OPINION
Pasear a Belcebú en jaula por la Quinta Avenida
Por Susana Viau.
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Es un enemigo que no tiene nombre, no tiene fronteras, no tiene barcos, no tiene aviones�, reconoció el vocero de George W.Bush. Se trata de un enemigo fantasma, que no tiene nada, pero al que le han declarado la guerra, que será destruido por �América acaudillando al mundo�. En las grandes ocasiones, la Casa Blanca apela a la metonimia y, en realidad, el mundo del que habla son los países de la NATO, un mundo que verá así sus territorios, plagados de inmigrantes árabes, convertidos en blancos potenciales. ¿Querrán los franceses para la Tour Eiffel el destino de las Twin Towers? ¿No espantará a Tony Blair imaginar el Palacio de Buckingham reducido a cenizas? Y los españoles y los italianos, ¿cómo protegerán la Cibeles y las Termas de Caracalla?
¿Y qué puede hacer hoy �América� (una vez más la metonimia, tomándose por América entera) que no haya hecho ya en Afganistán, en Irak, en los Balcanes? ¿Qué más hay para poner sobre la mesa? ¿El empleo contra naciones desharrapadas de armamento nuclear, que, igual, atesora Pakistán y revende en el mercado clandestino la mafia rusa? ¿Borrar del mapa una ciudad, o dos, o tres? ¿Quiénes serán los conductores de esta guerra punitiva y ejemplarizadora? ¿Un presidente torpe y afásico con el desconcierto pintado en el rostro? ¿Los generales del Pentágono, o los directores de la CIA, o los jefes del FBI a quienes, si no hubiera sido tan acojonante el suceso, ya hubieran echado a patadas por inútiles? Ninguna acción militar se proyecta sin calcular las consecuencias, la respuesta, y la respuesta a la respuesta. Y quienes planificaron el martes 11 esa operación ofensiva inscripta en una estrategia de defensa, como bien dice el speaker, no tienen aviones ni barcos pero son militares expertos. Poseen la imaginación que proporciona la necesidad, usan los recursos de su enemigo. Y tienen la determinación ¿Una escabechina de musulmanes llevará paz a los muertos americanos o, simplemente, buscará reparar la humillación sufrida por sus gobernantes? ¿Y cuántos cadáveres hacen falta para recomponer el honor de los americanos? ¿Veinte mil? ¿Treinta mil? ¿Cien mil? Aun así, con las estrellas y las franjas flameando sobre una montaña de cuerpos morenos y de ojos penetrantes, Kabul no será nunca Nueva York y cualquier represalia que organice Washington parecerá pequeña comparada con la dimensión de lo que vulneraron los estrategas del martes 11, o demasiado desproporcionada para los medios con que cuenta el adversario. En esa lógica �que es �la lógica� de estas cosas� Bush no tiene piezas buenas para mover. Lo hecho, hecho está y no hay remedio. Todos saben que �América� puede arrasar un territorio que no tiene siquiera edificios públicos, todos saben que �América� puede casi lo que quiera. El vértigo, desde esta semana, lo produce saber que el fantasma desarmado o mal armado, esa especie de esfera de Pascal cuyo �centro está en todas partes y su circunferencia es ninguna�, también puede.
¿Cuál sería la salida inteligente para un presidente tonto? Quizás el �como si�. Tal vez una intervención intrépida al santuario para llevarse a casa �con la secreta venia afgana� a Osama bin Laden, y pasear al nuevo Belcebú en una jaula por la Quinta Avenida. Es decir, una representación de la supremacía, el paripé del poder absoluto. Porque las leyes de la guerra indican que hay batallas que no conviene entablar, aunque se triunfe, puesto que lo que se pierde en ellas es mucho más que lo que se gana. No se pueden usar cañones contra nubes de mosquitos, aunque los mosquitos se hayan lanzado en picada haciendo desaparecer uno de los cinco lados del Pentágono. |
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