Por Cristian Alarcón
Pedro Grehan, uno de los cinco argentinos que hasta ayer continuaba sin ser encontrado tras el ataque a las Twin Towers, era uno de los futboleros que los fines de semana solía jugar un picado de connacionales organizado no muy lejos de la montaña de escombros en la que aún se buscan sobrevivientes. En el mismo equipo pateó más de una vez Hernán Casanova, dueño de una pequeña empresa de telecomunicaciones instalada a tres cuadras de las torres y de una suerte superior, que junto a su amigo, el pintor Alejandro Vigilante, puso a prueba el día del desastre neoyorquino. Los dos, tercos, arriesgados, y sobre todo interesados en el estado de su equipamiento, intentaban el martes llegar a su rescate cuando sintieron un leve temblor y un trueno, la caída del segundo edificio del World Trade Center. Primero llegaron hasta la cabina de una playa de estacionamiento, y luego cuando la nube de polvo negro que transmitió la TV mundial los ahogaba en un automóvil que según los amigos increíblemente era de un musulmán. �Tenía el Corán en la gaveta del auto�, le cuentan a Página/12 desde un departamento en Manhattan.
Por cierto, lo de Casanova y Vigilante ��como el de la esquina, como el de la panadería�� fue arriesgarse tomando el metro desde la 86 hacia la 14 en busca de un camino que los llevara cerca del edificio en el que el ingeniero en telecomunicaciones tiene su equipo. �Era a la media hora de comenzado el ataque y habían cortado Broadway nada más, así que empezamos a bordear calles para llegar lo más cerca posible�, dice Hernán, de 46 años, y radicado hace seis en NY. Hernán jura que sintió que temblaba. Alejo dice que no alcanzó a percibir lo mismo, que sintió el ruido, �el romperse del cielo�. Corrieron. Escaparon de la nube negra que comenzó a levantarse y agigantarse a sus espaldas. �Tengo una rodilla mal y no podía avanzar tan rápido como el resto, por eso no me di cuenta de que Hernán doblaba junto con tres policías.� �¡Aleejoooooo!�, dice que alcanzó a escuchar. Dio vuelta la cara. �Era una ola de cemento, de adentro de algo negro salían cosas más negras, volaba de todo.� En la desesperación de la huida se cruzaron con tres policías.
El refugio era una garita, un poco más grande que una cabina de teléfonos, donde se cobraba el estacionamiento de un parking. Estuvieron allí pocos minutos. Salieron de allí porque uno de los policías apostó a un auto estacionado cerca de donde estaban. �Estaba abierto. Ellos se metieron primero, yo llegué último, me empujó uno de los policías. Hernán es grandote y ellos lo eran bastante más que él, así que quedé apretado a lo largo, con la cabeza hacia adelante.� Por eso él, un pintor dedicado a hacer murales en casas de ricos y famosos, también, dice, pudo ver el libro sobre la guantera, una encuadernada versión del Corán. �Nos envolvió la nube, se hizo de noche, no podíamos respirar�, dice Casanova. Se cubrieron con la ropa que tenían puesta, creándose máscaras improvisadas para que el polvo no terminara de ahogarlos. Dicen que fueron diez o quince minutos, no saben, durante los cuales permanecieron en silencio, envueltos �en un olor asqueroso, a azufre, a cal, a goma, un olor que te descomponía por lo penetrante�.
Rezaban, pensaban cada minuto que el próximo sería el último, que en nada una pared de cemento caería sobre el auto y que ya nada podría refugiarlos. Pero el tiempo pasó y el viento corrió la nube hacia el sudeste, algo de luz entró en el auto. Los policías rompieron un alambrado en los fondos del estacionamiento y al final por ahí fue que salieron. �Nos llevaron a una escuela, la PS 324, allí nos dieron agua, nos atendieron, nos dieron unas máscaras para poder respirar, pero pronto hubo gente en peor estado, empezaron a llegar los heridos�, cuentan. Entonces emprendieron el regreso al departamento, del que lamentan haber salido. Al principio, shockeados, deambularon como muchos otros. Luego, con el rumbo más claro, caminaron más de ochenta cuadras hasta que se derrumbaron. �Nos pegamos una ducha que duró mucho. Tratamos de sacarnos el olor de esepolvo que teníamos en todos lados, los ojos nos siguen ardiendo y nos pica la espalda. Después de eso quedamos horas en silencio.�
Los trabajos de rescate siguieron, pese a la lluvia.
