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UN INTERESANTE DEBUT DE LA REALIZADORA ARGENTINA GABRIELA DAVID
La vida y la muerte viajan en taxi

El film presenta a Diego Peretti y Josefina Viton como dos personajes marginales de una Buenos Aires nocturna que evita la postal. �El diario de Bridget Jones� es una efectiva comedia inglesa, y �La marca del dragón� resulta un pasatiempo exclusivo para fanáticos.

Por Horacio Bernades

“Me gusta andar de noche, porque uno conversa con los pasajeros, la gente cuenta sus historias”, dice el Gato mientras conduce su taxi. En realidad, el Gato no trabaja de taxista. Manejar el Renault negro y amarillo es para él un hobby, el momento del día en que se comunica con sus semejantes. El “trabajo” del Gato es el choreo. Su especialidad, los autos de alquiler, que después lleva a un taller para su reciclado. Una noche, a bordo del taxi, el Gato levantará a una chica que anda en serios problemas, y no podrá evitar darle una mano, porque la chica la necesita. Si ese cruce les cambia a ambos la vida, es algo que no es fácil contestar, porque a bordo del taxi las relaciones suelen ser pasajeras. Y además, Taxi, un encuentro es una de esas películas en las que un hombre y una mujer pueden encontrarse y no necesariamente enamorarse.
Producida con apoyo financiero de la fundación holandesa Hubert Bals y recién comenzada su recorrida por varios de los más importantes festivales internacionales, la ópera prima de Gabriela David (hija del fallecido Mario David, realizador de El ayudante y Paño verde, entre otras) es una película que resiste firmemente cualquier encasillamiento. En Taxi, un encuentro hay marginales, pero no se aspira a un retrato de la marginalidad. Aparece una Buenos Aires nocturna –espléndidamente fotografiada por Miguel Abal–, pero no por ello puede calificarse el film de “crónica urbana”. No hay personajes “reconocibles”, diálogos esforzadamente cotidianos y conflictos de la vida diaria, como ocurre en las tiras televisivas o las películas que quieren parecérseles, como El hijo de la novia. Hasta la propia ciudad, más una suma de espacios que un todo, no es fácilmente identificable.
En lugar de cualquier de esos caminos trillados, David elige la vía del más delicado intimismo, y es tal su pudor que da la sensación de ir descubriendo a sus personajes a la par del espectador. La película se organiza como un racconto de lo que le ocurrió al Gato la noche anterior. Racconto que éste practica frente a un interlocutor fuera de campo. Al comenzar la noche, el Gato roba un taxi a punta de pistola. El resto de la noche se dedica a levantar pasajeros, aunque sabe que con ello arriesga el pellejo. Luego de varios viajes y cuando ya amanece, llevará el auto a su desarmadero amigo. Pero allí aparece una mancha de sangre en el asiento de atrás, y sobrevienen una confusión y un tiroteo. Como el relato del Gato no sigue un recorrido lineal sino espiralado, recién más tarde se explicará qué hacía allí esa mancha de sangre.
Esa zona ciega del relato resulta ser –un poco a la manera de Perros de la calle– el episodio central de la noche, que comienza cuando el ladrón levanta a una chica en una esquina de Villa del Parque, tras un par de disparos. Allá por la mitad del metraje, cuando tome la palabra quien hasta entonces se limitaba a escuchar, esos mismos hechos serán narrados por una segunda mirada, que complementa y eventualmente modifica la del Gato. Una serie de simetrías unen y distancian a ambos protagonistas. El Gato tiene un arma y en algún momento la usa; la chica viene de un tiroteo. Ambos están marcados por tragedias familiares, a las que se aludeponiendo el acento más en la periferia que en el centro mismo del drama. Otro tanto ocurre con el contexto social al que esas tragedias inevitablemente refieren, más por inducción que por vía directa.
De las dos historias, resulta más honda y sentida la de la chica, que da la sensación de ser el corazón emocional del film, como si David se hubiera sentido más cerca de ella que del personaje del Gato. Basta comparar el psicopatón de la serie “Culpables” con el dubitativo que compuso en Mala época para constatar que Diego Peretti es un actor tan talentoso como dúctil. Sin embargo, no termina de “dar” el papel de chorro, un poco por tipo físico y otro poco por cierta incomodidad con el papel. No ocurre lo mismo con la debutante Josefina Viton. En una película argentina “típica”, su personaje hubiera marcado cotas de desborde y patetismo. Aquí es simplemente tocante, gracias a la sobriedad de actriz y realizadora, ambas empeñadas en comunicar antes que sacudir.


