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LAS TAREAS DE RESCATE ENTRE LOS ESCOMBROS DE LAS TORRES
“Es algo que uno no quiere ver”

Siete hombres, todos bomberos o policías, fueron rescatados de entre los escombros. En algunos casos, ayudaron los celulares. Aquí, protagonistas de la búsqueda �uno de ellos un voluntario argentino� cuentan cómo se sumergen en el horror.

Por Michael Ellison*
Desde Nueva York

Veinticuatro horas antes, Bill Coscarelli era un anónimo mecánico de motocicletas de Long Island, miembro de un grupo, los Angeles Guardianes, que patrulla lugares públicos. Pero ayer se transformó en un raro espécimen, un hombre que merece el nombre de héroe, que caminaba con paso lento por un área enorme que una vez fue el World Trade Center. Coscarelli tuvo su recompensa por pasar todo el día y toda la noche trepando entre los escombros: había ayudado a salvar la vida de una de las siete personas rescatadas donde quizás miles murieron haciendo su trabajo.
“Era un oficial de policía de la Autoridad Portuaria de Nueva York”, dijo Coscarelli, de 36 años, parado contra el telón de fondo de los restos de una de las torres, abierta como un petardo de Navidad, horripilante, una descuidada pieza de arte público. La mayoría de las siete personas rescatadas con vida del atentado eran, según se informó, bomberos y policías. Algunos lograron hacer conocer su posición gracias al celular que llevaban encima.
“Aparentemente estaba en el piso 64, y quedó metido hasta el cuello entre escombros, que tuvieron que retirar uno a uno. Dijeron que tendrían que amputarle su pierna, pero no lo hicieron –contó Coscarelli–. Estaban tratando de ver si podían identificarlo por el número de serie en su pistola. Movía su cabeza. Hablaba un poco diciendo ‘si’ porque todos le hablaban a él.”
Los trabajadores de rescate temen no poder identificar a algunas de las víctimas, muchos de ellas bomberos y policías, un hecho que hizo que la tarea fuera más dolorosa. Cientos de guardias nacionales con equipos camuflados y cascos, bomberos, policías y médicos se arremolinaron en el complejo del Trade Center, donde el polvo del día anterior se había convertido en barro por las mangueras que seguían jugando con el escombro compactado y los pedazos de metal. El elemento protector más popular eran los barbijos y cuando no había, la gente los improvisaba con pañuelos. En el suelo había un gran pedazo de aluminio, posiblemente parte de un avión; documentos y apuntes banales de oficina revoloteaban por ahí.
La operación de rescate provocó un atascamiento de tráfico en el área, donde grúas, camiones, ómnibus, vehículos de la policía y de los bomberos giraban unos alrededor de los otros. Los que luchaban contra el fuego, trabajando en turnos de 24 horas, llegaban en ómnibus y a menudo se iban con los ojos inflamados por los efectos del polvo de yeso. Los policías también llegaban en ómnibus y eran recibidos por el oficial con un apretón de manos.
Los trabajadores médicos llegaban en bicicleta, la única forma confiable de transporte en la parte sur de la isla de Manhattan, donde se hizo más difícil esquivar los límites impuestos por la seguridad más allá de la calle 14, donde comienza el downtown. Se establecieron áreas de descanso y el Ejército de Salvación aportó camiones de comida: sirvió pasta y ensalada gratis para la gente de los servicios de emergencia.
“¿Dónde van los voluntarios?” preguntó un hombre. Coscarelli, el Angel Guardian, le podría haber contestado. El hombre, un inmigrante de Argentina, contó cómo ayudó a salvar una vida en la oscuridad: “El oficial de policía estaba justo encima de los escombros. Estoy seguro que debo haber caminado por encima suyo unas 30 veces antes de darme cuenta que era un tipo. Subí a los estacionamientos y busqué gente en los ascensores. La gente está muerta en los sótanos. Encontramos dos cuerpos, cubiertos de polvo y metal, pero hay que pensar que ya pasaron 24 horas. También encontré un montón de cosas para usar, equipos de la policía y de los bomberos tirados por ahí. Había grandes pedazos de aluminio de los aviones. Es difícil encontrar gente viva. Encontramos algunas personas, pero estaban aplastados. No queda mucho de ellos, básicamente no queda nada. Estamos pidiendo bolsas pequeñas para los cadáveres. Marcamos las bolsas y ponemos ‘eso es un cuerpo’. Es realmente duro ahí”.
El voluntario cuenta cómo llegó. “Pensé, ‘no puedo ver esto por televisión solamente’. Si no lo hiciera me sentiría.... Fui a Brooklyn en auto y después caminé una hora para llegar acá. Probablemente volveré esta noche.”
