos 10 años, los protestantes han ido abandonando gradualmente sus calles. Su gueto alrededor de la escuela de la Santa Cruz se ha encogido a la mitad de su tamaño: 1500 protestantes rodeados por tres lados por los católicos de línea dura de Ardoyne. La población católica de Belfast se encuentra en explosión: el padre Troy bautizó a 16 niños el mes pasado. �¿Por qué deberíamos ser echados para que ellos se ocupen de su progenie?�, pregunta Hugh Megarry, la pareja de Kate.
Las viejas certidumbres no están más. Los desfiles tradicionales �aunque triunfalistas� en las áreas católicas están prohibidos en su mayor parte; la fuerza policial que alguna vez entregaba al bando protestante los nombres de los hombres del IRA a los que había que matar ahora está reprimiendo a los protestantes; y el IRA aún no ha entregado una sola pistola. Antiguos héroes como el reverendo Ian Paisley están cansados y callados mientras �ese bastardo de Gerry Adams� (el líder nacionalista irlandés) se ha convertido en un estadista de altura mundial.
Hugh Megarry se sienta a la mesa de la cocina fumando un cigarrillo tras otro. Cegado por un balazo católico a los 17 años, dejó un trabajo de músico de banda con los Fusileros Reales del Ulster y otro en el aserradero de J.P.Corry para irse a su cama y beber. Ahora, habiendo evitado el alcohol por años, se autodefine como un trabajador comunitario, pero dice que no ha pasado junto a los católicos de calle abajo �una distancia menor a la de un gol de media cancha� por 23 años.
Catorce de los 17 �muros de paz� de acero gris de Belfast, las �interfases� que se levantan a siete metros de altura entre las dos comunidades, están en el norte de la ciudad. Para Kate, esto no es suficiente. �Queremos una pared aquí para poder vivir sin miedo�, dice. La pareja mantiene una especie de libro de registro de incidentes donde anota las ofensas: cómo los chicos católicos gritan �vándalos�, o �putas naranja� desde cierta distancia, para entonces acercarse y romper las ventanas a pedradas. 
En general, se trata del fruto de 30 años de división. Pero, como están asustados y viven agazapados, los protestantes miran a cada padre católico que lleva a sus hijos a la escuela como a un hombre del IRA practicando un reconocimiento de las calles con un vistas a un próximo ataque. Al lado de la puerta de Kate Riley, una corona de claveles blancos de plástico marca el lugar donde unos borrachos simpatizantes del IRA asesinaron a un taxista protestante las últimas navidades. El IRA, que estaba bajo cese del fuego, administró su modo tradicional de justicia: dos tiros en las rodillas, dos en las ingles y dos en las muñecas.
La vecina de Kate, que hoy se sienta a su mesa, perdió su marido a manos de extremistas católicos durante su cumpleaños número 30 en 1974, mientras la pareja desempacaba sus compras en la cocina trasera. Entre Kate y su vecina, entre los paquetes de cigarrillos vacíos, hay un frasco de tranquilizantes del tipo diazepam. �Cuando asesinaron a mi marido, me privaron del derecho de tener hijos �dice la vecina�. Así que no me vengas con el modo correcto en que debemos tratar a esos chicos que van a la escuela de la Santa Cruz. Tenemos que proteger nuestra zona.�
La de ellas es una zona donde los trabajos en los astilleros han desaparecido hace mucho y donde el hijo del jefe de ambas tiene que hacer diariamente un desvío 12 kilómetros para evitar ser apedreado por los católicos. �Hasta que empezó todo este asunto de la escuela nadie sabía que ni siquiera podíamos pasar al lado de los católicos para ir de compras. Ahora todo el mundo lo ve. No me importa lo que piensen de nosotros; estamos jodidos de cualquier manera �dice Kate Riley, que pasó la mayor parte de los últimos 23 años como empleada de limpieza en una comisaría de Belfast�. Los católicos tienen la máquina de propaganda más grande del mundo. A nosotros nos han pintado como leopardos, y tal vez tengamos que actuar como leopardos. Esos católicos han conseguido más de lo que alguna vez soñaron. ¿A ustedes, en Inglaterra, les gustaría si los indios y paquistaníes vinieran y les dijeran que no pueden izar su bandera nacional?�
El jueves pasado, los protestantes de la Santa Cruz intentaron desesperadamente ganar posiciones propagandísticas. A las 4 de la tarde mostraron a los medios a un niño protestante inválido que no podía llegar a su jardín de infantes porque la policía estaba bloqueando la calle para proteger a los niños católicos. La prensa mundial observó mientras el niño, rubio, de ojos celestes, asombrado y halagado por la atención que concitaba se hamacaba en su silla de ruedas. Su madre relató cómo la policía la había arrojado a golpes dentro de un jardín después que la bomba molotov de esta semana hirió a cuatro agentes. Otra víctima se bajó los pantalones para mostrar un moretón en una nalga. El show terminó cuando el niño fue retirado de la escena con su silla de ruedas. �¿Cuántas víctimas hubo?�, inquirieron los periodistas. Nadie parecía saberlo.
En la oficina de Sinn Feif en Falls Road los funcionarios eran mucho más cuidadosos con sus números. Una pregunta sobre los ataques lealistas contra los católicos �una campaña bien orquestada para echar a los católicos de las áreas protestantes, usualmente con bombas de cilindro� basta para que inmediatamente aparezcan tres páginas cuidadosamente impresas que detallan 169 incidentes. Un joven abogado que integra un equipo de ocho agentes de prensa habla de la escuela de la Santa Cruz como si se tratara de Alabama. El joven es lo suficientemente astuto para saber que la verdad es otra, pero durante toda esta semana los paralelos con el modo en que los racistas norteamericanos blancos impedían a los chicos negros ir a la escuela han sido demasiado deliciosos como para dejar de lado. 
El viernes, después de una breve visita al funeral de un adolescente protestante de 16 años que fue atropellado por una católica �ahora acusada de su asesinato�, la prensa mundial abandonaba Belfast a través del nuevo aeropuerto, que costó 43 millones de dólares. El tema también estaba muerto. El Nuevo Belfast, con su nuevo Hotel Hilton, centro de conciertos Oddyssey y sus departamentos en penthouse a lo largo del río Lagan, quedaba atrás con sus viejas heridas. En la protestante Shankill Road, donde hace tres semanas extremistas católicos mataron a un trabajador nocturno protestante a golpes de destornillador, el diario en el quiosco local trae detalles de cómo la madre del chico protestante de 16 años había llegado al centro de la escena justo a tiempo para acunar su cabeza mientras él moría. La vitrina de la ferretería de al lado está cubierta de pequeñas banderas británicas de plástico que se venden por 72 centavos de dólar, mientras las grandes, de seda, de venden a 5,70 dólares cada una.
El padre Troy, de vuelta en el monasterio de la Santa Cruz, medita mientras tanto una nueva idea para seguir adelante. Quiere pedirles a los católicos que remuevan las banderas que distinguen su territorio. Bienaventurados sean los pacificadores, porque tienen un largo camino por recorrer.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.

 

 

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