OPINION
LA REACCION DEL GOBIERNO DESPUES DE LOS ATENTADOS
El mundo ya era inseguro
Por Mario Wainfeld
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La inseguridad no brotó con la violencia del rayo, el martes en un luminoso día neoyorquino. El lunes, digamos a la noche, horas antes de los atentados, el mundo era un lugar muy inseguro.
Una proporción altísima de sus habitantes estaba sumido en insoportables niveles de pobreza. Muchos otros, en el techo del mundo o en sus suburbios, tenían trabajos precarizados e ignoraban si los mantendría en los próximos días o meses. La marginación creciente recibía como principal respuesta la represión o el aislamiento.
La fragmentación social era cruel ese lunes. En muchas sociedades, nacer pobre era una condena de por vida, algo semejante a integrar una casta de la que no parecía poderse zafar ni aun luchando. �La sociedad liberal contiene en sí misma el ghetto. La sociedad de clases llevaba en su seno el conflicto, la desigualdad... no el ghetto. Eramos una sociedad de discriminación �describe Alain Touraine�, nos convertimos en una de segregación.� Ghettos en las ciudades, en las naciones. Casi un continente entero (Africa) sobraba, estorbaba en la aldea global.
La desregulación, orientada sólo en función de la ganancia empresaria, había arrojado a millones de personas a la desocupación, a la anomia, a no saber ni siquiera qué desear. En ese mundo del lunes, escribió uno de sus mejores historiadores, Eric Howbsbawn �el pasado ha perdido su función, incluido el pasado en el presente... los viejos mapas que guiaban a los seres humanos individual y colectivamente por el trayecto de la vida ya no reproducen el paisaje por el que nos desplazamos y el océano en que navegamos. Un mundo en el que no sólo no sabemos adónde nos dirigimos sino tampoco adónde debemos dirigirnos�.
El eficientismo capitalista desbarató las naciones, la fábrica, los sindicatos y las familias (medios de cooperación que la humanidad fue urdiendo en su devenir) dejando a miríadas de gente común sin rutinas, sin memorias, sin elementos que les permitieran imaginar y garantizar su autoperpetuación.
Una ideología banal pero potente había definido al móvil de lucro como único motor indisputable de las conductas humanas. Su desarrollo sin cortapisas, se dictaminó, era la mano invisible que armonizaba todos los intereses. Subordinados a él se mancillaron las conquistas sociales, los objetivos de igualdad, el medio ambiente.
En todos los tiempos hubo ricos y pobres y en todos riquezas afrentosas. Pero, tal vez, nunca como en el mundo que se acostó a dormir el lunes la riqueza fue identificada con la virtud. Si todas las culturas populares, los cuentos de hadas, el cine neorrealista, los mensajes de Cristo identificaron a los ricos con la avaricia, la mezquindad y hasta la torpeza, los albores del siglo XXI hicieron confluir los vicios privados con la virtud pública. Los ricos eran, en el imaginario dominante en la noche del lunes, seres admirables. La �revolución conservadora� (expresión que es una de las tantas contradicciones en los términos que se habían transformado en sabiduría) liberó de toda culpa (aun de las que contienen los evangelios) a los ricos y estigmatizó al pobre como �culpable� de su condición.
Tan ennoblecidos estaban los ricos que gravar con impuestos sus bienes era visto como pecado en ciertos confines del orbe e investigar sus chanchullos, así fueran algunos tan perversos como el lavado de dinero, seriamente desaconsejado por los gobiernos de acá y acullá. Tan invulnerable era el móvil de lucro que una crasa ideología repetida banalmente por muchos comunicadores se permitía día a día estigmatizar hasta el hartazgo a los dirigentes políticos pero �a diferencia de los bufones, de los juglares, de los trovadores, de losfolcloristas, de los costumbristas de todos los tiempos precedentes� dejaban intactos de críticas a los más pudientes.
Era un mundo inseguro, con un presente asfixiante, un futuro improbable, trabajos transitorios muy mal pagos en el que la �tolerancia cero� sólo regía para los delitos cometidos por las clases más sojuzgadas.
El individualismo y el consumismo eran las vigas maestras de un orden mundial, aun para aquellos que no podían garantizarse un mínimo acceso a lo imprescindible. Los flujos financieros habían abolido las fronteras para desplazarse. Los límites, los cupos, las aduanas, subsistían sólo para la especie humana, en especial para su tramo más sojuzgado.
