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Nace una leyenda
Por Rodrigo Fresán
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Desde Barcelona
La cosa es así y, de tan increíble, sólo puede resultar verdadera: ayer por la tarde, después de almorzar, yo estaba ordenando mi biblioteca con la televisión encendida a mi espaldas. CNN, una de las mejores músicas de fondo que hay: la Historia como ruido blanco. En la mano sostenía una pesada novela del escritor norteamericano Don DeLillo de título Underworld �traducida al español como Submundo, creo� en cuya tapa aparecen las torres gemelas del World Trade Center envueltas en una mortaja gris de niebla. Me preguntaba si tenía ganas de volver a leerla cuando el adagio CNN mutó a fortissimo y ahí estaba, también, el World Trade Center, y niebla y, no, era humo. Y fuego. No se entendía muy bien. Alguien aseguraba haber visto a un avión estrellarse contra una de las torres y todavía no le creían cuando un segundo avión se estrelló contra otra de las torres. Después las dos torres �esas torres a las que yo había subido por primera vez coincidiendo con el estreno de aquella horrible remake de King Kong� se vinieron abajo. En minutos. Y ya no había nada ahí. Y de golpe, la tapa de esa novela milenarista de Don DeLillo �un escritor especialista en hacer buena ficción con las malas acciones del terrorismo, ya que estamos� se había convertido en una foto definitivamente antigua. Una foto de un pasado inmediato y, sin embargo, remoto. Lo mismo le ocurría al logo de la película de Woody Allen titulado Manhattan y a miles y miles de posters y postales y remeras. Paradoja: todavía nos podemos sacar fotos junto a la milenaria pirámide de Keops pero a menos de treinta años de su inauguración, el World Trade Center ha adquirido la resonancia mítica y fantasmal de la Biblioteca de Alejandría o el Coloso de Rodas o cualquiera de esas maravillas de un mundo �entonces y ahora� poblado por personas con ganas de hacer volar lo maravilloso por los aires. Nace una leyenda.
El perfil de Nueva York ha sido ahora alterado por la desaparición del World Trade Center del mismo modo en que el World Trade Center alteró en su momento el perfil de Nueva York. Y para todo aquel que haya estado en Nueva York, la muerte del World Trade Center �sí, los edificios también se mueren� es como si le hubieran alterado el propio perfil a lo bestia. Uno se reconoce en esa ciudad porque esa ciudad es el espejo de todos. No me toquen mi perfil, no me toquen la patria donde no nací pero donde me gustaría morir muy viejo y durmiendo.
A diferencia de lo que ocurre con otras monumentalidades urbanas, me consta que los neoyorquinos querían al World Trade Center y que no les importaba que, desde su construcción, hubieran aparecido edificios más altos: ninguno era más alto que las dos torres juntas, sonreían guiñando un ojo. Ahora lo que queda es revisitar el momento de la caída una y otra vez, en cámara lenta y desde diversos ángulos y, sí, ya se alzará un monumento conmemorativo en homenaje a los muertos y a los edificios muertos. Ahora todo es un monstruoso efecto especial como los de esas películas donde todo explota y que tanto le gustan a los norteamericanos. El problema es que Bruce Willis no aparece por ningún lado y, mientras escribo esto, nadie sabe nada y la sensación es que nadie quiere saber nada y todos se miran con cara de ¿pero qué pasa que no me despierto de esta jodida pesadilla? E-mails de amigos viviendo en Nueva York. Sintaxis de telegrama. Pocas palabras. No pueden creerlo. Debe ser más fácil, supongo, verlo de lejos y por la tele antes que asomarse a la ventana y encontrarse con esa columna de humo tan parecida a la de un volcán e igualmente devastadora mientras los evacuados suben por Madison cubiertos de polvo y hechos polvo. Está claro que hay muchos muertos ahí abajo, no está claro cuáles serán las consecuencias de todo esto. No cambiar de canal, seguiremos informando. Algo sí sabemos: hay contados instantes en la vida en que sentimos cómo la órbita de la Historia Universal intercepta la órbita de nuestra historia privada. Yo estuve allí, yo subí en esos ascensores 110 pisos, yo me asomé al borde de esa terraza. El viento erafuerte pero era uno de esos vientos buenos, un viento limpio que te limpiaba. Te parabas ahí arriba y te sentías un poco conquistador, un poco conquistado y el mundo entero se extendía hasta donde alcanzaba la fuerza del ojo y las ganas de ver y parecía que nada malo podía ocurrirte porque habías llegado muy alto, casi a un cielo sin infierno. Ahí arriba eras invulnerable. Pero no.
Sí, yo estuve ahí arriba.
Y cuando se lo cuente a mis hijos que todavía no nacieron, seguro, no van a creerme una sola palabra, y la última oración de Underworld �novela de Don DeLillo con dos edificios que ahora los ves ahora no los ves en la tapa� tiene una sola palabra y esa palabra es Peace.
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