Por
Eduardo Fabregat
Fue
el mejor comienzo para el ciclo que, durante todos los viernes de setiembre,
realizará este diario en la cálida sala de Belgrano al 1700.
Es que, si las futuras presencias de Horacio Molina, Cuatro Vientos y
Teresa Parodi permiten avizorar noches plenas de tango, caños virtuosos
y auténtico folklore del Litoral, la Pequeña Orquesta Reincidentes
tiene el especial gusto de lo impredecible. En algún momento demostraron
manejar con solvencia un rock oscuro y bien electrizado, pero desde la
edición del disco con el que ampliaron su nombre original de Reincidentes,
el quinteto viene haciendo del escenario un espacio de experimentación
y reformulación sonora. Con ello pasaron a ocupar ese extraño
lugar de los que no pueden ser definidos por ninguna etiqueta fácil:
ni siquiera por la caracterización más obvia que puede surgir
de una primera lectura de sus canciones, la de unos muchachos ultradark
en franca competencia por a ver quién tiene la letra más
triste.
Pero no se trata
de tristeza. En la velada del viernes, Sticks & Stones,
el tema de apertura del disco Pequeña Orquesta Reincidentes dio
uno de los mejores ejemplos de aquello que el cantante Juan Pablo Fernández
definió en la entrevista con este diario: La mayoría
de nuestro público considera a la melancolía una virtud.
Entonces, esa dulce canción que se apoya en un ritmo ralentado,
en un piano como al azar, en el particular sonido del banjo, sumerge al
público en un clima que está más cerca del disfrute
que de la tristeza... aun cuando se oiga al mismo Fernández enunciar
que las manos no sirven para arreglar esas cosas que no se ven
o que sólo mis huesos me hacen creer que estoy de pie.
Pero la Orquesta está de pie, y toca. Y a la hora de tocar, a pesar
del nombre y a pesar de los trajes y corbatas, no se anda fijando en formalidades.
Valen los ejemplos de Pedroncini tocando el banjo con arco, o Guerra concentrándose
por momentos en todo el contrabajo y no sólo las cuerdas, o Vintrob
(ese tipo que, allá atrás de su batería, tiene un
asombroso parecido con Jean Reno) rozando unas chapas con una llanta de
bicicleta para el oscurísimo Crack. Todo suma, sobre
todo si suenan piezas como Desconsuelo o El egoísta,
que comenzó a liquidar la velada con el soplido del acordeón
de Pesoa. En ese sutil entramado que ofrece el grupo, también,
tiene mucho que ver ese público que enarbola banderas melancólicas
y hasta se desgañita pidiendo antigüedades como El hombre
de manos gastadas y Lázaro, dos canciones de
Tarde, primer casete recientemente reeditado en CD. Es que la noche del
viernes, como otras citas de la Pequeña Orquesta, tuvo algo de
misa, de silencio y atención ante esos mínimos detalles
que hacen de cada canción un pequeño mundo a investigar.
Por eso, seguramente, la sala se llenó desde temprano, y por eso
llegó un momento en el que hubo que abrir las puertas y habilitar
el hall para los rezagados, que incluían varios men in black de
sobretodo oscuro y cara pálida. P. O. R. no apela a discursos de
militancia independiente ni a arengas pro-melancolía, sino que
deja que las canciones se hagan cargo. Siempre fuimos muy conscientes
de ser muy claros con lo que decíamos en cada momento, dijo
Fernández a este diario. Sin quererlo terminábamos
generando instantes fuertes, de eternizar ciertas cosas, darles todo elpeso.
Todo el peso, entonces, tuvieron canciones como El portugués
(¿Quién es libre si el pasado es vicio pa escapar?
/¿Quién es libre, si ese mismo envión te hace regresar?),
La visita e incluso Cruz de Qué sois
ahora, un disco que en 1999 pasó injustamente inadvertido,
que se permite un chiste final con eso de Che, este de River Cruz,
¿juega en Holanda?.
Con eso, con la convicción de su ideario artístico, en la
sala de la Sociedad de Distribuidores, Pequeña Orquesta Reincidentes
siguió modelando su temporada de décimo cumpleaños,
en la que las satisfacciones parecen ser más que las incertidumbres
de ser músico en la Argentina. Más allá de
los momentos malos o de melancolía, nosotros la pasamos bien, tenemos
buenas vidas, dicen ellos para desmentir eso de la darkosidad permanente.
De todos modos, no hace falta: alcanza con prestar suficiente atención
para comprobar que en el quinteto de corbatas no hay lugar para un solo
trazo de caricatura.
|