Página/12
en EE.UU.
Por Gabriel A. Uriarte
Desde State College,
Pennsylvania
Los precedentes en la última década y la relativa libertad
de información en Estados Unidos permiten predecir con bastante
exactitud las alternativas militares que se barajan en estos momentos
en la Casa Blanca. Determinar cuál será elegida es imposible,
pero el análisis técnico permite separarlas por su tiempo
de ejecución. Es decir, entre las alternativas militares hay algunas
que el gobierno puede ordenar hoy mismo, otras que tardarían 20
días y otras que tardarían 90 días. Todas, sin duda,
podrían ser aplicadas de manera escalonada. Pero quizá el
éxito en las medidas más rápidas obvie la necesidad
de pasar a los planes finales. Así, es crucial determinar cuáles
son las posibilidades de éxito de cada una contra el enemigo declarado
de Estados Unidos: Osama Bin Laden y el régimen talibán
de Afganistán que lo apoya.
En términos de poder de fuego convencional, Estados Unidos podría
ordenar hoy mismo arrasar el país. El Comando Aéreo Estratégico
(SAC) en Estados Unidos dispone de un total de 94 aviones B-52 (con 30
toneladas de bombas cada uno) y 20 B-2 (18). Es seguro que estos últimos
estarían en la vanguardia de cualquier ataque, dado que su capacidad
de operación furtiva y alta velocidad permitiría emplearlos
sin casi ningún riesgo de ser derribados. Los B-52 comenzarían
disparando misiles de crucero desde una distancia segura, la misma táctica
usada en Kosovo. Sin embargo, los norteamericanos estarían lidiando
con un sistema de defensa aérea mucho menos formidable que el yugoslavo.
La mayor parte de las armas de los talibanes datan de los años
80, lo que en defensa aérea se traduce en los misiles tierra-aire
portátiles SA-7 Stinger enviados por la administración Reagan.
Son peligrosos (como pueden atestiguar los soviéticos) contra helicópteros
y aviones volando a baja altura, pero inútiles contra bombardeos
a alturas mayores. No hay dudas de que Pakistán envió defensas
aéreas más modernas para sus aliados talibanes, pero el
arsenal paquistaní es menos que imponente, y sin duda carece de
los mecanismos más modernos de comando y control (tales como la
fibra óptica que China habría suministrado a las defensas
de Irak).
Todo esto significa que aviones mucho más vulnerables que los B-52
y B-2 podrían participar casi
de inmediato. Ya están desplegados en el Mar Indico los portaaviones
Enterprise y Carl Vinson. Cada uno tiene 94 aviones
a bordo, de los cuales 48 (cazabombarderos F-14 y Hornets) podrían
participar de un ataque. Los cruceros que acompañan a estos portaaviones
lanzarían misiles Tomahawk propios en apoyo. Al mismo tiempo, la
Fuerza Aérea probablemente tiene desplegado en Arabia Saudita el
equivalente de un wing (ala, equivalente a dos escuadrones)
con un total de 72 cazabombarderos F-16 y F-15. Estos últimos aviones
pueden participar desde bases mucho más remotas, incluso en Estados
Unidos, por lo que el poder de fuego táctico disponible
para la fuerza aérea debe al menos duplicarse. Para apreciar la
escala de este ataque, cabe recordar que cuando en 1998 lanzó lo
que consideró un ataque muy limitado, la administración
Clinton disparó más de 70 misiles de crucero contra Afganistán.
El problema con estos ataques es la verificación. Su objetivo no
es la casi inexistente infraestructura civil de Kabul sino
simplemente personas, que podrán o no haber muerto en los bombardeos
aéreos. El imperativo de identificarlos y de conseguir pruebas
tangibles del éxito de la represalia hace probable que Washington
no tarde en enviar grupos comando contra los campamentos de Bin Laden.
Primeros en entrar serían los grupos Delta, una formación
ultrasecreta cuyos números exactos se desconocen. Se sabe que el
grupo asignado al Medio Oriente fue extensamente entrenado para el ataque
contra campamentos terroristas tras1998, y que serían desplegados
en helicópteros, tales como los Blackhawk que actualmente recibe
Colombia. El número de estos especialistas no puede superar los
200, pero sólo serán la vanguardia de varios cientos más
del Quinto Grupo de Operaciones Especiales (Boinas Verdes) asignado al
Medio Oriente, y, poco tiempo después, del Tercero, destacado en
Okinawa. Un asesor legislativo resumió ante el Washington Post
lo que se estaba planteando: Primero enviamos los B-52, y después
mandamos a las Fuerzas Especiales para matar a los que sobrevivieron.
Podría decirse que la Unión Soviética intentó
todo esto y mucho más por 10 años, sin poder conquistar
el país. Pero mucho cambió desde entonces. Primero, Afganistán
no cuenta del apoyo de ninguna potencia equiparable a Estados Unidos en
la década del 80; al contrario, está rodeado de países
hostiles. Segundo, ahora los talibanes son el gobierno, y por lo tanto
deberán defender los símbolos de su poder, tales como la
capital Kabul y el centro religioso de Kandahar, o bien revertir a ser
nada más que otra banda de guerrilleros en las montañas
de Afganistán. Por último, ya hay sobre el terreno
una fuerza posiblemente capaz, con generosa ayuda norteamericana, de derrotar
a los talibanes: los 20.000 hombres de la Alianza del Norte, apoyada desde
hace años por Rusia y sus clientes en Asia Central. Atacar a los
talibanes en las montañas será sin duda muy complicado,
pero que sean forzados a replegarse a esas montañas ya constituiría
un éxito. Suficiente quizá para apaciguar a la opinión
pública norteamericana mientras Bush intenta formar una nueva coalición
como la que su padre empleó contra Irak. Es algo que tardará
bastante. Exceptuando fuerzas comando, la primera fuerza de tierra norteamericana
(una brigada aerotransportada de 3000) no podría desplegarse (en
Pakistán, cuando les dé permiso) por seis días. Con
los marines a flote en el Golfo Pérsico, esta fuerza podría
aumentar a 8000, a lo sumo. Para el despliegue total de la Fuerza de Reacción
Rápida (unos 40.000 hombres) harían falta 65 días,
para el despliegue de una fuerza de invasión (usando los modelos
de la Guerra del Golfo y Kosovo) entre 75 y 90 días, por lo menos.
Pero el preludio para esta represalia habría estado en marcha desde
hace tiempo.
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