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Blando con el acreedor, duro con Brasil

Por Julio Nudler

Brasil y la deuda. Domingo Cavallo resaltó ayer esos dos puntos negros en la agenda argentina, anunciando, con cierta vehemente vaguedad, cuáles son sus planes respecto de cada uno (ver nota aparte). En relación al socio, la idea es aislarse para no importar recesión desde el país vecino, porque de eso la Argentina tiene de sobra. Frente a los tenedores de bonos la actitud es, si se quiere, inversa: ofrecerles amistosamente la caja de la AFIP como contragarantía de una restructuración de la deuda, volviendo –según recuerdan los memoriosos– a las épocas en que los acreedores capturaban las aduanas de los países caribeños para asegurarse el cobro. Por las dudas, el mediterráneo ya secuestró para su gente el aparato recaudador, colocando a Armando Caro Figueroa a su comando.
La ley del Déficit Cero implica ya una garantía para los acreedores, dado que el país se obliga por ella a alcanzar un superávit anual primario (antes del pago de intereses) por lo menos igual a los servicios de la deuda. Sin embargo, esa garantía no forma parte de los contratos y, al igual que toda ley, la del Déficit Cero puede ser modificada por otra, y en particular por la ley de presupuesto que se vota cada año. Otra cosa es que los nuevos bonos se emitan con la recaudación impositiva como garantía escrita, y sometiendo cualquier contencioso a la jurisdicción neoyorquina.
Aunque Cavallo se refirió ayer exclusivamente a garantizar los intereses, Horacio Liendo, quien le da letra al ministro en estos asuntos, mencionó también al “principal” (capital) de la deuda, lo cual le conferiría al embargo de la recaudación dimensiones inauditas, inimaginables. En cualquier caso, si el futuro canje contara con una garantía aportada por el Fondo Monetario y otros avalistas de esa calidad (Tesoro estadounidense, etcétera), la contragarantía argentina se constituiría a favor de esos garantes de primera mano.
Como anzuelo, Cavallo promete que la deuda se repactará a tasas de 7 u 8 por ciento, lo que implicaría bajar a menos de un tercio el actual riesgo país. Pero antes de lograr ese eventual beneficio, que mejoraría radicalmente los parámetros financieros de la Argentina, ésta entregaría a sus acreedores la posibilidad de ejecutar directamente a su Tesorería en caso de incumplimiento. Además, los tribunales de Nueva York no admiten ninguna renegociación de los términos contractuales si el deudor no obtiene la unanimidad de sus acreedores.
Esta estrategia queda entrelazada con la discusión del presupuesto 2002, en la que Cavallo promete, a cambio de que el Parlamento consienta prendar la recaudación, un ajuste 3000 millones menor, ya que la renegociación de la deuda permitiría ahorrar intereses por ese monto. El cordobés parece esperar que esta oferta ablande la resistencia del Congreso a hipotecar los recursos tributarios en favor de los acreedores.
En cuanto a Brasil, Cavallo lo acusa de seguir recortando salarios y jubilaciones mediante la devaluación sin fin del real, que ayer cerró a 2,67 por dólar. Pero la acusación es inexacta, porque a los salarios y las jubilaciones no los afecta el tipo de cambio sino el nivel de los precios internos. Y, en este sentido, los índices siguen mostrando que el costo de vida no se ha dolarizado en Brasil. En los primeros ocho meses de este año, mientras el dólar subió un 28 por ciento (estirado al 35 por ciento en septiembre), los precios al consumidor aumentaron 5,0 por ciento según el índice del IBGE, o 7,4 por ciento de acuerdo a la Getulio Vargas.
Para colmo, el saldo del comercio bilateral sigue favoreciendo a la Argentina, que en lo que va del año (ocho meses) consiguió un superávit de 720 millones de dólares, según estadísticas brasileños. Pero el dato verdaderamente relevante es que el comercio entre los dos mayores socios del Mercosur sigue en retroceso, y que la ventaja argentina consiste en que su Producto está en franca caída (alrededor de -1,5 por ciento este año), mientras que por ahora Brasil está del lado negro de los números, aunque con una marcada desaceleración, que proyecta para este 2001 uncrecimiento inferior al 2 por ciento, después de haber partido con vaticinios del 4,7 por ciento.
Mientras el clima brasileño se enrarece cada día más –sumando la crisis energética, los problemas políticos, el alza de las tasas de interés, el notable deterioro en las cuentas fiscales y la disparada del dólar–, Cavallo no tiene mejor idea que amenazar con alguna respuesta a la desbocada depreciación del real. El mediterráneo ya se valió de algunas armas contra el vecino, a quien le aplicó el factor de empalme e incluso los reintegros que subsidian a los exportadores argentinos y que, hasta ahora, estaban reservados a extrazona. No obstante, esas medidas pierden magnitud ante el hundimiento del real.
No habría que descartar la aplicación de un esquema autofinanciado de aranceles y reintegros, con el que la Argentina intentaría compensar la revaluación del peso contra el real. Tomando como referencia una paridad equis de éste, que podría situarse en 2,20 ó 2,30 por dólar, el desvío sería neutralizado por aranceles que graven las importaciones desde Brasil, y cuyo producido financiaría un proporcional refuerzo de los reintegros para las exportaciones que van a ese mercado. La pregunta es qué quedaría del Mercosur después de esto. Probablemente menos de lo que ha conseguido sobrevivir al día de hoy.
El bloque austral no parece preparado para soportar una situación en la que uno de los dos grandes está en recesión, mientras el otro camina en ese mismo sentido, a lo cual se añade una creciente distorsión cambiaria. Brasil, por lo demás, sufre una sensible escasez energética en el peor momento para sufrirla, según parece presagiar el mundo post torres gemelas. Pero si esta coyuntura favorecerá -al menos en esto- a la Argentina, el momento no suena como muy indicado para acosar a los brasileños, que pueden encontrarse con un déficit bilateral cada vez mayor, a pesar de estar devaluando su moneda. Al fin de cuentas, Cavallo y los antidevaluacionistas deberían celebrar este fracaso del instrumento cambiario, en lugar de estar amenazando con represalias.

 

 

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