Por
Claudio Scaletta
Los
argentinos son más pobres de lo que hasta ahora creían.
Lejos de crecer, durante los años 90 la economía permaneció
estancada e incluso registró una leve retracción. Una medición,
realizada en base a metodología de la OCDE, muestra que el Producto
Interno Bruto (PIB) de la Argentina equivale a 161 mil millones de dólares
y no a los más de 285 mil millones que destacan las cifras oficiales.
Los números, obtenidos por el economista e investigador Juan Iñigo
Carrera, dan por tierra con el último mito del actual modelo: el
del crecimiento acelerado en la primera mitad de la década del
90. Y obligan a una revisión de los parámetros internacionales
de la economía argentina, como por ejemplo el verdadero ingreso
per cápita, que se reduce casi a la mitad, y la temible relación
deuda pública/PIB que llegaría prácticamente al 80
por ciento. Presenta también, por primera vez, un indicador consistente
en la magnitud de la sobrevaluación de la moneda local que, a mayo
del 2001, equivalía a 1,73 peso por dólar.
El PIB es el indicador utilizado para medir la cantidad de bienes que
produce una determinada economía. De acuerdo con los números
oficiales, en la década del 90 la Argentina creció,
en promedio, un 26 por ciento más que en el período de estancamiento
75/89, llegando a representar, en el 2000, 285 mil millones
de dólares. Según destaca Iñigo Carrera, el
ritmo de crecimiento en los 90 llega incluso a ser más rápido
que el de los Estados Unidos, en una década caracterizada por una
fuerte expansión de éste. El resultado de un crecimiento
de semejantes proporciones determinó que la Argentina tenga una
economía de tamaño similar al de las más avanzadas
del mundo, como por ejemplo Bélgica (264.400 millones), Suecia
(275.400) o Austria (226.300). Y con ingresos per cápita similares
a los de los de las economías asiáticas más dinámicas,
como Corea del Sur, todos países que son reconocidos en el mundo
por sus productos industriales.
La dificultad para encontrar justificativos para un aumento de la productividad
superior al que contemporáneamente experimentaban las economías
más desarrolladas del planeta llevó a muchos investigadores
a dudar de las cifras oficiales. Sin embargo, en los términos tradicionales,
la medición del producto no mostraba fallas. Así, en tanto
se trata de un indicador del volumen físico de la producción,
para su valuación, las cantidades producidas se transforman a dólares.
En teoría, este mecanismo permite contar con una medida homogénea
de comparación internacional. Para poder cumplir con este requisito,
los valores se miden a precios constantes con respecto a un año
base. Es esta medición la que muestra para los años 90
un crecimiento del PIB del 26 por ciento con respecto al período
75/89 y del 73 por ciento con respecto a la etapa 60/74.
Pero, puesto que el PIB es un indicador de volumen físico que se
valúa a un determinado precio, Iñigo Carrera sostiene que
el problema de la medición oficial se encuentra, precisamente,
en sus precios implícitos. El razonamiento se clarifica con una
analogía. Si alguien tiene una fábrica que duplica su producción,
mientras que el precio de sus productos se reduce a la mitad, se encontrará
con que su riqueza final será la misma. De igual modo, la riqueza
social no depende sólo del volumen físico de lo que se produce
sino del precio de esa producción.
Está claro entonces que la solución al problema consiste
en analizar los precios implícitos del PIB argentino utilizando
una serie estadística depurada de la inflación, es decir
en dólares de paridad y poder adquisitivo constante
a nivel internacional. Para esto, la investigación de Iñigo
Carrera recurre al instrumental de medición proporcionado por la
OCDE, la cual compara internacionalmente los PIB mediante un índice
de paridad de poder adquisitivo de las monedas nacionales. Como
las valuaciones de los PIB se hacen al tipo de cambio oficial de cada
país, la OCDE utiliza una comparación entre cantidades físicas
homogéneas. Paraeste fin construye una canasta compuesta por 2900
bienes y servicios de consumo, 34 servicios gubernamentales, educativos
y de salud, 186 tipos de equipos y 20 tipos de construcción.
Así, en términos puramente internos, el valor del PIB de
la Argentina alcanzaba en el período 60/74 para comprar
18 millones de estas canastas de bienes y servicios (en término
de los precios internos al consumidor). En el 75/89 equivalía
a 24 millones de canastas. En tanto, el promedio del período 90/00
sólo alcanza para comprar 22 millones de canastas. En términos
totales, el resultado es una fuerte caída de los precios implícitos
del PIB que determinan un estancamiento durante los 90 y sitúan
su valor en el año 2000 en 161 mil millones de dólares.
Una valuación un 43,5 por ciento abajo de la oficial.
Si se considera el poder adquisitivo del producto por habitante (per cápita),
el trabajo muestra un resultado más dramático. La población
promediaba los 23 millones en el 60/74, 29 millones en el
75/89, para alcanzar los 34 millones de personas en el promedio
del período 90/00. Estas evoluciones relativas
implican una equivalencia de 0,77 canasta por habitante en el período
60/74, de 0,84 en el período 75/89 y de
sólo 0,63 en el período 90/00, siendo también
éste el nivel correspondiente al año 2000.
En síntesis, durante los 90, el valor del PIB, antes que
crecer aceleradamente como siempre se dijo, queda un 10 por ciento por
debajo del valor promedio del período 75/89, con lo
que el volumen físico incrementado encierra una masa menor de riqueza
social. Según Iñigo Carrera, en el mejor de los casos,
el valor producido anualmente por la economía argentina ha permanecido
estancado, y más bien en retroceso, durante el último cuarto
de siglo. En términos de comparación internacional
esto significa que si en 1960 la economía argentina representaba
el 3,1 por ciento de la estadounidense, en el 2000, esa proporción
cayó al 1,6 por ciento. Se pone de manifiesto entonces que la crisis
actual refleja también que la escala de la economía
argentina choca contra una limitación estructural que no logra
superar.
En otro orden, la misma metodología utilizada para homogeneizar
en términos absolutos las cuentas expresadas en distintas monedas
nacionales, sirve también para medir el grado de sobre o subvaluación
de una de ellas respecto de otra. En el mejor de los casos sostiene
Iñigo Carrera, la paridad cambiaria a mayo del 2001 no correspondía
a la relación un dólar igual a un peso sino a un dólar
igual a 1,73 peso.
Entre los efectos determinados por la sobrevaluación del PIB, destaca
también su relación con el endeudamiento público.
Si la deuda del Estado (nacional y provinciales) se encuentra en torno
al 50 por ciento del PIB, se la considera dentro de estándares
internacionales. Muy distinta es la apreciación si se trata de
niveles próximos al 80 por ciento, como sería el caso con
un PIB de 161 mil millones, más cuando se trata de una deuda mayoritariamente
exigible en dólares.
Aunque lejos de volverse un número alentador, hay una sola proporción
que se transforma positivamente. Los 26.405 millones exportados durante
el 2000 representan ahora el 16,4 por ciento del PIB. Más pobres,
pero más integrados al mundo.
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