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OPINION
Revival en la Catedral
Por Alfredo Grieco y Bavio

De algo está seguro el pastor Billy Graham. Y lo dice: el �diabólico� atentado terrorista fue bueno para George W. Bush. La cámara muestra al presidente, que sonríe y asiente. De la sucesión de barbados muftis, protestantes negros, obispos mujeres, rabinos con estola y cardenales purpurinos presentes en la catedral nacional de Washington para demostrar la riqueza multicultural estadounidense en el Día de Duelo Nacional, el único elegido por la Casa Blanca, el único que no pertenece a la diócesis y voló para pronunciar su sermón fue el evangelista. Tuvo más tiempo para hablar que los demás, y contó con la mejor atención de una audiencia que se había adormecido entre lecturas vetero y neotestamentarias y cantantes afroamericanas que entonaban �America the Beautiful�. Cuando Graham terminó, fue el único en ser aplaudido. Su retórica había sido clásica, con pocas pero elegidas citas de la Escritura, con narraciones que sostenían cada punto de la argumentación. Los demás oradores sacros habían enfatizado el carácter interreligioso de la ceremonia. Lo hicieron incluso de la manera políticamente correcta, refiriéndose a la convivencia de �comunidades de fe� �como si �religión� fuera una palabra muy fuerte a tan pocos días de atentados atribuidos al fundamentalismo islámico�. Billy Graham fue claro: él era un cristiano y se dirigía a los cristianos. �En esta majestuosa catedral, abundan las cruces�, que recuerdan el sufrimiento del Cristo que resucitó. Fue claro también en otro sentido: fue el único que habló claramente de los atentados, y los interpretó sin metáforas. Las consecuencias que sacaba satisficieron claramente a Bush. El pastor aludió, incluso, que el mandato que le había dado la elección no había sido abrumador. Pero el terrorismo compensaba los votos equívocos de los electores de Florida. Dios, aunque no lo podamos entender racionalmente, escribe derecho por líneas torcidas. La unidad nacional estaba lograda, como lo demostraba la solidaridad en las calles, el patriotismo de un Congreso que había votado de manera tan generosa como bipartisana, la presencia de presidentes y ex presidentes que tenía delante de sí. Y aquí expresó el gran anhelo evangelista de los siglos XIX y XX. Que el revival político que esperaba a Bush fuera acompañado por otro, espiritual. Como si la derecha religiosa, que había sido decisiva para que Bush triunfara en las primarias republicanas, esperara ahora que un Bush victorioso y resurrecto la impulse a su vez en su nueva etapa de poder y gloria. 


 

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