Por
Gustavo Veiga
Anatoli Karpov es un hombre inescrutable. Sus movimientos parecen calculados,
su sonrisa de molde y sólo sus ojos saltones le dan un aire de
tipo vivaz. Por las fotografías podría presumirse que tiene
más estatura, aunque no es así. Su cara regordeta y algunas
canas que asoman en su cabellera revuelta señalan que los años
no pasan en vano. El ruso ya lleva unos días en Buenos Aires jugando
el Magistral Najdorf y conversó durante media hora con Página/12
en un hotel del Abasto. Allí, esa imagen de personaje un tanto
inabordable, acaso alimentada por su envergadura como ajedrecista, se
fue desdibujando con el transcurrir de la charla. Inclusive, cuando la
intérprete Laura Sverdlick le indicó que estaba por comenzar
la presentación del torneo, no ocultó que hubiera deseado
seguir conversando. Y es que, más allá del juego ciencia
que él escogió como norte en su vida, la política,
la economía y la situación del mundo también le resultan
interesantes.
¿Cuántas visitas realizó a nuestro país?
Son seis o siete.
¿Se acuerda de cuántos torneos internacionales lleva
ganados?
Sí, son 153.
¿Cuánto debe tener un ajedrecista de estudio y cuánto
de talento natural?
Es difícil medirlo. No podría ponderar lo que implica
de ciencia, talento y razonamiento.
¿Sigue considerando importante el estudio del ajedrez en
las escuelas?
En Rusia tenemos escuelas especiales para chicos talentosos en diferentes
regiones. Y ahora han comenzado programas en escuelas comunes con un objetivo
experimental.
¿Usted supervisa o conduce alguna de ellas?
Sí, soy el presidente de una, en la que estoy desde sus comienzos.
Es una escuela especial que dirijo yo.
¿Cómo haría para determinar la aptitud precozmente?
Aunque no es mi especialidad, ya que trabajo con jóvenes
que tienen un cierto nivel en el ajedrez, hay quienes pueden distinguir
el talento entre los más chicos. A los cuatro o cinco años
ya se puede saber.
¿Cómo ubicaría a la Argentina por su cantidad
de aficionados al ajedrez y el nivel de sus jugadores?
En este país hay bastante interés por el ajedrez y
lo descubrí en sus grandes ciudades, donde incluso se enseña
en escuelas. Lo comprobé el año pasado en Córdoba,
Mar del Plata, Rosario y Mendoza. En esos lugares jugué partidas
simultáneas y había muchos jóvenes.
¿La partida que disputó con el presidente Fernando
de la Rúa fue simbólica o en serio?
El año pasado ya me había reunido con el Presidente
y me había dicho que tenía más tiempo para jugar
al ajedrez. Pero ahora las cosas se pusieron más difíciles
y casi no le quedan momentos libres. Sí me resultó claro
que el juego es uno de sus hobbies. Pero el otro día, la partida
no llegamos a completarla.
¿Cómo juegan los políticos al ajedrez?
Depende de quién se trate sonríe por primera
vez. Algunos, bien.
¿Por qué cree que en la ex Unión Soviética
y todavía hoy en sus ex repúblicas siguen apareciendo tantos
talentos del ajedrez?
Eso sucede desde hace varias centurias. Yo no sé. Ni tengo
idea cómo llegó a Rusia. Acaso nuestra idiosincrasia haga
que seamos buenos para el ajedrez. Recuerdo que siempre fue muy popular
entre los escritores famosos de mi país.
De Rusia a EE.UU.
¿Le incomoda que lo sigan mencionando como un símbolo
de la ex Unión Soviética, como si eso fuera ofensivo para
su imagen?
Esa es una impresión muy antigua. Considero que es un error.
Se creó ese mito y, de alguna manera, se alimentó por el
encuentro con Bobby Fischer, aquello de Occidente contra Oriente. Luego
se volvió a hablar del tema cuando jugamos dos veces por el título
mundial con Korchnoi. Pero yo estoy orgulloso de haber representado a
mi pueblo y del modo como lo hice. Ahora bien, la imagen de la que usted
me habla ya desapareció. Incluso, mientras estas idioteces se decían
en Rusia, yo era bien recibido en Estados Unidos y declarado ciudadano
honorario.
¿Su enfrentamiento con Garry Kasparov es ideológico
o deportivo?
Es personal. Somos completamente diferentes de carácter,
en la forma de ser, en las ideas... El es muy agresivo y muy egocéntrico.
¿Qué piensa de la utilización del ajedrez por
la política que lo afectó a usted durante tantos años?
Mire, aunque yo tengo mis inquietudes más allá del
juego, siempre pensé más en las ventajas que en las desventajas
de esa situación. Con respecto a otros deportes, el ajedrez a mí
me permitió encontrarme con mucha gente en un contacto directo,
frente a frente. Por ejemplo, cuando doy simultáneas. En cambio,
el que juega fútbol no puede hacer eso dentro de una cancha. Yo
reivindico al ajedrez como un vehículo muy importante para crear
relaciones amistosas con el público.
A propósito, ¿tiene amigos en el ambiente ajedrecístico
argentino?
No, aunque sí en Chile, de donde es mi amigo el gran maestro
Iván Morovic. Aquí he mantenido muy buenas relaciones con
Miguel Najdorf y también con Víctor, su yerno, que está
en la organización de este Magistral. Tampoco me quiero olvidar
de Oscar Panno, a quien conocí en 1970, en Caracas.
