Por Julián Gorodischer
Luis Biondi, estudiante de Ciencias de la Comunicación, sugiere un título para esta nota: �No somos chicos �Gran Hermano��. La sentencia gusta, también, a Máximo Sacca y los dos se entusiasman creyéndose distintos a los habitantes de la casa. Cual conjura de los necios, los continuadores de la saga expulsaron, primero, a los autodefinidos �pensantes�, los dos que impusieron cierta distancia frente al llanto posterior a las nominaciones, los odios y amores viscerales. Si el �Gran Hermano 1� fue misógino desde el vamos, y dejó ver una alianza de varones para limpiar la casa de chicas, éste podría decretar el triunfo de la �gente simple�. Por oposición, nada tendrían que hacer allí un soberbio, un peleador o una �rayada� como Carolina, que ahora concentra repudios en la casa de Martínez.
Lucho y Maxi, por cierto, confrontaron desde el principio, sin mayor motivo, por el placer de provocar o la imposibilidad de hacerse entender con el resto de los compañeros. �Cometí un error�, dice Máximo, o �el irónico� o �el malo�, para sus detractores. �Tendría que haber entrado con un diccionario�. Ya afuera, aplacados los ánimos, miran la escena de �Gran Hermano 2� como sarcásticos espectadores que, pegados a la experiencia, despliegan un diario de la estadía: una crónica minuciosa de lo que se siente y se sufre en el encierro electivo rumbo a los 200 mil. Los dos primeros expulsados comparten un mérito: rompen con el género �relato de ex participante�, ese panegírico al aprendizaje que les brindó �la experiencia�, concebida como un abstracto. La mayoría, al salir, recuerda a los amigos �del alma�, ve el compilado preparado para emocionar y agradece la metamorfosis sufrida. Nunca habrá un anclaje fáctico: ¿una relación particular, una situación tan importante, la conciencia de haber sido un conejillo? Nada de eso: sólo podrán definirlo por la negativa: �Esto no es un juego�, dirán, para que no se desmerezca lo vivido.
Lucho tiene 27 años y trabaja como agente de seguros; Maxi, de 32, defiende su título de segundo mejor jugador de squash de la Argentina. Comparten el reparo frente al show y, por contrapartida, la atracción por el experimento exhibicionista. Se presentan:
Lucho: �A mí �Gran Hermano� nunca me pareció entretenido; no lo veía. El atractivo era la experiencia. Yo soy una persona que minimiza todo lo que le sucede. No me gustó lo que había para comer, ni que me despertaran con música.
Maxi: �Tenemos algunos puntos en común. Somos cínicos, somos muy críticos y ácidos los dos.
�¿Qué pasaba con ustedes en el momento de nominar, cuando tenían que entrar al confesionario?
L.: �Para mí, todo eso es muy morboso. Casi todos dicen que es un garrón elegir y que no saben a quién nominar. Las mujeres se hacen las que dudan, pero están seguras toda la semana. Después, sentados a la mesa, aparece una paranoia terrible.
M.: �Nosotros dos fuimos los que desestructuramos el dramatismo de las nominaciones: hacíamos bromas. Yo miré la cama y dije: tendría que estar llorando.
L.: �Cuando supe que me iba, les dije: no quiero ningún aplauso. Sería patético, una mentira.
M.: �¿Aplausos por qué? El aplauso llega como un reconocimiento. Y nosotros, ¿qué hicimos? Un aplauso o la definición de �mi valiente� los merece un tipo que se levanta a las seis de la mañana y trabaja catorce horas por día.
�¿Qué piensan de las intervenciones del �Gran Hermano�?
M.: �Me parece una interferencia en demasía. Tendríamos que tener absoluta seguridad de equivocarnos. La advertencia es innecesaria y está fuera de lugar.
L.: �Nosotros, como si lo hubiera ordenado el Gran Hermano, les dijimos a las chicas que teníamos que ir más al sauna en parejas mixtas. Después, la producción nos pidió que no lo hiciéramos más.
M.: �Una vez, até al perro porque estaba haciendo pis en toda la casa, y la voz me dijo que �los perros no se atan�. Lo desaté, porque no hay posibilidad de cuestionamiento a una orden, y después pregunté: ¿por qué los perros no se pueden atar? Gran Hermano se puso loco: me cagó a pedos como nunca nadie lo hizo en mi vida. Pedí un descargo y no me dejó. Lo único que pretendía era una explicación.
�¿Cómo ven a sus ex compañeros?
M.: �Nunca entendieron absolutamente nada de lo que yo les hablaba. Lo peor es que estaba muy prejuzgado. El razonamiento era: �No lo entendemos a Maxi, por ende es un hijo de puta�. Creé un personaje soberbio porque pensé que lo iban a entender seguro, como necesidad de sobrevivencia. Estaba todo mal: uno me quería pegar, con otro estaba todo mal. Apenas salí, llamé a gente superácida como yo y les pedí que me dijeran lo que habían visto. Yo no derramé una lágrima: eso a la gente no le gusta. Otros lloran y dicen que si se van se suicidan. No mostré lo suficiente para que me quisieran, mis virtudes: soy honesto hasta la médula.
L.: �No me quiero meter, pero... ¿estás seguro de que sos tan honesto?
M.: �No, es cierto, no le dije a la producción que había participado y ganado en �Solos en la casa�, el reality show de Canal 13. Pero si lo decía, ¿acaso me hubieran seleccionado?
�¿Y qué opinan del recorrido que les imponen por los programas de Maru Botana, Susana, Tinelli?
L.: Es divertido y muy gratificante. No me importa el ridículo.
M.: Me divierte mucho más una charla que participar de �Versus�.
�¿Por qué el público no avala el sarcasmo?
M.: �En �Gran Hermano� gana siempre el anti Gastón. Ser huérfano, por ejemplo, es un valor.
L.: �Yo me quedo muy tranquilo con lo mío, siempre fui yo. Al otro chico (Gonzalo) le estaban cortando un sueño. Y lo prefirieron y me votaron a mí, una persona que si se iba o se quedaba le daba lo mismo.
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