Por
Horacio Bernades
Me
gusta andar de noche, porque uno conversa con los pasajeros, la gente
cuenta sus historias,
dice el Gato mientras conduce su taxi. En realidad, el Gato no trabaja
de taxista. Manejar el Renault negro y amarillo es para él un hobby,
el momento del día en que se comunica con sus semejantes. El trabajo
del Gato es el choreo. Su especialidad, los autos de alquiler, que después
lleva a un taller para su reciclado. Una noche, a bordo del taxi, el Gato
levantará a una chica que anda en serios problemas, y no podrá
evitar darle una mano, porque la chica la necesita. Si ese cruce les cambia
a ambos la vida, es algo que no es fácil contestar, porque a bordo
del taxi las relaciones suelen ser pasajeras. Y además, Taxi, un
encuentro es una de esas películas en las que un hombre y una mujer
pueden encontrarse y no necesariamente enamorarse.
Producida con apoyo financiero de la fundación holandesa Hubert
Bals y recién comenzada su recorrida por varios de los más
importantes festivales internacionales, la ópera prima de Gabriela
David (hija del fallecido Mario David, realizador de El ayudante y Paño
verde, entre otras) es una película que resiste firmemente cualquier
encasillamiento. En Taxi, un encuentro hay marginales, pero no se aspira
a un retrato de la marginalidad. Aparece una Buenos Aires nocturna espléndidamente
fotografiada por Miguel Abal, pero no por ello puede calificarse
el film de crónica urbana. No hay personajes reconocibles,
diálogos esforzadamente cotidianos y conflictos de la vida diaria,
como ocurre en las tiras televisivas o las películas que quieren
parecérseles, como El hijo de la novia. Hasta la propia ciudad,
más una suma de espacios que un todo, no es fácilmente identificable.
En lugar de cualquier de esos caminos trillados, David elige la vía
del más delicado intimismo, y es tal su pudor que da la sensación
de ir descubriendo a sus personajes a la par del espectador. La película
se organiza como un racconto de lo que le ocurrió al Gato la noche
anterior. Racconto que éste practica frente a un interlocutor fuera
de campo. Al comenzar la noche, el Gato roba un taxi a punta de pistola.
El resto de la noche se dedica a levantar pasajeros, aunque sabe que con
ello arriesga el pellejo. Luego de varios viajes y cuando ya amanece,
llevará el auto a su desarmadero amigo. Pero allí aparece
una mancha de sangre en el asiento de atrás, y sobrevienen una
confusión y un tiroteo. Como el relato del Gato no sigue un recorrido
lineal sino espiralado, recién más tarde se explicará
qué hacía allí esa mancha de sangre.
Esa zona ciega del relato resulta ser un poco a la manera de Perros
de la calle el episodio central de la noche, que comienza cuando
el ladrón levanta a una chica en una esquina de Villa del Parque,
tras un par de disparos. Allá por la mitad del metraje, cuando
tome la palabra quien hasta entonces se limitaba a escuchar, esos mismos
hechos serán narrados por una segunda mirada, que complementa y
eventualmente modifica la del Gato. Una serie de simetrías unen
y distancian a ambos protagonistas. El Gato tiene un arma y en algún
momento la usa; la chica viene de un tiroteo. Ambos están marcados
por tragedias familiares, a las que se aludeponiendo el acento más
en la periferia que en el centro mismo del drama. Otro tanto ocurre con
el contexto social al que esas tragedias inevitablemente refieren, más
por inducción que por vía directa.
De las dos historias, resulta más honda y sentida la de la chica,
que da la sensación de ser el corazón emocional del film,
como si David se hubiera sentido más cerca de ella que del personaje
del Gato. Basta comparar el psicopatón de la serie Culpables
con el dubitativo que compuso en Mala época para constatar que
Diego Peretti es un actor tan talentoso como dúctil. Sin embargo,
no termina de dar el papel de chorro, un poco por tipo físico
y otro poco por cierta incomodidad con el papel. No ocurre lo mismo con
la debutante Josefina Viton. En una película argentina típica,
su personaje hubiera marcado cotas de desborde y patetismo. Aquí
es simplemente tocante, gracias a la sobriedad de actriz y realizadora,
ambas empeñadas en comunicar antes que sacudir.