¿Qué recuerdos tiene del Viejo Najdorf, como aún
lo llaman con calidez aquí?
Fue una persona excepcional. Era un hombre extraño porque
hablaba todos los idiomas, pero ninguno correctamente (aquí se
tienta y vuelve a sonreír). Mezclaba diferentes lenguas, como el
inglés, el español e incluso cuando hablaba en este idioma,
intercalaba palabras en ruso o polaco. Miguel era muy amigable. Un hombre
querible, de quien tengo un muy buen recuerdo.
Chernobyl y el desarme
Usted es un hombre polifacético. ¿En cuántos
organismos está involucrado en la actualidad?
Son cuatro, más allá del ajedrez. La primera es una
fundación pacifista. También encabezo una sociedad protectora
de animales domésticos, que en Rusia es un gran interrogante. Además
estoy al frente de una fundación por las víctimas de Chernobyl
y hace un mes me convertí en el presidente de otra institución
por el desarme nuclear que tiene su sede en el cantón de Zug, en
Suiza. Y no me quiero olvidar de que soy embajador de la Unicef.
Su militancia a favor de las víctimas de Chernobyl, ¿está
emparentada con los problemas que padeció en su niñez, cuando
por vivir cerca de una central nuclear comprometió su salud seriamente?
No, no... Sucede que perdí a un primo por una catástrofe
similar a la de Chernobyl. Sufrimos mucho en mi familia por él,
que era un buen deportista; hacía ciclismo y yachting. Probablemente
pasó muy cerca de una zona de riesgo y murió a los 33 años,
de leucemia. Pero a mí no me preocupa sólo la gente de Chernobyl
sino toda la que está expuesta en la ex Unión Soviética
a las radiaciones por las pruebas nucleares. Sobre todo, en la parte sur
de los montes Urales, cerca de donde vivía yo y también
en Kazajstán. Mi compromiso con estas cuestiones me llevó
a trabar relación con gente de Nevada, en Estados Unidos, que también
ha sido afectada por las pruebas en el desierto.
¿Dónde reside actualmente?
En Moscú.
¿Cómo es la vida actual en esa ciudad y después
que pasó más de una década desde la Perestroika?
Moscú está muy bien, está mejorando año
tras año. Hay grandes cambios y esto se debe a que tiene un gran
alcalde. Aunque la situación económica no es tan buena,
porque hay mucho desempleo y gente sin vivienda. Hay homeless. Esto no
es nuevo en mi ciudad y, por supuesto, no resulta agradable.
China, un gran poder
¿Qué ha tenido para usted de positivo y qué
de negativo el desmantelamiento del Estado soviético?
Hay que separar dos cosas. El colapso de la Unión Soviética
y la modificación del sistema político. La caída
de la URSS fue un gran error para todas las naciones que la formaban y
un gran problema para el resto del mundo. En cambio, el nuevo sistema
político es bueno porque la gente es completamente libre. Pero
tendría que haber cambiado el liderazgo dentro del contexto de
la Unión Soviética. Hoy, sólo tres países,
Estonia, Lituania y Letonia están felices de ser independientes.
Todos los demás sufren muchas dificultades.
¿Ni siquiera se salva la rica y extensa Ucrania?
En las últimas entrevistas que le hicieron a uno de los políticos
que desmembró la Unión Soviética, ahora reconoce
que fue un grave error. Ucrania es un gran desastre económico y
pese a que tiene la esperanza de que Occidente le preste ayuda, esa ayuda
nunca llega. Sólo reciben promesas y nada más.
¿Qué piensa del mundo unipolar liderado hoy por Estados
Unidos?
En realidad, no hay un mundo unipolar porque China está creciendo
de manera enorme y la gente no se da cuenta que es un gran poder actualmente.
Además, en el futuro cercano China seguirá tomando iniciativas
internacionalmente. Y no sólo va a tratar de resolver sus propios
problemas internos. Los chinos son cada vez más activos fuera de
sus fronteras y más poderosos. Y yo no estoy de acuerdo cuando
hay una sola potencia y ésta es extremadamente fuerte, porque puede
hacer lo que quiere. En ese contexto, el colapso de la Unión Soviética
fue un error porque desequilibró la balanza del poder planetario.
¿Eso quiere decir que, para usted, China hizo mejor las cosas
que la ex Unión Soviética?
La diferencia radica en que los chinos se dieron cuenta de que no
se podían hacer todos los cambios al mismo tiempo y ése
fue el gran error de Gorbachov, que encaró todo simultáneamente,
en lo político y en lo económico. China, además,
es una nación muy grande tanto por su territorio como por su población.
Son mil millones de personas y eso la hace diferente a todos los demás
países.
¿Cuál es su visión sobre países como
la Argentina?
Creo que naciones como ésta deben tender a mirar con atención
la experiencia de los países europeos, que unificaron sus monedas
en una sola. Tenían la necesidad de generar una unidad. El futuro
se plantea en los mercados regionales, que en esta zona del mundo pueden
formar países como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay.
Esa va a ser la tendencia a seguir.
Cuando el tiempo de la entrevista concluye, Karpov ya no es el mismo personaje
que lucía rígido al principio. Está más distendido,
saluda en inglés y, por supuesto, antes de alejarse nos queda muy
claro que durante el último tramo del diálogo no opinó
como ajedrecista. El ex campeón del mundo, uno de los mejores en
la historia del juego ciencia, es también economista. Se graduó
en la Facultad de San Petersburgo y se doctoró en la Universidad
de Moscú.
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