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NICOLAS CASULLO, ENSAYISTA Y PROFESOR DE COMUNICACION
“Este terrorismo no tiene nada que ver con la violencia revolucionaria”

Los atentados en Washington y Nueva York crean una paradoja: el repudio al terrorismo, la mesura de no olvidar lo que significa realmente la �defensa de Occidente�. Casullo analiza los mensajes de una crisis con una fuerte dosis de ideología y explica por qué los terroristas son, en cierto modo, una contrapartida de la violencia capitalista.

Por María Moreno

–¿Cómo fue la cobertura periodística del atentado?
–La prensa ha difundido el atentado sin animarse a decir que, concluida la expectativa de pensar una posibilidad de cambio, cerrada la historia con países que han quedado bien y otros que han quedado sin ninguna capacidad de juego, se explica la aparición de un terrorismo que no quiere una sociedad utópica a conquistar. No constituye una violencia revolucionaria, ni propaganda armada en el sentido del que se entendía en los setenta, cuando se expropiaba un camión de leche y luego se repartía, pero todo en función de un mundo que estaba por llegar y sobre el cual se arriesgaba la vida, pero creyendo más que nunca en una transformación social, un modelo socialista.
–¿Qué es lo que pasa hoy?
–El terrorismo hoy es la falta total de esa idea, pero al mismo tiempo es la única manera de golpear contra un gran poder que ya es ingolpeable. Ya no existe la posibilidad de un Vietnam, es decir de un pueblo heroico que enfrente a un Imperio, como se llama ahora a los EE.UU. En la lógica que implanta el terrorismo vuelve a parecer que somos casi todos iguales en la batalla. Si el terrorismo quiere envenenar el agua de una ciudad, lo hace por más que se tenga un escudo antiatómico como el que quiere hacer Bush. Si quiere lanzar una bacteria en una urbe de millones de habitantes, también. La última imagen del terrorismo es asumir la cadaverización capitalista y ser la última cara de la barbarie de ese mismo capitalismo. Así como Baudelaire decía que el dandy era la demostración de que el artista se había transformado en mercancía, como una forma de contestarle al buen burgués que hasta el artista era un producto, yo creo que el terrorismo es una forma de contestarle a la barbarie capitalista: nosotros somos el último rostro de esa barbarie, cadaverizamos todo. Al que comete el acto, a los que están en las torres, a los que está en el Pentágono, todos mueren.
–¿Qué nueva significación tiene, entonces, la palabra “guerra”?
–Acá se acabaron las guerras porque el único que se quedó con todo el armamento, con todo el arsenal, es EE.UU. Las guerras son como la de Yugoslavia o como las de Irak. La guerra de Irak produjo 150 muertos norteamericanos y 120 mil muertos iraquíes. O sea, no hay más guerra y los 150 muertos norteamericanos vaya a saber por qué murieron. En la guerra con Yugoslavia, las fuerzas de la OTAN deben haber perdido 3 soldados. La post–historia es la imposibilidad de gestar una guerra. Entonces es absolutamente “lógico” que aparezca el terrorismo como la única forma devolver a discutir. ¿Qué quiere decir volver a discutir? Volver a plantear un conflicto donde sean los dos sectores los que se encuentren afectados. Cambiar el rumbo de los aviones con un montón de pasajeros, trabajar en términos suicidas y estrellarse contra esos gigantescos rascacielos es ese último rostro de una barbarie capitalista, pero que se mira en el espejo. Marx en el Manifiesto Comunista dice que frente a la barbarie capitalista aparece el socialismo, aparece el proletariado y hace la revolución. De ahí esa famosa revista francesa Socialismo y barbarie. Yo creo que, acabada la idea socialista, quedó la barbarie y de la barbarie emerge esta violencia que sin embargo no es una violencia irracional sino que piensa racionalmente, entonces quiere golpear la Casa Blanca, logra golpear el Pentágono y las Torres Gemelas –el corazón simbólico de los negocios– y lo hace de una manera absolutamente desmesurada.
–Algunos medios subrayaron la imagen de los palestinos festejando.
–Y era un pequeño sector. Es indudable que el mundo viene de una época donde a uno le decían que las fuerzas de Batista habían sido aniquiladas y festejaba el triunfo de tal lado. Lo mismo cuando le decían que las fuerzas fascistas o nazis se habían rendido. Yo tomé el domingo un avión desde Washington que pudo haber sido desviado. No se me escapa ese lugar de lo atroz, pero esta actuación terrorista no tiene nada que ver con lo que era la violencia revolucionaria, la discusión en América latina sobre violencia como respuesta a otra violencia mayor, por ejemplo. Ni con el accionar guerrillero más cuestionable de la Argentina. Lo que hay que marcar es que es muy difícil analizar esto porque uno está contra el terrorismo, pero tampoco se compra el paquete de que forma parte de la defensa de Occidente con la libertad y el standard de vida de Manhattan, que es el símbolo de nuestra biografía. Porque lo que vimos por la televisión era a nuestro segundo barrio –el que vimos desde Doris Day en adelante– quemándose y abriéndose. Manhattan representa el modelo excelso de una sociedad que ya no tiene regreso y que, al mismo tiempo, ya ha dejado de ser la de De Niro en Taxi Driver: es una Manhattan limpia, higiénica, un modelo de primer mundo que ha