Por
Karina Micheletto
En
el momento del llamado para concretar la entrevista, Horacio Molina está
viendo por televisión un por entonces probable casi instantáneo
ataque de Estados Unidos a Afganistán. Como millones, horas antes
había seguido en directo la cinematográfica voladura de
las Twin Towers en Nueva York. No puedo arreglar una nota ahora,
quién sabe qué voy a estar haciendo mañana,
se disculpa amablemente, afligido por lo que viene. Ya en la entrevista,
aclarará que casi nunca sabe lo que va a hacer al día siguiente,
como tampoco sabe con certeza qué es lo que va a pasar antes de
cada uno de sus shows.
Pero sin embargo, hay algo seguro: hoy desde las 20.30, Molina cantará
en el ciclo Los Viernes Música que por quinto año consecutivo
organiza Página/12 (en la Sociedad de Distribuidores de Diarios,
Revistas y Afines, Belgrano 1732), con entrada gratuita. Estará
acompañado por el guitarrista Jorge Giuliano, con quien también
está actuando los sábados a las 23 en La Casona del Teatro.
Subirá al escenario, mirará las caras entre el público
y recién entonces comenzará la cosa: Cada uno tiene
su estilo. Yo no puedo tener un orden en casi nada, se ríe.
A pesar de los riesgos que implica, el método que eligió
Molina es muy fructífero en el estilo musical del que es cultor.
Un espectáculo pautado me angustiaría mucho, y me
privaría de esa adrenalina tan satisfactoria que se produce en
el momento único e irrepetible de cada show, cuenta. De hecho,
cada uno de sus temas es siempre una creación única e irrepetible,
en cada interpretación hay un nuevo fraseo, una nueva forma de
encararlo, un nuevo final, la decisión de ir por más.
En la Argentina, el músico fue pionero en abordar géneros
como la bossa nova y el candombe uruguayo (fue uno de los primeros en
interpretar y dar a conocer a Eduardo Mateo, maestro desde los márgenes
de la canción popular uruguaya). En los últimos años,
sin embargo, se ha especializado en lo que fueron sus primeros amores:
tangos, valses y milongas, que serán los géneros que, probablemente,
compondrán su repertorio de esta noche. A mí me da
lo mismo cantar cualquier canción que me guste, pero con siete
discos de tango editados en el último tiempo, es lógico
que la gente espere que cante eso. Sin querer, el público te va
llevando y condicionando. Un condicionamiento que Molina dice aceptar
gustoso, queriendo como quiere a Carlos Gardel (la bestia, según
su cariñoso seudónimo), a quien tiene enmarcado en su departamento
y a quien escuchaba hipnotizado desde su infancia más tierna. Para
mí era alguien que me contaba historias, y mi maestro y referente
musical. No sé por qué me atraía, se ve que intuí
que el tipo tenía algo. Hoy no tengo dudas de que era alguien realmente
genial, un tipo tocado por los dioses, el Maradona del canto. Hay que
mirar en perspectiva lo que hizo, subirse a un barco dos meses, irse a
Europa y Nueva York, entonces tenías que ser Gardel para llegar
a eso...
Hay una rutina pautada que Molina sí mantiene y necesita: canta
y toca la guitarra todos los días, por lo menos dos horas. Igual
que un deportista, el músico necesita un permanente entrenamiento,
si no lo hacés, fuiste; las manos se te anquilosan, la voz se te
ensucia, explica. La muerte de Oscar Cardozo Ocampo, en julio de
este año, a una semana de comenzar el espectáculo en La
Casona, en el que iba a tocar y a arreglar los temas, marcó un
momento determinante en la vida y la carrera de Molina. Para mí
significó la pérdida de un amigo de años y de un
referente musical. Con él teníamos un código construido,
una alquimia que nos permitía subir a un escenario prácticamente
sin ensayar, habíamos construido un sistema musical perfecto. Por
suerte ahora ocurre lo mismo con Giuliano, y es algo muy difícil
de conseguir, debe ser que Oscar en algún lugar está tirando
buena onda, dice.
Al hablar de sus shows, Molina explica satisfecho que hay un público
que lo sigue, que siempre está, que es el que le permite seguir
adelante, a falta de un sistema político cultural que lo respalde,
y que, contrariamente a lo que algunos afirman desde los medios, está
lejos de ser un público de elite. ¡Se me tiene encasillado
como un músico que hace cosas para gente exclusiva! ¡Mentira!
Cualquiera que vaya a mi espectáculo va a ver que el público
es gente común y corriente. Yo canto al alma de la gente. Es lo
mismo que le decían a Juana (una de sus hijas, quien, como la otra,
Inés, también ha pasado por la música), que hacía
un programa con 14 puntos de rating y era de elite. Y aun si así
fuera, si el público que te sigue es una minoría, ¿no
merece tener su espacio, no es éste el principio de la democracia?
Yo no soy famoso, no me conoce todo el mundo, pero sé que lo que
hago tiene un público al que le gusta, y que si me conociera más
gente, ese público sería mayor. La frase le damos
a la gente lo que la gente quiere esconde una demagogia peligrosa.
¿Todo tiene que ser igual, a todos les tiene que gustar lo mismo?
Como la buena comida o la buena bebida, el gusto se educa. Cualquiera
va a preferir un buen champagne, aunque lo estén bombardeando todo
el día con tetra brik.
Para los tiempos que corren, Molina ha elegido la calma y la convicción:
Yo hago lo que hago y de ahí no me muevo. Es la gente la
que tiene que llegar al artista, y no al revés. Si llega, si se
produce el milagro, fantástico. Si no, paciencia. Uno no puede
estar pensando qué puede hacer para pegarla, el artista tiene que
hacer lo que le va. Mientras tanto, tener calma, apostar a lo que uno
cree y, por qué no, a una dosis de suerte o de destino.
|