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La exclusión y la cólera
Por Julio Nudler


Desde algún lugar oculto de la periferia se concibe, prepara y lanza, a la hora señalada, el mayor atentado terrorista de la historia contra dos objetivos centrales en las dos principales ciudades de la superpotencia hegemónica. El tremendo golpe, sangriento e implacable, estremece el amor propio del país que ganó la guerra fría y que establece las ineludibles reglas de juego de la globalización, de cuyo kit forma parte un conjunto de recomendaciones sobre la manera de mostrarse amigables con los mercados y atraer capitales, y los castigos para quien no se doblegue.
Después de muchos años de creciente desigualdad, de un mundo cuyos abismos se han venido profundizando y en el que quedan pocas o ninguna esperanza para las muchas naciones rezagadas, Estados Unidos se enfrenta a un enemigo invisible, que ha sido capaz de entregarle la guerra a domicilio, por primera vez en la historia. Resultado de conflictos que se han ido descomponiendo, ante la arrogancia de las potencias capitalistas centrales, ahora ya parece tarde para negociar. Sólo hay sitio para la violencia.
Fronteras adentro, la Argentina vive una experiencia relativamente similar. Hay un establishment económico y académico-tecnocrático que monopoliza la �racionalidad�, aplicando en cada momento la �mejor política posible�, con consecuencias devastadoras sobre la mayor parte de la población. De pronto, desde esos suburbios sociales degradados surgen respuestas �irracionales�, como la de los piqueteros que cortan rutas. Llegados a este punto, no hay diálogo posible. Los discursos de uno y otro lado de las cubiertas en llamas carecen de palabras conectables.
Siempre se pensó que, además de facilitar la reducción de salarios, el desempleo disgregaba la protesta social, hasta que los desocupados descubrieron una manera efectiva de golpear al poder desde su exclusión. Ni siquiera lo hacen en nombre de una concepción específica de la sociedad, y mucho menos de la economía, más allá de ciertas reivindicaciones primarias. Al establishment se le torna difícil descubrir la forma de ahogar esa contestación, que no surgió de las aspiraciones sino de la desesperación, de la miseria más que de la pobreza.
La concentración de la riqueza y del poderío militar, de un lado, y el hundimiento de zonas enteras del mundo, del otro, tampoco instalan un modelo sustentable. A la larga, en algún momento surge la respuesta, simplemente tumultuosa o indiscriminadamente sangrienta, dando expresión a la impotencia y la cólera de miles de millones. 


 

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