La
marca del dragon, con Jet Li y Bridget Fonda
Una
película de historieta
Por
Martín Pérez
¿Primera
vez en Francia?, pregunta el empleado francés de Migraciones
a un imperturbable Liu Jiuan, que responde afirmativamente. ¿Negocios
o placer?, es la siguiente pregunta. Y, cual reflejo pavloviano,
cuando el personaje interpretado por Jet Li el último y más
renombrado heredero de Bruce Lee-. previsiblemente elige la segunda opción,
el avezado espectador que ha concurrido al cine esperando una y más
escenas de acción a pura arte marcial no puede menos que relamerse
esperando el placer de las patadas y las explosiones ocupando toda la
pantalla grande.
Con el francés
Luc Besson al comando de esta producción firmada por el ignoto
Chris Nahon, el nuevo film occidental de Jet Li .-que asomó en
Hollywood con Arma mortal 4 y el año pasado protagonizó
Romeo debe morir.tiene la simpática y casi inocente impasibilidad
de su protagonista como marca de fábrica, y una esquizofrenia indispensable
para que convivan en una misma película los mohines de Bridget
Fonda y las escenas de acción del buen Li. Su personaje aquí
es el de un eficiente y letal agente chino, convocado a París para
asistir al arresto de un compatriota dedicado a traficar droga en gran
escala. Pero pronto resultará evidente que su papel en el arresto
no será el de un mero testigo, sino que alguien -.su terriblemente
sanguinario colega francés.- preparó todo para que el burdo
y flagrante fracaso de la operación apunte en su dirección.
Con el vértigo del film asegurado por el rápido pasaje de
aquella irónica respuesta en Migraciones a patada limpia con la
que repentinamente el protagonista debe huir de sus colegas devenidos
en perseguidores, cada escena de acción de La marca del dragón
tiene una marcada obsesión por la sangre y las vísceras
humanas. Sin permitir el desinhibido disfrute del cine gore, cada escena
protagonizada por Jet Li en acción es de un morbo tan gratuito
que .-al menos-. no se detiene siquiera a la hora del product placement:
el brilloso logo de Peugeot es exhibido en la misma toma en la que la
producción de Besson se despacha casi al pasar a dos transeúntes
inocentes. Semejante exhibicionismo cruel convive con la inocencia de
su historia de amor, que involucra a una joven estadounidense devenida
drogadicta de tan inocente y obligada a prostituirse por el bien de su
hija.
En un laberinto similar al que su protagonista debe recorrer (y que recuerdan
otros esquematismos bessonianos, herencias de films como Nikita o El perfecto
asesino), el encanto de Jet Li atraviesa milagrosamente indemne tanto
las bajezas emotivas del romance impuesto como los morbosos excesos en
la acción. Pero con la indispensable ayuda de la necesaria visión
irónica aportada por ese espectador avezado, ya que el film lamentablemente,
aunque no sin cierto extremo sadismo carece por completo de ella.
Las
tribulaciones de una chica en edad de merecer
Por
H. B.
100
gramos, 14 unidades de alcohol, 22 cigarrillos, 5424 calorías,
anota en su diario Bridget Jones, que todos los días lleva el recuento
de sus excesos. Drogas, por lo que puede verse, no, y sexo, poco y nada.
No es que la chica sea ninguna puritana, ni tampoco que sea fea. Pero
aquellos kilitos de más, sumados a su poco o ningún cuidado
por su aspecto y la propensión a meter la pata en público,
parecerían convertirla en una indeseable a los ojos de sus pares
masculinos. A los treinta y pico, la soltería es todo un tema para
Bridget. Y un tema aún más importante para su mamá,
que quiere verla casada ya.
