Por
Maximiliano Montenegro
John
Kenneth Galbraith decía que, en los cincuenta y sesenta, los años
dorados del capitalismo norteamericano, el poderío de los Estados
Unidos, motor de la economía mundial, radicaba en el complejo militar-industrial.
A partir de mediados de los ochenta, la globalización corrió
el eje del poder al complejo militar-financiero, a cuyo corazón
más que simbólico (el Pentágono y el World Trade
Center) apuntaron los aviones-bomba el martes último. Qué
puede suceder con la economía y las finanzas mundiales a partir
del mega atentado es todavía una incógnita. Pero los analistas
ya empiezan a dibujar diversos escenarios. Lo seguro es que ninguno favorece
a los países emergentes, como Argentina.
Apenas horas después de que miles de personas murieran y cuanto
todavía otras estaban atrapadas bajo los escombros, los ejecutivos
del banco de inversión más importante del mundo, el JP Morgan,
hicieron valer una de las máximas del capitalismo de estos tiempos:
business as usual. Así, escribieron un informe titulado
Las implicancias del ataque terrorista sobre el negocio de la deuda
de los países emergentes: una perspectiva cuantitativa. El
reporte, encabezado con las fotos sonrientes de los tres principales economistas
del banco (Joyce Chang, Robin Hubbard y Greg Batey), fue distribuido con
fecha 12 de setiembre, 10:22 AM, a los clientes de la entidad, inversores
en todo el mundo que tienen en sus carteras una porción de títulos
públicos de países periféricos.
El JP Morgan es el mayor colocador de deuda argentina en el exterior.
Tanto es así que hace dos semanas Joyce Chang (una joven de origen
chino, nacionalizada norteamericana) organizó una reunión
de inversores con el secretario del Tesoro norteamericano para evaluar
los pros y contras del canje de deuda argentina propuesto en el último
acuerdo con el Fondo Monetario. El informe del Morgan asume que la
violencia no escala a nivel de un conflicto bélico que dispare
los precios del petróleo, más allá de una suba temporaria.
Sí descuenta que habrá una mayor aversión al riesgo
de los inversores, por lo que caerá el financiamiento, y la cotización,
de los títulos de deuda emergentes. Sin embargo, el impacto
(económico del atentado) variará según los países,
aclara.
u Rusia no debería ser demasiado afectada, debido al impulso
en los precios del petróleo, al limitado impacto en la baja del
crecimiento en Estados Unidos y al incremento de su importancia estratégica.
u Del otro lado, Brasil tal vez sea más afectado a causa
de las importaciones de petróleo, su dependencia del ingreso de
capitales de Estados Unidos y la relativamente alta exposición
de papeles brasileños en la cartera de los inversores.
u La situación de Argentina tal vez sea todavía peor,
porque su situación ya es de por sí vulnerable. La
vulnerabilidad argentina es mencionada varias veces en el
informe, como amenaza para el resto de los mercados emergentes.
Visto desde Argentina, la catástrofe fue también interpretada
desde una perspectiva más obvia: la pérdida de posiciones
en la agenda de Washington. Si Argentina estaba hasta la semana
pasada entre las diez prioridades de la agenda política de Washington,
ahora pasamos al lugar 250, especuló ante este diario el
analista de un banco local. Tal situación fue planteada de manera
más brutal por un funcionario del equipo de Cavallo: Gracias
a Dios que el préstamo del FMI ingresó el lunes al Banco
Central, porque si no no entraba más, se despachó
el colaborador del ministro. Se refería a los 6230 millones de
dólares del salvataje del Fondo, que el Central recibió
puntualmente el lunes. De esa suma, unos 4000 millones sirven para respaldar
a los bancos en caso de emergencia, lo que el lunes mismo hizo descender
la tasa de interés ofrecida por las entidades locales a los ahorristas.
El resto será derivado en los próximos días al Tesoro
para cubrir vencimientos de interés de la deuda hasta fin de año.
Si la operación no se hubiera concretado es seguro que, por lo
menos durante esta semana, hubiera quedado congelada. No sólo porque
el propio FMI fue desalojado martes y miércoles, y las transferencias
financieras se paralizaron, sino fundamentalmente porque la agenda de
prioridades de Washington se dio vuelta. Peor aún, si dicho salvataje
no se hubiera cerrado hace poco más de una semana, tal vez nunca
hubiera llegado. Así las cosas, en el equipo económico se
preguntan cuánto tiempo pasará para que Argentina vuelva
a colarse en dicha agenda. Y se preguntan qué pasaría si
Brasil se derrumba, no por el poder de la bombas sino por la fuerza de
los talibanes del mercado financiero.
Visto desde una perspectiva más global, el gran interrogantes es
si se va o no hacia una economía de guerra. Dicho escenario
se abriría en caso de una respuesta bélica masiva del ejército
norteamericano sobre, por ejemplo, Afganistán. La novedad es que,
a diferencia de otras épocas, hoy una guerra no tendría
un efecto expansivo sobre la economía norteamericana, que ya viene
volando cada vez más bajo. Se reactivaría, eso sí,
el complejo militar, de proveedores del Pentágono. Pero los bancos,
compañías financieras y de seguros, la otra pata de la globalización,
volverían a trastabillar, levantando definitivamente el pie de
los países emergentes.
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