Por Martín Granovsky
1 El atentado de las Torres Gemelas no tiene nada que ver con la bomba contra la AMIA.
Falso. Las diferencias hacen a la intensidad de la acción terrorista y no a la esencia del ataque. Primera diferencia: el efecto propagandístico fue superior en Nueva York por el blanco elegido, la espectacularidad tecnológica y los casi cinco mil muertos. Segunda diferencia: la agresión en los Estados Unidos ni siquiera fue reivindicada, aunque el uso de suicidas otorga un difuso copyright. En cuanto a las semejanzas, en los dos casos los blancos fueron civiles no combatientes, la indiscriminación fue el criterio mayor y el efecto de propaganda armada, de publicidad por el símbolo, buscó demostrar la supuesta vulnerabilidad del imperio, o sea de Washington. En el caso de las Torres Gemelas, la utilización de símbolos fue directa: el blanco fueron los Estados Unidos. En el caso de la AMIA, los terroristas partieron del razonamiento de que Israel es un Estado vasallo de Washington, y que cualquier institución judía en el mundo es un blanco potencial.
2 Ahora, los Estados Unidos van a aprender.
La premisa de esta frase es que los norteamericanos vivieron en carne propia lo que sus gobernantes han infligido muchas veces al resto del mundo. Pero pregonar la muerte como objetivo pedagógico es cruel. Y el miedo, habitualmente, engendra fascismo en lugar de reflexión.
3 Fue un golpe al Imperio. Como tal, debe festejarse.
Es un razonamiento primario, militarista, y perjudicial desde el punto de vista de los intereses nacionales de los argentinos. La Argentina padeció la masacre de la dictadura y dos de los atentados más graves de la historia moderna hasta que fueron superados por los de los Estados Unidos. La matanza de civiles es una acción absoluta, moralmente injustificable y políticamente ilegítima. Desde el punto de vista de la democracia y los derechos humanos, la insensibilidad ante cinco mil muertes es no solo perversa sino autodestructiva: relativiza el valor de todo reclamo para revisar el pasado y plantear una concepción garantista de las libertades individuales. Desde el derecho internacional, además, los atentados fueron un crimen sin vueltas. Como Estado débil, sin posibilidades de usar la fuerza como elemento de disuasión, la Argentina no sólo debe apelar al derecho internacional: le conviene hacerlo.
4 Es un choque cultural.
El concepto surge de un libro del pensador conservador norteamericano Samuel Huntington, El choque de civilizaciones, que opone Occidente a un supuesto primitivismo del Islam. Esa visión esconde que el problema real de los países árabes es que, en su mayoría, viven bajo un régimen de dictadura y no que su población adscribe al Islam. Hasta ahora, además, Washington toleró el fundamentalismo pakistaní, saudí y de los pequeños Estados del Golfo Pérsico, en aras de una supuesta estabilidad geopolítica. Antes alentó como �combatientes de la libertad� a los talibanes frente a los soviéticos que habían ocupado Afganistán, a pesar de que se basaban en una interpretación extremista del deobandismo, una rama del Islam que había querido regenerar la religión musulmana en la India durante la ocupación británica. La noción de �choque cultural� encaja perfectamente con el objetivo de los terroristas que el martes 11 atacaron blancos en los Estados Unidos, simetría reforzada por la falta de adjudicación de los atentados. Si muchos en Washington creen que el agresor es el Islam, los verdaderos agresores reciben de ese modo unparaguas protector espiritual frente a los pueblos de religión musulmana. El �choque cultural� sólo brinda legitimidad a los terroristas.
5 La Casa Blanca fue derrotada.
Falso. El ataque ubicó la seguridad en el centro de la agenda mundial. Cada vez que eso sucede ganan poder los sectores ultraconservadores, aumenta el presupuesto de Defensa (cosa probable incluso en América latina) y se agudiza la polarización política que reinstala la lógica de guerra amigo�enemigo. Apostar a este escenario o festejarlo es, otra vez, elegir la vía autoderrotista.
6 Está mal analizar los intereses de la Argentina o la desigualdad mundial cuando los cadáveres aún están calientes.
Es una falacia, sobre todo cuando los Estados Unidos, mientras el pueblo llora a sus muertos, están articulando un gigantesco plan de legitimación multinacional para una operación de castigo ejemplar.