Escrito por la inglesa Helen Fielding, El diario de Bridget Jones empezó
siendo una columna periodística, y levantó tanto las ventas
que rápidamente llegó el libro. Como éste agotó
varias ediciones, era inevitable dar el siguiente paso, y aquí
está la película, con la rubia Renée Zellweger como
Bridget. En manos de la productora británica Working Title, El
diario de Bridget Jones repite la fórmula ganadora de las películas
anteriores de la compañía, Cuatro bodas y un funeral y Un
lugar llamado Notting Hill: un guión lleno de peripecias, diálogos
en los que brilla una ironía muy inglesa y una realización
en la que cada escena está pensada para producir un efecto. Siempre
con Hugh Grant a la cabeza, la fórmula se completa con alguna bella
comediante venida del otro lado del Atlántico, cuestión
de asegurar una adecuada repercusión allí.
En Cuatro bodas..., la americanita de turno era Andie McDowell; en Notting
Hill, la mismísima Julia Roberts. Ahora le llega el turno a Renée
Zellweger, que ya había mostrado sus talentos en Jerry Maguire
e Irene, yo y mi otro yo, y aquí se consagra definitivamente. Comediante
tan irresistible como atípica, Zellweger no tuvo ningún
problema en engordar varios kilos para hacer de Bridget, así como
no lo tiene en mostrarse sin maquillaje a lo largo de toda la película.
Es que Zellweger tiene un arma secreta y lo sabe: cada vez que sonríe,
el mundo se convierte en esa sonrisa. Y sonríe seguido. El espectador
también lo hará. Como las anteriores comedias-Working Title,
El diario... es una comedia aceitada hasta el último detalle. La
mano de Richard Curtis, guionista de cabecera de la compañía,
tiene mucho que ver con ello. Estaba usando una alfombra,
anuncia Bridget en off, antes de aparecer portando un ridículo
chaleco, obra de su mamá, convencida de que así su hija
está lista para conquistar un nuevo candidato.
Ayer decidí dejar alcohol y cigarrillos, se presenta
Bridget ante el galán de turno, fumando y bebiendo. Bueno,
lo decidí, pero parece que no pude lograrlo. En verdad, anoche
tomé tanto que sería la persona más feliz del mundo
si mi estado me permitiera arrodillarme ante un inodoro. Y allí
se fue el galán. Aunque alguna tía la acuse de ser una
mujer de carrera, Bridget confiesa que todo lo que quiere es un
hombre amable y sensato. No se adivina tal carrera
en quien se gana la vida en un trabajo que parece interesarle bastante
menos que su jefe. Este es Hugh Grant, rompecorazones entrador pero tramposo.
Con este papel y el de cazafortunas de Ladrones de medio pelo, Grant rompe,
por suerte, con esa imagen de buen chico tartamudeante e indeciso, que
hasta ahora le había dado rédito.
Como corresponde a toda comedia romántica, hay un segundo hombre
en el horizonte de Bridget. Tampoco parece el ideal: es el más
formal y tieso de los abogados. Parece como si tuviera un pepino
gigante metido en el culo, escribe Bridget en su diario, pero una
vez más borrará con el codo lo que escribió con el
corazón. En línea directa con las anteriores comedias-Working
Title, El diario de Bridget Jones no tiene respiro y está llena
de diálogos, escenas y personajes secundarios en los que el hallazgo
humorístico es permanente. Aunque a veces, quizás, demasiado
buscado. Por mucho aire moderno y liberado que se respire por ahí,
ésta, como las anteriores, va de cabeza al matrimonio, con paquete
y moño finales. Si el personaje de Bridget y la propia Zellweger
generan una inmediata simpatía, puede no ocurrir lo mismo con el
guión, que la condena a una única opción: o se casa,
o quedará condenada a la más amarga de las soledades, mirando
la tele y el rostro hinchado de tanto llorar. Como ocurría con
las chicas de antes.
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