Ese mundo de incertezas, de miedos, de injusticias, que nadie bien nacido puede identificar con el �bien�, anocheció el lunes.
El Sur también existe
La Argentina era, en ese anochecer, un triste suburbio de ese mundo. Incorporado �sin anestesia, sin entes reguladores y sin seguro de desempleo� a la globalización, pagó todos sus costos sin que una abrumadora mayoría de sus habitantes haya siquiera olido sus dividendos.
Su gobierno estaba liderado �es una forma de decir� por un presidente conservador, débil, irresoluto y de miras muy estrechas. Abolir el déficit fiscal era la única utopía que le permitía imaginar un credo, antes que capitalista, municipal. Los avatares de la historia lo habían puesto al frente de una coalición que incluía mujeres y hombres algo más amplios que él en sus perspectivas del mundo. Pero sus errores, su sectarismo y también cierta tozudez en conservar jirones de poder lo indujeron a liberarse de esos aliados. Cuando se acostó el lunes, Fernando de la Rúa no tenía �en posiciones de poder, en el gabinete, en su mundillo de confidentes� cerca a nadie menos conservador, menos rico que él (que es millonario), menos vinculado a las derechas económica, eclesiástica y cultural de la Argentina.
Hizo lo que hizo de consuno con sus asesores más íntimos, muchos de ellos ajenos a toda sabiduría política, ni qué decir democrática: un financista que se hizo rico en horas, sus hijos que apenas dejaron la adolescencia, un par de políticos sin votos. Todos le certificaron que recortando su alianza ganaría más poder. Empero, a menos de dos años de mandato, su legitimidad política parecía hecha trizas: las encuestas decían que perdería cerca del 50 por ciento de los votos que lo llevaron a la Presidencia.
Seguramente la clave de su desmoronamiento no era su sectarismo sino el fracaso de la economía nativa. Le tocó presidir durante la más larga depresión económica de la historia argentina. A su lado se trituraron tres ministros de Economía y �como único resultado palpable� habían crecido el desempleo, la pobreza extrema, la concentración económica. Una novedad, eso sí: el país estaba al borde del default.
Si una característica saliente tuvo la gestión De la Rúa �amén de su sectarismo e ineficacia� fue su ciclotimia. Con el Presidente a la cabeza, su entorno y sus obsecuentes, la administración de la Rosada transitó a toda velocidad, más de una vez, de la euforia a la depresión. Euforia cuando ganó las elecciones, cuando eyectó del Gobierno a Carlos Alvarez, Federico Storani y Rodolfo Terragno, cuando logró el blindaje, cuando pactó el megacanje. Depresión cuando todos esos atajos políticos y financieros se desvanecieron como el humo en el aire. Siendo ya la mañana del martes, el Presidente asistía a una escena repetida. Una reunión de gabinete en la que Domingo Cavallo describía los lineamientos del Presupuesto 2002, concebido en la matriz del déficit cero. Dos diputados, un radical y un frepasista (Horacio Pernasetti y Darío Alessandro) le pedían precisiones, moderación en los recortes. Dos contrapartidas que Mingo suele ser muy avaro en prodigar. Es sabido que el real diseño del Presupuesto se oculta de la luz del sol. En ese momento, con involuntario simbolismo, entró el Edecán. Había visto, en algún televisor de la Rosada, el segundo atentado y él, un soldado, venía a contárselo al poder civil.
Lo primero fue lo que ocurrió en tantos hogares y lugares de trabajo de argentinos: el hipnótico seguimiento, por horas y horas de las contadas �y no por eso menos expresivas� imágenes que venían por TV.
Lo segundo fue una cautelosa pero casi audible euforia que fue impregnando al entorno presidencial: había otro atajo para recolocar a la Argentina en el mundo, al Presidente en primer plano, para recuperar esa alicaída imagen, para contrarrestar los tozudos datos que prodigan las encuestas de opinión y la sensación térmica de las calles. La Argentina, esto es, Fernando de la Rúa debía doblar su apuesta a las relaciones carnales.
El disco duro en acción
El disco duro del delarruismo �el Presidente, su vocero, el canciller� tal vez se hubieran bastado solos para llegar a esa conclusión. Pero recibieron buenos consejos en sus orejas. Provinieron de la flor y nata de cierto establishment financiero que los urgió a ponerse al frente del Mercosur. En esto la voz cantante que se hizo oír fue la de Emilio Cárdenas.