7 Los atentados actualizan las banderas de la izquierda de los �70.
Falso. Aun en las organizaciones de matriz más militar, matar civiles fue siempre una consecuencia no buscada, jamás un objetivo político. En todo caso, sí se parecerá a los �70 el uso de instrumentos de la Guerra Fría como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, reformado en 1975 por las dictaduras del continente y el gobierno de Isabel Perón y José López Rega para reprimir la disidencia interna. Jugar a �cuanto peor, mejor� significa obviar diferencias, reivindicar como movimientos de liberación a criminales globales y rescatar una consigna que, al contrario, tuvo final conocido: cuanto peor, peor.
8 Si la Argentina no se alinea militarmente con los Estados Unidos, su desarrollo económico será menor en el futuro.
La frase recuerda la posición neutral en la Segunda Guerra Mundial y resucita una polémica. Una posición, cuyo expositor más elaborado es Carlos Escudé, sostiene que esa neutralidad, en contraste con el alineamiento de Brasil, que envió tropas, retrasó las inversiones norteamericanas en la Argentina y, así, demoró el desarrollo económico. Pero hay otra teoría interesante sobre la decadencia argentina, expresada por el fallecido Jorge Sábato en el notable libro La clase dominante en la Argentina moderna. Según esa tesis, la Argentina sufrió un estancamiento tras otro porque obtuvo sus recursos �en los circuitos de circulación, con preferencia sobre los circuitos de producción de riqueza�, primero gracias a la extraordinaria ventaja comparativa del agro que privilegiaba la extensión sobre la productividad, luego por un proceso de sustitución de importaciones basado en desplazar las inversiones de rama en rama, a medida que se agotaban, y al final la apertura financiera.
9 No combatir es incoherente con haber sido blanco de atentados.
Ser neutral ante los actos terroristas es lo incoherente. No combatir es un problema de elección de métodos. Si el blanco es el terrorismo en todas sus variantes, la Argentina ayudará menos al mundo enviando dos fragatas al Océano Indico que imprimiendo decisión a la vergonzosa actuación judicial sobre los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA. Por otra parte, una posición con el menor nivel posible de protagonismo garantizará internamente una mejor convivencia entre las comunidades árabe y judía de la Argentina.
10 No combatir es imposible.
En Gran Bretaña, estos días, quienes proponen adherir sin más vueltas a las maniobras militares norteamericanas argumentan lo siguiente:�Sufriremos atentados, nuestra vida cotidiana será peor y nos expondremos a ser blanco del terrorismo irracional, pero de eso también se tratan las alianzas�. Práctico como ninguno, el razonamiento no tiene por que ser imitado en la Argentina, un país de (sub)desarrollo intermedio cuyo único peso internacional es, o era, la capacidad de daño sobre el sistema financiero por su eventual default.
11 Después de las relaciones carnales, ya no hay margen para cambiar.
Conviene introducir algunos matices. Uno: sería delirante e inconveniente que la Argentina se convierta en un enemigo de los Estados Unidos, desafiándolo irresponsablemente. Dos: la Argentina no está obligada a profundizar las relaciones carnales. Tres: la Argentina puede ir desandando suavemente su alineamiento automático, con el argumento cierto de su escaso poder internacional. Cuatro: si es que el Plan Brady fue una ayuda para la Argentina, se logró más por haber capitalizado deuda, transformando títulos inútiles en activos de empresas privatizadas, que por haber enviado tropas al Golfo. Cinco: el país debe multilateralizar de verdad cualquier marco de decisión. Seis: la Argentina no debe tomar ningún atajo contra la legalidad, como sería confundir una misión actual de mantenimiento de la paz en otra de preparación de la guerra. Siete: el Gobierno debería abandonar el activismo en que lo ha colocado Fernando de la Rúa, quien normalmente usa un lenguaje vago y en este caso eligió distinguirse poniéndose como el presidente latinoamericano que más habló de �acciones contra el terrorismo�.
12 Si Estados Unidos no ataca Afganistán, el terrorismo seguirá.
Falso. Continuará igual, solo que, en el mejor de los casos, con un santuario menos y, quizás, con menor refinamiento para el mal. El terrorismo, como las bacterias, muta, y parece tonto pensar en el control de cuchillos en los aeropuertos cuando la botellita de vino del avión puede convertirse en un arma blanca. Los suicidas son un recurso renovable, que solo se agotó en el caso de Japón cuando los Estados Unidos tiraron la bomba sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero, primero, esta vez no hay un Estado enfrente y, segundo, ¿alguien puede afirmar que cientos de miles de muertos sean la solución moral �y eficaz� para disuadir a otros criminales como los de las Torres Gemelas?
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