Un camión de bomberos con la mayoría de sus ventanillas sin vidrios salió del lugar del desastre. “Es feo, es devastador. Es algo que uno no quiere ver,” dijo Andy Marcus del Batallón 258 de Brooklyn. Los bomberos son de por lejos los servidores públicos más admirados en la ciudad de Nueva York y cuando, digamos, mueren tres en una tarea, el dolor es largo y duradero. Se los conoce como los Más Valientes. En este desastre, cientos de bomberos murieron. Dominic DeRuebio, de 47 años, un comandante de batallón de Staten Island, estaba por regresar a trabajar al complejo. Sin ganas y sin aparente emoción, dijo: “Yo estaba con mi vieja compañía. Ellos quisieron venir aquí y quieren trabajar”. Luego su tono cambió: “Mi hermano más joven está ahí entre los escombros, por algún lado. Muchos de mis amigos también están ahí. ¿Qué otra cosa se puede hacer? Es el trabajo. Hay que hacerlo”.
Tres bomberos de Brooklyn acababan de trabajar por 24 horas y estaban sentados, cansados como perros entre la basura y el pasto de la reserva central a un lado de la autopista acordonada. Brian Gavin también había terminado sus 24 horas. Su grupo había encontrado alguien con vida y quizás lo habían salvado. El joven de 33 años, de Harlem, se pasó la mano por el cabello; su cara estaba llena de polvo oscuro y barba crecida. “Estamos acostumbrados a las tragedias, pero estos son nuestros hombres. Espero que el presidente haga volar a esta gente, a la gente que hizo esto, de la faz de la tierra. Es lo que se merecen.”
Basura y astillas de lo que fue algo útil seguían danzando en el aire mientras el bombero que trabajó durante ocho años cambia su chaqueta de hombro. “Es absolutamente terrible. He visto cosas trágicas en el departamento de bomberos –siguió Gavin–. Hubo ocho muertos en un incendio de la calle 125, ocho personas jóvenes y yo creí que era lo peor. Pero aquí he visto pedazos de víctimas. Aplastadas, sí. Eso es todo lo que puedo decir. Piernas, brazos, pedazos de cuerpo. Torsos, pies, manos. Gracias a Dios no vi ningún niño, quizás sólo unos pies de bebé. Anoche todavía estábamos trabajando en un tipo que estaba vivo, pero muy mal. Nosotros cavábamos, cavábamos y cavábamos. Era muy duro. Lo fuimos pasando en una línea de hombre a hombre.”
“Esto va a llevar semanas. No podemos simplemente saltar y comenzar a cavar. Hay tanto escombro y acero. Duele profundamente. Hasta ahora, por lo que he oído, ocho o nueve tipos que conozco están ahí adentro y esa cifra va a subir. Muchos de ellos tienen familia.”
Mientras Gavin se iba, llegaba Alexi Nizza, un sacerdote griego ortodoxo del Bronx. “Estoy aquí para dar cualquier asistencia posible”, dijo. El alcalde Rudy Giuliani, cuya leyenda se basa en parte en su habilidad para manejar las crisis, sugirió el nivel de asistencia que se requerirá. “Los números que manejamos están en los miles –dijo el alcalde–. La mejor estimación que podemos hacer es que quedarán unos pocos miles en cada edificio.” Se cree que entre 10.000 y 20.000 personas estaban en las torres de 110 pisos cuando el avión se estrelló en ellas. El alcalde instó a la gente en la ciudad y sus suburbios a que se quedaran fuera de Manhattan ayer, salvo que sus trabajos fueran esenciales.
Los neoyorquinos que trataban de ubicar a amigos y familiares iban a pie de hospital en hospital; hay 21 en la región tratando a los heridos, chequeando los nombres de aquellos que habían sido admitidos. Daphne Bowers, de Brooklyn, adoptó la misma actitud que muchos otros: llegó a el hospital Bellevue llevando una foto de su hija Veronique de 28 años que estaba trabajando en el World Trade Center el martes. “Me llamó, cuando el edificio estaba en llamas”, dijo Bowers. “Mamá, el edificio se está incendiando. El humo sale por las paredes. No puedo respirar.” Lo último que dijo fue: “Te quiero mamá. Adiós.”
Otra mujer cuyo marido trabajaba en los pisos altos y está desaparecido, dijo: “Ojalá pudiera ir yo misma y cavar. Se podría estar muriendo y no estoy ahí para sostener su mano. Podría estar sufriendo y no lo puedo ayudar”.
Robert James, el gerente de un negocio de deportes cercano al complejo, estaba en el sótano cuando oyó la explosión. Contó que salió a la calle y vio al menos cinco cuerpos caer del rascacielos. “Parecían muñecas de trapo –dijo–. Era el tipo de cosa que uno ve en las películas.”
* De The Guardian de Gran Bretaña Especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère

La caída de otro edificio
No hubo nuevas explosiones en Manhattan, pero los derrumbes de edificios continuaron en torno de las abatidas torres gemelas del World Trade Center. El efecto dominó resultó lento pero implacable: herida de muerte su estructura por la caída de sus vecinos, se vino abajo el One Liberty Plaza, un edificio de 54 pisos que se convirtió en la cuarta construcción borrada del mapa de Nueva York. También cayó ayer por la tarde la parte de las torres que había quedado en pie, y junto con ella se desvanecían las chances de encontrar sobrevivientes. El martes, además de las Twin Towers, había sucumbido también el Edificio 7 del WTC, una mole de cemento de 47 pisos. Los nuevos derrumbes complicaron las tareas de los socorristas: por lo menos cuatro resultaron heridos.
Poco antes de la caída de este edificio, se habían derrumbado los siete pisos que quedaban en pie de la torre sur, la que fue impactada en segundo término pero cayó en primer lugar.
El paisaje en las cuatro manzanas que rodean el lugar donde estaban las gemelas es desolador: sólo hay escombros amontonados, edificios semidestruidos, carteles de señalización retorcidos y vehículos calcinados, junto a los restos metálicos de las Twin Towers. Todo está cubierto de polvo, que no para de flotar en el aire, lo que obliga al uso de mascarillas para respirar.
Ayer por la tarde se temía por la suerte de otro edificio, el número cinco del World Trade Center. No es mejor el estado del Millenium Hilton Hotel, lindero a las torres, convertido ahora en un cascarón vacío y humeante. A su lado fue improvisada una vía para la evacuación de heridos y el aprovisionamiento de socorristas. A otros edificios les faltan paredes enteras o tienen grandes perforaciones, como si hubieran sido sacudidos por un bombardeo.
Ante esta nueva emergencia dentro de la catástrofe, los socorristas que trabajaban en la zona sur tuvieron que ser evacuados. Allí, además del peligro de nuevos derrumbes, se habían detectado importantes pérdidas de gas. Cuando la policía ordenó evacuar la zona, ayer por la tarde, decenas de personas comenzaron a correr. “Nos dijeron que corriéramos por temor a explosiones a causa del gas”, relató un voluntario a una cadena televisiva.

 

 

 

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