Cárdenas �el lector más avisado tal vez no necesite este recordatorio� es un importante dirigente corporativo del empresariado bancario que acusó al gobierno menemista de �cleptocracia�, esto es gobierno de los chorros. Su amor por el neologismo no le impidió, apenas después de emitir su diatriba, ser embajador de ese gobierno. Y ha rato que ambiciona sumarse a éste. Cavallo le ofreció hace poco ocuparse del ala económica de la Cancillería pero tropezó con la objeción de Adalberto Rodríguez Giavarini. Ahora el hombre reapareció como asesor de política nacional, autodesignado claro está. Sopló en los atentos oídos del ministro de Economía (antes que de nadie) y del canciller (tras cartón) la necesidad de demostrar adhesión total e incondicional a la política exterior norteamericana. Más que eso, planteó que era imprescindible anteponer el consenso a los propios reclamos de George W. Bush.
La insinuación germinó en suelo fértil. Los hombres de comunicación del Presidente, Juan Pablo Baylac el primero, se esmeraron en que De la Rúa fuese el primer mandatario latinoamericano que apareciera en la CNN encolumnado tras los Estados Unidos. Y Argentina fue pionera puesta a sacarle naftalina al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (el TIAR) de infausta memoria por acá ya que fue desactivado durante la guerra de Malvinas cuando nuestro país quiso invocarlo en defensa propia, olvidando que había sido concebido con un instrumento de la bipolaridad y no de la contingente necesidad de países periféricos.
Los argumentos centrales del Gobierno, que tuvieron en el canciller su más preciso expositor merecen mención y síntesis:
La amenaza terrorista no permite actitudes tibias o neutrales.
Menos que ninguna nación puede permitírselo Argentina, víctima reciente de dos atentados feroces.
La reacción de Bush no ha sido violenta ni irracional. Ha buscado elconsenso internacional. Todos los dirigentes del mundo, incluidos los de China o el propio Fidel Castro, han repudiado los salvajes atentados.
Los países europeos son a la vez referencia y contención para eventuales desbordes norteamericanos.
(Dicho en forma más confidencial). La extrema vulnerabilidad de la economía argentina impide cualquier distanciamiento, distracción o atisbos de tercerismo.
El orden legal interno será respetado. Las decisiones esenciales de política exterior o militar pasarán por el Congreso.
Ese punto, ése solo, es el que diferencia al actual gobierno de su precursor.
El camino del alineamiento automático y sobreactuado fue piedra basal de la estrategia gubernamental del peronismo neoconservador de fin de siglo, al que, convencionalmente, se bautizó menemismo.
Un canciller de ideología idéntica al del actual, aunque más simpático y �seguramente� más sincero bautizó �relaciones carnales� a esa estrategia, pensada como llave del crecimiento y la integración nacional. Sus resultados deberían inducir a pensar mejor su eficacia y deseabilidad.
Y los dos atentados que padeció la Argentina tal vez tengan una relación causal con esa decisión. No es seguro ni probado pero sí probable. Razonar a partir de las relaciones causa-efecto es una de las tradiciones occidentales, acaso más venerables que la política exterior norteamericana. En todo caso, los gobernantes de este confín no deberían olvidarla.
La retórica del canciller
Es un hombre de perfil bajo, religioso, austero hasta el paroxismo. Ha sido figura clave en estos días, lo será en los porvenir y vale la pena repasar su retórica en estos días terribles. Rodríguez Giavarini se ha apegado estos días a hablar de las fuerzas del �Bien�, entendiendo por tales a las que reportan a Estados Unidos. Y un análisis de contenido revela la abundancia de la expresión �pecaminoso� para aludir a eventuales decisiones políticas o estratégicas que contradigan el Norte que él ha elegido. Una expresión que parece más propia de alguna concepción teocéntrica o fundamentalista que de la delicada jerga política democrática. Tal vez no sea ése el pensamiento íntimo del canciller pero debería cuidar cómo dice lo que dice.