“La marca del dragon”, con Jet Li y Bridget Fonda
Una película de historieta

Por Martín Pérez

“¿Primera vez en Francia?”, pregunta el empleado francés de Migraciones a un imperturbable Liu Jiuan, que responde afirmativamente. “¿Negocios o placer?”, es la siguiente pregunta. Y, cual reflejo pavloviano, cuando el personaje interpretado por Jet Li –el último y más renombrado heredero de Bruce Lee-. previsiblemente elige la segunda opción, el avezado espectador que ha concurrido al cine esperando una y más escenas de acción a pura arte marcial no puede menos que relamerse esperando el placer de las patadas y las explosiones ocupando toda la pantalla grande.
Con el francés Luc Besson al comando de esta producción firmada por el ignoto Chris Nahon, el nuevo film occidental de Jet Li .-que asomó en Hollywood con Arma mortal 4 y el año pasado protagonizó Romeo debe morir.tiene la simpática y casi inocente impasibilidad de su protagonista como marca de fábrica, y una esquizofrenia indispensable para que convivan en una misma película los mohines de Bridget Fonda y las escenas de acción del buen Li. Su personaje aquí es el de un eficiente y letal agente chino, convocado a París para asistir al arresto de un compatriota dedicado a traficar droga en gran escala. Pero pronto resultará evidente que su papel en el arresto no será el de un mero testigo, sino que alguien -.su terriblemente sanguinario colega francés.- preparó todo para que el burdo y flagrante fracaso de la operación apunte en su dirección.
Con el vértigo del film asegurado por el rápido pasaje de aquella irónica respuesta en Migraciones a patada limpia con la que repentinamente el protagonista debe huir de sus colegas devenidos en perseguidores, cada escena de acción de La marca del dragón tiene una marcada obsesión por la sangre y las vísceras humanas. Sin permitir el desinhibido disfrute del cine gore, cada escena protagonizada por Jet Li en acción es de un morbo tan gratuito que .-al menos-. no se detiene siquiera a la hora del “product placement”: el brilloso logo de Peugeot es exhibido en la misma toma en la que la producción de Besson se despacha casi al pasar a dos transeúntes inocentes. Semejante exhibicionismo cruel convive con la inocencia de su historia de amor, que involucra a una joven estadounidense devenida drogadicta de tan inocente y obligada a prostituirse por el bien de su hija.
En un laberinto similar al que su protagonista debe recorrer (y que recuerdan otros esquematismos bessonianos, herencias de films como Nikita o El perfecto asesino), el encanto de Jet Li atraviesa milagrosamente indemne tanto las bajezas emotivas del romance impuesto como los morbosos excesos en la acción. Pero con la indispensable ayuda de la necesaria visión irónica aportada por ese espectador avezado, ya que el film –lamentablemente, aunque no sin cierto extremo sadismo– carece por completo de ella.


Las tribulaciones de una chica en edad de merecer

Por H. B.

