Por
Silvina Szperling
En
el arco que va de su Vicente López natal y de una adolescencia
como frecuentador de milongas a ser designado padrino del Festival de
Tango de Buenos Aires y elegido uno de los 3 mejores
bailarines del siglo XX por voto popular, median 43 años y varios
pares de suelas gastadas en la vida de Miguel Angel Zotto. Criado en cuna
de tango, hijo y nieto de bailarines, Zotto apareció en el mundo
del espectáculo cuando, en un mismo año (1985) conoció
a Ana María Stekelman, a quien entrenó y acompañó
sobre las tablas de Michelángelo en Jazmines, y a Milena Plebs,
una bailarina contemporánea del Ballet del San Martín a
quien inmediatamente se unió conformando rubro artístico
y vital. La pareja aunó tango y danza contemporánea en un
intercambio profundo, que la catapultó al plano internacional,
gracias a su participación en el exitoso Tango Argentino. Más
tarde se independizaron del combo intergeneracional, gestando Tango x
2, un título que alude tanto a su espectáculo fundacional
como a la compañía que creó. Una noche de tango fue
estrenado en 1996 en Buenos Aires y ya ha recorrido Estados Unidos, Centroamérica
y Europa, con gran éxito de público y crítica. El
espectáculo está dividido en dos secciones, que representan
la Milonga (así, con mayúsculas) y el cabaret de lujo. Es
un trabajo que remite constantemente al cine, en parte por la puesta de
luces de Thierry Dubief, que combina refinamiento con realismo (un par
de faroles en escena, unas ristras colgantes de luces de colores) y también
por su estructura en cuadros, en los que los intérpretes van asumiendo
los distintos roles que este recorrido casi antropológico por los
matices del tango requiere. Hasta los cantantes van cambiando de personajes,
sorprendiendo en más de una ocasión al público y
las expectativas clásicas.
Ricardo Marín hace de mozo de bar y de cantante profesional en
Muchachos comienza la ronda, y la estilizada Cecilia Casado
va de una cocorita que evoca a la Merello en El choclo a una
mujer desengañada en Malena. Los cantores también
tienen permiso para dibujar unos ochos en ciertos momentos, y no lo hacen
nada mal. Con la presencia permanente de la orquesta elevada sobre el
foro, cuya versatilidad y garra son apoyo para todo el show, los bailarines
utilizan el escenario convertido en pista poblando el teatro de imágenes
de los años 40 y llevando un ritmo que no decae. De la primera
parte, se destacan Desde el alma, bailado por Sol Amaraz y
Gabriel Misse, La práctica con los varones del elenco bailando
entre sí al son de una antigua publicidad radial de Geniol, La
cumparsita, con Zotto y Soledad Rivero convertidos en Valentino
y Natasha Rambova y Milonguenado en los 40, con Erica Boaglio y
Adrián Aragón, a la sazón, asistentes de coreografía
del espectáculo.
En la segunda parte, la escenografía de Roberto Almada se transmuta
de marrón a blanco y el vestuario de Jorge Ferrari (con esas telas
de maravillosa caída que son su marca registrada) troca los trajes
de calle de los hombres y los vestidos a media pierna de las mujeres por
smokings y vestidos largos en negro y blanco. La luz se hace más
fulgurante y toda la compañía se convierte en una manga
de pitucos que baila el tango a la francesa. Alguien grita ¡Aquí
está el tango argentino! y las parejas Zotto-Rivero y Boaglio-Aragón
salen taconeando una milonga para demostrar cómo es en realidad.
Muchos más números vendrán, todos de altísima
precisión, fina estampa y cierto lujo en el vestir y el movimiento.
Con un elenco sin fisuras, completado por las parejas Jesús Velázquez-Natacha
Poberaj y Gabriela Lavagnino-Leandro Oliver, Zotto lleva a la platea por
un recorrido nostálgico que no tiene un ápice de melancolía.
Claro, tampoco de conflicto. Una panorámica subjetiva de excepción
sobre un período caro al ser nacional.
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