Es notorio que su retórica condenatoria del terrorismo no suela incluir el aditamento �de Estado� ni siquiera cuando menciona que asoló la Argentina. Solo en una nota que publicó ayer La Nación se permitió una módica mención incidental: �la violencia hace tres décadas produjo hechos con víctimas inocentes y desaparecidos�. Una elusión que evoca a la teoría de los dos demonios y que está muy por debajo de la autocrítica que realizaron las propias Fuerzas Armadas por boca del general Martín Balza.
La memoria del canciller no sólo es demasiado selectiva para esos tramos históricos. Su nota señala que la fecha del atentado coincidió con el día del Maestro, lo que engarza con el recuerdo de dignas tradiciones nacionales vinculadas con la educación y la movilidad social.
Pero su recuerdo omite que el 11 de setiembre también se conmemora el asesinato de Salvador Allende, a manos de las Fuerzas Armadas de su país y con la complicidad ostensible y probada del Departamento de Estado que, por aquel entonces, convocaba al mundo libre a la guerra santa contra el marxismo, así lo encarnaran demócratas ungidos por elvoto popular como Allende. Una guerra santa que gobiernos del Cono Sur compraron llave en mano, experiencia que sería trágico reiterar.
Déjà vu
Es que todo tiene algo de déjà vu.
Las mismas imágenes del atentado sugieren que los psicópatas que los urdieron los maquinaron en términos cinematográficos.
La política exterior norteamericana siempre dispuesta a hacer tronar el escarmiento, a hacer valer el cinco por uno. Una nota al pie: se ha dicho demasiado en estos días que cabe temer desmesuras de Bush, a fuer de republicano, de derecha. Pero es bueno rememorar que, puestos a promover vendettas, los demócratas han hecho lo suyo. Demócratas bombardearon Hiroshima y Nagasaki, atacaron Corea (Harry Truman), intentaron desembarcar en Cuba (John Kennedy), escalaron Viet Nam (Lyndon Johnson). La política exterior americana es como la argentina de estos años: constante aunque cambien de manos los gobiernos. La diferencia es que ellos la urden en sintonía con las pasiones, dolores y reclamos de su pueblo.
La reacción argentina, buscando en forma espuria liderazgos que no se consiguen por acá. �El estado �propuso el sociólogo francés Jean Claude Guillebaud� es a duras penas, aun amo de su moneda, de sus decisiones domésticas, de sus subsidios a la crianza de cerdos. Paradoja: cuanto menos medios de acción tiene más se lo convoca para misiones planetarias�. En el caso argentino lanzarse a la arena internacional parece especialmente patético. De hecho, ni política monetaria tiene. Y su vindicta con los terroristas que vulneran derechos humanos no abarca a los que cometieron genocidio acá mismo. Daría risa, si no diera odio, que el ministro de Defensa esté dispuesto a perseguir por doquier a quienes otros poderes designen �terroristas� siendo que él mismo garantizó, mediante tortuosos mecanismos legales que los �probados� genocidas argentinos tengan su santuario en la Argentina.
La vida humana es, debería ser, sagrada para los hombres. Matar a otro es pecado para casi todas las religiones y delito para casi todas las leyes. Matar a civiles es un acto de indecible crueldad que sólo puede mover al repudio y a la búsqueda de sanción a los culpables, amén de su aislamiento político. Entre eso y sumarse acríticamente a cualquier cruzada vengativa, incluida alguna que ataque a otras poblaciones civiles �tan dignas de respeto como la neoyorquina� media un abismo. Un abismo que el gobierno argentino, preso de sus limitaciones, parece más que dispuesto a transitar.
Coda
Se ha repetido en estos días que ha comenzado una etapa histórica. Y bien puede pensarse que así será. Nacida a sangre y fuego, parida por un terrorismo que ni siquiera asume sus atentados. Bajo esos auspicios, cabe pensar que todo será peor para quienes piensan en términos de reforma, de progreso, de articulaciones políticas, de avances consensuados. Cuando hablan las armas y las minorías mesiánicas, la política suele callar o ceder.
Algo nuevo y terrible ha ocurrido y nada será igual. Sin embargo, sería un error pensar que el pasado fue abolido, que las discusiones válidas y pertinentes el lunes a la noche hayan perdido vigencia. Ya por entonces ni George Bush ni Fernando de la Rúa parecían líderes adecuados para comandar las realidades de sus bien distintas comarcas. ¿Lo serán ahora, cuando todo es más arduo, más complejo, más brutal? Todo induce al pesimismo, pero habrá que ver. |
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