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Una de gangsters y timberos, que 
esconde una feroz denuncia social

�La fuerza del mal�, un film revulsivo de los años 40, revela el talento de Abraham Polonksy, director que fue perseguido por el macartismo.

�La fuerza del mal� pone en discusión los valores del capitalismo.
La película fue filmada en 1948 y le acarreó problemas al director.

 

Por Horacio Bernades

En 1951, el realizador y guionista Abraham Polonksy fue obligado a comparecer ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas, presidido por el senador McCarthy. Este le �solicitó� que denunciara a colegas sospechados de pertenecer al Partido Comunista. Polonsky se negó, amparándose en las garantías constitucionales. �Deberíamos ser un país libre, y no meramente decir que lo somos�, argumentaría más tarde, explicando las razones de su acto de coraje cívico. Hollywood, resueltamente embarcado en la caza de brujas, no se lo perdonó. La 20th. Century Fox, que lo tenía bajo contrato, lo despidió, y automáticamente el nombre de Polonsky pasó a engrosar las listas negras del macartismo, convirtiéndose en un desaparecido en vida. 
Recién a fines de los años �60 Polonsky pudo volver a firmar un guión con su nombre, y poco más tarde dirigió las que serían sus dos últimas películas. De resultas de esa proscripción, su carrera de director quedó reducida a sólo tres films, uno de ellos de dimensiones míticas. Se trata de su ópera prima, Force of Evil, de 1948 (las otras dos son Willie Boy, de 1969, que el sello AVH acaba de lanzar a kioscos, y Romance de un ladrón de caballos, de 1971). Considerada uno de los films más importantes del cine estadounidense de los �40, Force of Evil debió esperar hasta 1956 para su estreno en Argentina (con el título de La fuerza del mal), como consecuencia de las restricciones que el gobierno de Perón había impuesto a la importación de celuloide. De allí en más nunca hubo ocasión de verla. 
En estos días, el sello Epoca está haciendo llegar La fuerza del mal a videoclubes y casas de venta del rubro, en lo que constituye un verdadero acontecimiento. Ponderada por el crítico Andrew Sarris como �una de las grandes películas del cine moderno estadounidense� y uno de los films favoritos de Martin Scorsese, La fuerza del mal fue posible gracias al éxito que había tenido, el año anterior, Cuerpo y alma, célebre film sobre la corrupción en el boxeo cuyo guión había escrito Polonsky. John Garfield, protagonista de Cuerpo y alma, fue quien posibilitó el debut de aquél como realizador, al tomar a su cargo el protagónico de La fuerza del mal. Le costaría caro: él también cayó poco más tarde bajo las sospechas del macartismo, muriendo de un ataque al corazón en 1951. 
En La fuerza del mal, Garfield (nacido Jacob Julius Garfinkel) es Joe Morse, abogado al servicio de un gangster y cerebro de un ambicioso golpe económico. Su plan consiste en hacer quebrar, en un solo día, a los bancos ilegales que operan con dinero de la lotería clandestina, haciendo ganar el número al que todo el mundo va a apostar. Ese número es el 776, favorito de los apostadores cada 4 de julio, aniversario de la independencia de Estados Unidos, declarada en 1776. Como el jefe de Morse, un tal Tucker, monopoliza la lotería clandestina, todo está servido para que ese número salga, sí o sí. Los bancos no estarán en condiciones de afrontar el pago, y Tucker los absorberá de un solo golpe. Salta a la vista que la táctica ideada por Morse es exactamente la misma que, hoy mismo, las grandes corporaciones utilizan para devorar al pez chico. 
En otras palabras, en La fuerza del mal gangsterismo y capitalismo no son otra cosa que sinónimos. Lo cual la convierte sencillamente en uno de los films más revulsivos de la historia del cine estadounidense. Lo notable es que, para ello, Polonsky no necesita de ninguna declaración explícita. Con practicar una verdadera cirugía de la dinámica económica, le basta. De sólo 78 minutos de duración y sin estrellas, La fuerza del mal es, además, uno de los máximos ejemplos de las ventajas de la concisión cinematográfica. No hay un solo segundo desperdiciado. 
Los hechos se precipitan en una mecánica implacable, impulsada tanto por la propia acción como por unos diálogos que corren a ritmo de metralla, con Garfield escupiendo amenazas a diestra y siniestra, demostrando por qué se hablaba de él como �un nuevo Bogart�. Siguiendo el principio deldominó, esa mecánica crecerá hasta su estallido, cuando las guerras gangsteriles conviertan la ambición de poder en una sucesión de traiciones cruzadas, que terminan en una apoteosis de sangre y muerte como pocas veces dio el cine. En el camino, todo ha sido arrasado, nada queda en pie. No extraña que, poco más tarde, los responsables de semejante afrenta hayan sido silenciados para siempre: el cine estadounidense no podía tolerar algo así.

 

 

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