Pero hay pocas esperanzas de encontrar gente viva. |
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Los cinco aún buscados
En las afueras del Centro de Informaciones que el gobierno de Nueva York abrió para atender a los familiares de las personas que aún no aparecen tras el desastre se ha levantado una especie de enorme obra de arte conceptual que inunda los ojos de los que pasan. Alguien sobre un muro colocó la foto de su ser querido, por si alguien lo reconoce. A ése se sumó otro. Y otro. Y otro más. Son cientos, miles las fotografías que se acumulan a la espera de un ojo avizor que confirme de cualquier manera que esa persona vive. Son las fotografías de los desaparecidos, a quienes las autoridades prefieren llamar, �por una cuestión de esperanzas�, personas �que se mantienen incomunicadas con sus familias�. Ayer el consulado argentino informó a este diario que son cinco los argentinos que permanecen sin ser hallados. Y advirtió sobre la falsedad de los datos aparecidos en un sitio de Internet en el que existe una lista con los supuestos encontrados.
Las personas no halladas son el ejecutivo de 35 años Pedro Grehan; Gabriela Weissman, una mujer que había ido circunstancialmente a las torres; el paramédico de Rosario Mario Santoro, de 28 años; una mujer cuya familia solicitó absoluta reserva de su identidad, y Sergio Villanueva, un bombero �del que no estaba confirmado si trabajaba en las torres o fue de quienes acudieron al rescate�. Ayer, el cónsul adjunto Ciro Ciliberto, el funcionario de la oficina diplomática encargado de contactarse cada dos horas con las familias en búsqueda, le dijo a Página/12 que �lamentablemente, y en un hecho muy doloroso, la familia de Villanueva dio por vivo al joven ya que su nombre había aparecido en la lista publicada en Internet que carece de valor oficial, ya que las instituciones norteamericanas, �por motivos que desconocemos�, se niegan a elaborar nóminas.
Este diario ingresó a los sitios norteamericanos que ofrecen el listado y en él como localizado, aunque es mentira, aparece también Pedro Grehan.
�Causó graves problemas una lista no oficial y a la que cualquier persona le puede agregar información. Evidentemente ha habido gente con mala intención que logró confundir a los familiares�, sostuvo Ciliberto. Anoche se hizo una última rueda de consultas a todos los hospitales preguntando por las señas de los argentinos y la respuesta volvió a ser negativa. Quienes los buscan continúan caminando con las fotos que se suman al silencio del centro de informaciones al que alguien le ha colgado un cartel con el nombre de �Muro de los rezos�. |
Vivir en la destrucción
Nueva York libra una nueva batalla: tres días después del atentado a las Torres Gemelas, a las continuas tareas de rescate �ahora entorpecidas por una lluvia fina y persistente� se suman las pequeñas luchas cotidianas de los sobrevivientes que habitan una ciudad en estado de guerra. En las cuadras que rodean la zona del desastre aún no hay electricidad, ni gas, ni agua corriente. El alcalde Rudolph Giuliani, por su parte, informó que la mayoría de los edificios cercanos al extinto World Trade Center �no han sufrido daños que los conviertan en inutilizables�, aunque se continuará relevando el estado de las estructuras dos veces por día.
Pocas tiendas han logrado reabrir sus puertas para abastecer a sus clientes habituales. El dueño del Morgan�s Market, un almacén ubicado en el 13 de la calle Hudson, decidió retomar sus actividades a pesar de que aún no le han devuelto la electricidad. A toda hora del día pueden verse pequeñas luces de linternas en el interior del local, que guían a los clientes en su búsqueda de víveres. Decenas de restaurantes que esperaban a sus proveedores el martes han tenido que mantenerse cerrados: en medio del horror, los camiones quedaron atascados en el tránsito, con sus mercaderías echándose a perder bajo el sol del otoño incipiente.
Los neoyorquinos dicen llevar sus narices marcadas por el olor de la tragedia. Tony Carnes, un escritor, dice que no puede respirar el aire de la ciudad �sin pensar en las bolsas con cuerpos�. �¿Estuviste alguna vez en el Líbano?�, pregunta Yoni Hakim, un inmigrante israelí. �Nunca esperé sentir ese olor aquí�, dice.
Giuliani estimó que hasta el momento se han removido cerca de 10.400 toneladas de escombros en la zona del atentado; y añadió que los edificios cercanos a las extintas torres �necesitarán reparaciones de puertas y ventanas, pero eso no los convierte en inutilizables�. Para testear su resistencia se los hizo vibrar poniendo en funcionamiento los subtes, y todos superaron la prueba hasta el momento. Sin embargo, algunos de los barrios más pintorescos de la gran manzana, como Little Italy, el Soho y China Town continúan cercados para sus habitantes y para los turistas. |
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