Página/12
en Canadá
Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
Después de haber suspendido completamente todas sus actividades
el martes pasado, cuando la noticia del ataque sobre Nueva York y Washington
paralizó por entero a Canadá, el Toronto International Film
Festival decidió el miércoles continuar con la muestra,
como una manera de intentar volver a la normalidad. Pero ya nada fue igual.
Al fin y al cabo, Toronto está a apenas una hora de avión
de Nueva York y las persistentes imágenes de la televisión
con el World Trade Center devastado una y cien veces por la reiteración
ad infinitum del momento del colapso mostraban un escenario demasiado
cercano, capaz de poner a un centenar de películas en un segundo
plano. Por otra parte, el cierre por 48 horas de todo el espacio aéreo
canadiense convirtió al festival en una extraña isla, con
cientos de invitados desde Jeanne Moreau hasta Brian De Palma y
Harvey Keitel, pasando por Lucrecia Martel, que trajo a Toronto La ciénaga
encallados en los hoteles de la ciudad, sin poder partir. El centro de
prensa de la muestra, a su vez, dejó de difundir en sus pantallas
los reportajes públicos y la funciones de gala todas canceladas
para dar lugar a la transmisión incesante de la CNN.
Despojado de todo su costado social, sin la frivolidad de las fiestas
ni el vértigo de los negocios y las entrevistas, el festival sin
embargo volvió a encontrar su foco en aquello que finalmente importa:
las películas. Es más, pareciera que algunas de ellas hablan
ahora con más fuerza que nunca. Cuando las imágenes de la
televisión comienzan a provocar con su repetición
hipnótica, viciosa cierto efecto de anestesia, el cine en
cambio tiene la posibilidad de volver a despertar la sensibilidad. Es
el caso de Eloge de lamour, la nueva película de Jean-Luc
Godard. Hacía más de treinta años que Godard no filmaba
en las calles de París desde MasculinFemenin (1966)
y aquí vuelve, en un bellísimo blanco y negro, al escenario
de la primera nouvelle vague, al punto que parece posible volver a ver,
en una esquina del Barrio Latino o en un café de Montparnasse,
el rostro de Anna Karina, como en Vivir su vida. Después de todo,
como lo anuncia su título, el nuevo Godard es una elegía
al amor, como lo eran algunos de sus primeros films. Claro que Godard
ha cambiado mucho desde entonces. Su cine abandonó casi toda intención
narrativa y siguió otros caminos, como el ensayo en primera persona
(Histoires(s) du cinéma; Alemania nueve cero o el autorretrato
(JLG/JLG). En Eloge de lamour, Godard parece, en cambio, más
cerca de la abstracción lírica que inició en Nouvelle
vague y continuó luego en Hélas pour moi! y en Forever Mozart.
Esta elegía al amor que propone ahora Godard es un puro proyecto:
puede ser un film, una ópera, una obra de teatro. Hay un artista
que lo quiere llevar a cabo, pero como le sucedió al mismo
Godard, que tuvo un guión con este título guardado en un
cajón por años no sabe exactamente qué forma
darle. Uno no busca, encuentra, dice el protagonista del film,
citando a Picasso. Y Godard va encontrando también en el camino
ideas, formas, que se van materializando a veces de manera críptica,
oscura, pero siempre con un gran lirismo. De pronto, Eloge de lamour,
que hasta la primera hora de película transcurre en un austero
blanco y negro bressoniano, pasa a la violenta aspereza del video color.
Comienza una segunda parte, que viene a ser la primera.
El mismo artista, un tiempo antes, había viajado hacia
Bretaña, para encontrar allí a una pareja de ancianos que,
medio siglo atrás, vivieron juntos la experiencia de la Resistencia.
Y allí Eloge de lamour prueba ser también un film
de resistencia, contra los modelos establecidos y contra Hollywood en
particular, al que Godard ve encarnado en la figura de Steven Spielberg.
Como no tienen su propia historia, quieren comprar una, dice
el protagonista, cuando presencia el momento en el que un delegado de
Spielberg intenta adquirir los derechos de la historia de vida de esa
pareja de ancianos para convertirla en una superproducción. Y Godard
(o su alter ego en el film) va más allá: Spielberg
hizo La lista de Schindler, pero su viuda Emilie vive en la miseria en
la Argentina, recuerda. Porque Eloge de lamour es también
un film sobre la memoria la Ocupación de París, por
los nazis primero y por la globalización después y
la memoria de Godard no perdona.
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