“100 gramos, 14 unidades de alcohol, 22 cigarrillos, 5424 calorías”, anota en su diario Bridget Jones, que todos los días lleva el recuento de sus excesos. Drogas, por lo que puede verse, no, y sexo, poco y nada. No es que la chica sea ninguna puritana, ni tampoco que sea fea. Pero aquellos kilitos de más, sumados a su poco o ningún cuidado por su aspecto y la propensión a meter la pata en público, parecerían convertirla en una indeseable a los ojos de sus pares masculinos. A los treinta y pico, la soltería es todo un tema para Bridget. Y un tema aún más importante para su mamá, que quiere verla casada ya.
Escrito por la inglesa Helen Fielding, El diario de Bridget Jones empezó siendo una columna periodística, y levantó tanto las ventas que rápidamente llegó el libro. Como éste agotó varias ediciones, era inevitable dar el siguiente paso, y aquí está la película, con la rubia Renée Zellweger como Bridget. En manos de la productora británica Working Title, El diario de Bridget Jones repite la fórmula ganadora de las películas anteriores de la compañía, Cuatro bodas y un funeral y Un lugar llamado Notting Hill: un guión lleno de peripecias, diálogos en los que brilla una ironía muy inglesa y una realización en la que cada escena está pensada para producir un efecto. Siempre con Hugh Grant a la cabeza, la fórmula se completa con alguna bella comediante venida del otro lado del Atlántico, cuestión de asegurar una adecuada repercusión allí.
En Cuatro bodas..., la americanita de turno era Andie McDowell; en Notting Hill, la mismísima Julia Roberts. Ahora le llega el turno a Renée Zellweger, que ya había mostrado sus talentos en Jerry Maguire e Irene, yo y mi otro yo, y aquí se consagra definitivamente. Comediante tan irresistible como atípica, Zellweger no tuvo ningún problema en engordar varios kilos para hacer de Bridget, así como no lo tiene en mostrarse sin maquillaje a lo largo de toda la película. Es que Zellweger tiene un arma secreta y lo sabe: cada vez que sonríe, el mundo se convierte en esa sonrisa. Y sonríe seguido. El espectador también lo hará. Como las anteriores comedias-Working Title, El diario... es una comedia aceitada hasta el último detalle. La mano de Richard Curtis, guionista de cabecera de la compañía, tiene mucho que ver con ello. “Estaba usando una alfombra”, anuncia Bridget en off, antes de aparecer portando un ridículo chaleco, obra de su mamá, convencida de que así su hija está lista para conquistar un nuevo candidato.
“Ayer decidí dejar alcohol y cigarrillos”, se presenta Bridget ante el galán de turno, fumando y bebiendo. “Bueno, lo decidí, pero parece que no pude lograrlo. En verdad, anoche tomé tanto que sería la persona más feliz del mundo si mi estado me permitiera arrodillarme ante un inodoro.” Y allí se fue el galán. Aunque alguna tía la acuse de ser “una mujer de carrera”, Bridget confiesa que todo lo que quiere es un hombre “amable y sensato”. No se adivina tal “carrera” en quien se gana la vida en un trabajo que parece interesarle bastante menos que su jefe. Este es Hugh Grant, rompecorazones entrador pero tramposo. Con este papel y el de cazafortunas de Ladrones de medio pelo, Grant rompe, por suerte, con esa imagen de buen chico tartamudeante e indeciso, que hasta ahora le había dado rédito.
Como corresponde a toda comedia romántica, hay un segundo hombre en el horizonte de Bridget. Tampoco parece el ideal: es el más formal y tieso de los abogados. “Parece como si tuviera un pepino gigante metido en el culo”, escribe Bridget en su diario, pero una vez más borrará con el codo lo que escribió con el corazón. En línea directa con las anteriores comedias-Working Title, El diario de Bridget Jones no tiene respiro y está llena de diálogos, escenas y personajes secundarios en los que el hallazgo humorístico es permanente. Aunque a veces, quizás, demasiado buscado. Por mucho aire moderno y liberado que se respire por ahí, ésta, como las anteriores, va de cabeza al matrimonio, con paquete y moño finales. Si el personaje de Bridget y la propia Zellweger generan una inmediata simpatía, puede no ocurrir lo mismo con el guión, que la condena a una única opción: o se casa, o quedará condenada a la más amarga de las soledades, mirando la tele y el rostro hinchado de tanto llorar. Como ocurría con las chicas de antes.

 

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