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La pareja como un
proyecto utópico

�Umbral� presenta cinco historias complejas de amor, cruzadas por la soledad de las grandes ciudades y las dificultades de comunicación.

Ricardo Merkin y Beatriz Spelzini, protagonistas de la obra.
�Los personajes dicen �voy a hacer algo�, pero se quedan ahí.�

Por H. C.

Umbral es el título de la obra del valenciano Paco Zarzoso que se acaba de estrenar en el Teatro del Sur (Venezuela 2255) y designa a ese límite que los personajes de estas cinco historias de amor no se animan a cruzar. Aquello que no se conoce pero impide el encuentro es la razón de ser de este espectáculo que protagonizan Beatriz Spelzini y Ricardo Merkin, artistas formados en el teatro pero con incursiones en el cine y la TV. En esta apuesta los acompañan Diego Reinhold, Marcelo Piraino, Silvina Fernández y Martín Neuburger, dirigidos por Fernando Piernas. Un fragmento de esta pieza fue presentado anteriormente en el ciclo de semimontados Los Contemporáneos, organizado en el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI). Umbral está invitada a participar del II Festival Internacional de Teatro del Mercosur (que se realizará en Córdoba entre el 23 de setiembre y el 7 de octubre) y del XVII Festival Iberoamericano de Teatro de Cádiz.

  "La obra describe muy bien la dificultad del acercamiento", opina Spelzini, intérprete, entre otras piezas, de la premiada Danza de verano, El jardín de los cerezos y Los derechos de la salud, y protagonista de Riconciliati, un film sobre el exilio que dirigió la italiana Rosalía Polizzi. Las cinco historias de Umbral se relacionan con lo cotidiano y la soledad en una ciudad, con la creación de un mundo de fantasías y la imposibilidad de concretarlo. "Estos personajes dicen voy a hacer tal cosa, pero se quedan ahí o hacen algo diferente a lo que habían pensado. Como cuando uno va a protestar y después simplemente saluda", sintetiza Merkin, quien tuvo como maestros a los directores Agustín Alezzo, David Amitín y Augusto Fernandes, y participó, entre otras, en Unos viajeros se mueren, dirigido por Alejandro Tantanian, Galileo Galilei, una puesta de Rubén Szuchmacher, y Ricardo III, conducido por Alezzo.

  --¿Creen que esa dificultad de llegar a un acercamiento pleno es  característica de las relaciones urbanas?

  --Beatriz Spelzini: Eso es lo que se ve en esta obra, donde los personajes tienen incluso argumentos válidos para no trasponer umbrales. Es gente abrumada por cosas como la tenencia del departamento o el televisor, y que cuando se decide a ir al encuentro del otro, algo pasa que no se lo permite. Estas parejas tratan de sostener esa fantasía de la unión, pero siempre alguno de los dos la destruye. 

  --Quizá por miedo a comprometerse...

  --B.S.: Creo que sí, que es miedo. Nadie quiere ser movido de su lugar, por eso rechaza a quien puede producirle un temblor. Como intérpretes, hemos podido reconocer ese temor. Yo misma, cuando estoy contando al personaje, me doy cuenta no sólo de mis propios umbrales sino también de todas las veces que no los quise traspasar.   

  --Ricardo Merkin: Esos límites son, pienso, el infierno tan temido del varón. En la primera historia, por ejemplo, cuando el hombre, ya separado, ve a su ex ("traicionada" por él), cree ver el infierno. Puedo decirlo: he tenido separaciones, y si veo a mi ex, me digo "¿No hablamos ya, es necesario empezar otra vez?". Porque las mujeres siempre reclaman. He pensado que la pareja como tal es una utopía. Uno se apichona ante tantos desencuentros.

  --B.S.: Trabajamos mucho sobre las resonancias. Cuando en la obra se habla de traición, necesito buscar en mí resonancias de las traiciones que me han hecho, y que no tienen por qué ser necesariamente amorosas. Esto me obliga a buscar sobre el sentido que tiene para mí la verdad, porque si no tuviera ningún valor, tampoco tendría importancia que me mientan.

  --R.M.: Pero no es solamente nuestra resonancia lo que interesa. En la obra importa mucho la mirada del director, de Fernando Piernas, que privilegió el macramé de cada personaje para que cada uno de nosotros logre un diseño vivo.

  --¿Cómo influye el clima social en esa elaboración?

  --R.M.: Sabemos que existen problemas de todo tipo, y a veces sentimos que éstos nos avasallan, pero poder interactuar así como lo hacemos en el teatro nos permite crear un mundo que para mí es una verdadera fiesta.

  --B.S.: Creo que ésa es la recompensa que tenemos por apostar a un proyecto muy querido. Tengo otras actividades y soy docente en la escuela de Augusto Fernandes. Mis compañeros también tienen otras actividades, y eso nos permite dar un espacio a obras de investigación como Umbral, donde volcamos nuestra experiencia. Grabamos los ensayos y las correcciones que nos hace el director. Esto es muy útil. Uno aprende a verse como un instrumento que debe ser afinado. En cada trabajo, mi mayor preocupación es que el teatro recuerde a la vida y no la vida al teatro. 

  --Sin embargo es bastante habitual hoy que se haga hincapié en que aquello que se presenta en un escenario es teatro...

  --B.S.: Pero son espectáculos muertos. Ahí, algo de la vida se interrumpe.

  --R. M.: Yo diría que son crípticos. Esos materiales exigen que todo el tiempo el espectador sepa que eso que está viendo es teatro y que no necesita de otras vivencias.

  --B.S.: En esas obras la persona puede no estar presente. Cuando eso pasa, y al actor no le sucede lo que está ocurriendo en escena, ahí se interrumpe la vida. Nosotros apuntamos a la reverberancia y a estar con el otro.

 

 

 

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