Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
El día de duelo y oración que decretó el primer ministro Jean Chrétien, en memoria de las víctimas a los atentados en Washington y Nueva York (donde se calcula que habrían perdido la vida más de 500 canadienses), coincidió ayer, en el final del Toronto International Film Festival, con la proyección de La stanza del figlio, la película que el director italiano Nanni Moretti concibió a la manera de un réquiem. Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes de mayo pasado, La habitación del hijo pareció llegar a Toronto en el momento más sensible, con la historia del duelo de un padre y una madre por la muerte de su hijo, en un accidente inexplicable.
No deja de ser una paradoja que Moretti haya obtenido el máximo reconocimiento de Cannes con el que quizás sea su film menos original. Ya en La misa ha terminado (1985) y Palombella rosa (1989), Moretti había sorprendido con un cine único, fuera de norma, donde los límites entre persona y personaje se hacían indiscernibles. Con Caro diario (1993) y su continuación, Aprile (1998), Moretti directamente adoptó la primera persona singular para hablar sobre el mundo contemporáneo, la política italiana, el cine y la paternidad, todo con una libertad, una fuerza polémica y un desprejuicio envidiables. Ver cualquiera de estos films de Moretti significaba encontrarse con un humor feroz y una capacidad de reflexión siempre sorprendentes. No es el caso precisamente de La habitación del hijo, donde Moretti sigue siendo el protagonista, pero abandona esa escritura en forma de diario para pasar a una clásica tercera persona, a un cine de prosa, sobrio, sólido, bien narrado, aunque mucho más convencional, en la medida en que ya no pretende confrontar al espectador sino en todo caso conmoverlo con la historia de ese psicoanalista que no sabe de qué manera elaborar el duelo por la absurda muerte de su hijo.
Como es habitual, Toronto este año tuvo también una fuerte presencia asiática, con una primera línea japonesa muy nutrida. Empezando por un maestro consagrado, Shoei Imamura, que afortunadamente no cumplió su promesa de retirarse con Dr. Akagi y dio otra prueba de su vitalidad con Agua tibia bajo el puente rojo. Entre quienes todavía están construyendo una obra que vale la pena seguir de cerca está Akihiko Shiota (Kyoto, 1961), de quien en la edición 2000 del Buenos Aires Festival de Cine Independiente se vio la notable Moonlight whispers, sobre dos adolescentes envueltos en una relación de incipiente masoquismo. Ahora Shiota viene a confirmar que tiene un mundo propio con Harmful Insect, la historia de otra adolescente que despierta al mundo con ojos extrañados. Hay algo distintivo en la manera en que se narra la irrupción a la vida adulta de esa chica, como si el director eligiera momentos al azar capaces de revelar el complejo proceso interior por el que atraviesa su protagonista.
Por otra parte, el cine digital está imponiéndose como una posibilidad cada vez más promisoria en Asia, y la prueba está en dos magníficos mediometrajes realizados con una pequeña cámara DV por dos de los mayores cineastas de la región, el chino Jia Zhang-ke y el taiwanés Tsai Mingliang. Con producción del nuevo Festival de Jeonju, en Corea, que va recién por su segunda edición, ambos cineastas aprovechan la ligereza y la versatilidad de la nueva herramienta y entregan dos blocks de notas que, sin exageración, pueden contarse como las auténticas revelaciones de Toronto.
Como en Xiao-Wu y Platform (ambas presentadas en el Festival de Buenos Aires, donde la segunda ganó en abril pasado el primer premio), en el nuevo film de Jia Zhang-ke, titulado En público, está la posibilidad de sumergirse en lo más profundo de China continental. Una remota estación de tren, una desolada parada de ómnibus en la ruta, una discoteca improvisadade provincia revelan una terra incognita a partir de la cual el director �sin apelar a una sola palabra� consigue dar cuenta de las tremendas transformaciones sociales y culturales por las que atraviesa su país. A su vez, Tsai �que también trajo a Toronto su largo más reciente, ¿Qué hora es allí?� vuelve a su obsesión por la soledad y la desesperación urbana. Una conversación con Dios se titula su pequeño registro documental en DV. Y de esa charla, también sin palabras, de esas imágenes de un hombre en trance, de un patético show callejero de strip tease o de un río putrefacto, en cuya orilla se agitan unos peces agónicos, se desprende que Tsai no le está diciendo nada bueno al señor de las alturas.
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