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LA BIENAL INTERNACIONAL DE VALENCIA
Arte a la valenciana

Con gran despliegue visual y mucho poder económico, la ciudad española ha pasado a integrar la lista de las sedes que alojan bienales de arte para pelear su lugar como capital cultural.

Por Valeria González *
Desde Valencia

Valencia acaba de sumarse a la lista de ciudades que alojan bienales internacionales de arte. La iniciativa agrega un capítulo a la política de competencia por la titularidad dentro de las capitales culturales del mundo. Organizado por la Generalitat Valenciana, y con un presupuesto jugoso, mayormente aportado por fondos privados, la muestra, que sigue hasta fines de octubre, se articula en torno del lema “Nuevo Mundo: Comunicación entre las Artes”. Además de la consabida alusión al borramiento de los géneros en la producción artística contemporánea, el título convocante fundamentó algunas decisiones que dan a esta bienal un sello particular. En primer lugar, el término comunicación fue entendido en sentido publicitario. El director general, Luigi Settembrini, no se ajusta al perfil del tradicional curador; es un experto en marketing cultural.
La I Bienal de Valencia se compone de diversas muestras paralelas (ver recuadro). La noción de espectáculo tiñe el conjunto. Y la ciudad entera fue pensada como su escenario. En la Gallera, antiguo lugar para peleas de gallos, se presenta la videoinstalación de Scanner, que reitera, en su formato y estructura temporal, la figura circular del edificio. El Almudin, almacén medieval restaurado, aloja una instalación escenográfica concebida por el cineasta Emir Kusturica y el director teatral Mladen Materic. El contenido de la obra es directo: una porción de tierra arrancada en Sarajevo se desplaza, como una isla a la deriva, en medio de sonidos bélicos y signos religiosos. También se incorporó la zona marginal del puerto, recientemente reciclada. Allí tiene lugar el evento nocturno del grupo Dumb Type, a base de proyecciones sobre formas de humo que a veces se desvanecen por la brisa marina.
El espectáculo inaugural, encargado a La Fura Dels Baus, tuvo como telón de fondo a L’Hemisferic, símbolo edilicio de la Valencia moderna. El ojo gigante del arquitecto Calatrava, foco de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, fue la plataforma perfecta para esta bienal que mira al futuro. La idea de comunicación volcada al entorno urbano resulta en un emplazamiento plural que cohesiona las distintas partes de Valencia (y sus diversos estratos históricos) en un sentido dirigido hacia el nuevo milenio. No obstante el sentido claro de esta política cultural, no hubo, a diferencia de la última Documenta (1997), una apropiación ni una resignificación conceptual del espacio público.
Además de estas performances y dispositivos multimedia, la bienal cuenta con cinco muestras colectivas. El concepto de comunicación entre las artes se materializó principalmente en estrategias curatoriales. Para el núcleo cosmopolita se contrató al crítico Bonito Oliva y al cineasta Peter Greenaway. El creador teatral Robert Wilson dirigió una muestra grupal de artistas rusos. La resolución, en ambos casos, resultó divergente. Mientras en el primero los detalles escenográficos y el diseño espacial no afectan en lo esencial un montaje convencional y aséptico, Wilson borra la identificación y autonomía de las piezas y las incorpora como partes de una puesta autoral. Los trabajos de los artistas se enlazan en una estructura espacial compleja y, al ritmo de su recorrido cambiante, varían también las luces y el sonido. Las obras funcionan como elementos de un mismo organismo narrativo, que discurre entre la lenta voluptuosidad y el choque violento. Es una puesta orquestal, impactante y de alto efecto poético. La exposición del dúo Oliva-Greenaway, en cambio, presenta un montaje más clásico, que suma y reúne.
La Bienal de Valencia repite, más allá de sus novedades, la estructura consagrada por Venecia, y contrapesa el núcleo internacional con otro local. La muestra de jóvenes valencianos, a cargo del curador David Pérez, es la que más conservadora en cuanto al cruce de lenguajes. Se separó, endos edificios distantes, las artes plásticas de las artes “del tiempo” (poesía, música y danza), según la antigua taxonomía dieciochesca. Por último, la idea de comunicación fue propuesta como consigna a la población valenciana, invitándola a la participación. Para la festividad del Corpus, por ejemplo, con su adhesión popular y su colorido urbano, funcionó como contraimagen de este tipo de políticas culturales de implante.

* Crítica de arte, curadora y docente de Arte Internacional Contemporáneo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Para completar el menú
Además de los comentados en la nota, la Bienal cuenta con los eventos y secciones: “Iris, las noches del bien y del mal”, instalación en el Tinglado del Puerto, obra de Shiro Takatani, director artístico del grupo Dumb Type, con la colaboración de Fujiko Nakaya. “Líneas de Fuga (poéticas de la perplejidad)”, exposición colectiva de artistas valencianos emergentes, curada por David Pérez (San Miguel de los Reyes). En el Jardín Botánico se presentan funciones de poesía, música y danza contemporáneas. “Video rom”, muestra circulante de videoarte internacional curada por Cristiana Perrella, con diseño de Droog Design, forma parte de “La Bienal Móvil”, organizada por Massimo Tommaso Mazza. “Fanfarria: 11.509 notas para 2001 músicos”, evento musical de Carles Santos (El Hemisferic).

 

 

 

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