sido diseñado con una altísima cuota de seguridad, el punto culminante de una historia civilizadora. Cuando se caen los edificios de Manhattan no se caen edificios, se caen pedazos civilizatorios como los 51 pisos de un edificio que se llama American Express que ha sido desalojado. No se puede estar con este terrorismo que evidentemente no responde a ningún tipo de estrategia revolucionaria violenta, pero tampoco se puede estar diciendo “somos todos norteamericanos”. Que hoy se quiera inventar una especie de mundo idealizado donde todos tenemos que pensar exactamente igual lo que sucede en Manhattan o en el Pentágono es un complemento argentino a pasarnos la vida leyendo económicamente que ésta es la única alternativa, el único modelo, la única salida. Esto viene al caso también para los valores culturales: todos tendríamos que estar del lado de las torres de Manhattan.
–En la Guerra del Golfo, Susan Sontag, tan crítica con la cultura norteamericana, se alineó con la OTAN, al igual que otros intelectuales. ¿Cuál será su posición ahora?
–Hoy, la imposibilidad de situarse en el lugar del terrorismo la da el propio terrorismo. El terrorismo actúa como la contracara monstruosa de un capitalismo que ha llegado a un punto donde dice “aquí estamos nosotros en el primer mundo y hay una sensibilidad del primer mundo que no es la sensibilidad del tercer mundo”. Cuando sucede el atentado, se suspenden los partidos de fútbol en Europa porque evidentemente un jugador de fútbol europeo no es igual a un jugador del fútbol argentino. Vive la sensibilidad de un standard de vida, un mundo plácido, de dinero que circula confortablemente. Entonces se siente parte de esas torres. Pero pienso que el 95 por ciento de los argentinos no se identifica con ellas, más allá del acto criminal del que fueron objeto. De estas torres salen diariamente aquellos que trabajan sobre el riesgo país de la Argentina.Desde ahí se nos dice “ustedes no van a participar”. Entonces no hay identificación con estas torres ni con el terrorismo. Algunos medios gráficos y televisivos argentinos han querido plantearnos que nosotros somos una parte igual y radiante de la libertad y el standard de vida del primer mundo. Es que el capitalismo se ha pseudoespiritualizado de una manera asquerosa y virtual, donde de golpe un determinado valor constituye al ser social, entonces ese valor tiene que predominar tanto en Manhattan como en Kabul, en Sri Lanka, como en Buenos Aires o en La Paz, y no es así. Son los seres sociales los que siguen constituyendo la idea: no es lo mismo un ejecutivo de Manhattan que un campesino de Bolivia. El periodismo aparece queriéndonos vender que las ideas predominan sobre el lugar social al cual se pertenece con todos los rigores y miserias que se puedan vivir allí.
–Al ver las imágenes del atentado por televisión, una y otra vez, se produce una suerte de anulación de las fronteras entre ficción y realidad, tan explotada por el reality show. Entonces parece dificultoso reconocer que no se trata de una película.
–El terrorismo es el gran actor que permite a la televisión que nos devore totalmente. Permite un rating del 99,99 y que toda la maquinaria y toda la técnica se ponga en estado ideal, utópico y nos deje en pura fascinación. El 11 de septiembre, el mundo estuvo mass-mediatizado, seducido, atraído, comprado, mucho más que en una final de mundial de fútbol. Hay que aclarar, aunque sea aleatorio, que las políticas massmediáticas no son las mismas allá que acá. Las imágenes en primer plano casi desaparecieron. Las escenas de sangre en las calles no se vieron. Los norteamericanos trabajaron sobre escenas de Hollywood –¿cuántas películas y series empiezan con la imagen de Nueva York o terminan con la imagen de Nueva York?– que se podían ver como lo real que serenaba y que al mismo tiempo fascinaba. Como si permitiera decirse “a esto lo conozco”, “esto ya lo sé”. Que caigan las torres entra en nuestra cabeza y vaya a saber en qué lugar se aloja porque es el cruce de lo mítico con lo catastrófico. Ni siquiera París podría llegar a ser esto que fue Manhattan para nosotros.
–¿Cómo puede influir este bautismo del gran terrorismo internacional en nuestra vida cotidiana?
–Nuestra historia ya estuvo tan golpeada que es muy difícil que nosotros nos volvamos a sentir parte de una identidad occidental según la cual mi abuelo y mi padre venían de la Europa afortunada. Lo que aparece como asombroso es que EE.UU. esté golpeado en su territorio –algo que ya vivimos nosotros– cuando el problema de los EE.UU. antes del atentado eran los tiburones. La sensación de que en la esquina se acabó el mundo nosotros ya la conocemos. Ahora, que no nos vendan que ese sentir que el norteamericano tiene en la esquina el abismo es un problema nuestro. Yo quisiera imaginarme qué pasó por el sentimiento de los argentinos estos dos días. Creo que fue algo diferente de lo enviado por los medios. No era una cosa de goce, pero tampoco de luto –sé que decir esto es riesgoso–. Nosotros estamos acostumbrados a ver las imágenes de la AMIA o de la Embajada de Israel, las tomas de rehenes en el cono urbano. El terrorismo internacional acá ya ha actuado y con apoyo del nacional. Los acontecimientos más fuertes antes de esto fueron los que sucedieron en la Argentina y así también lo ve la CNN, que en una de la primeras notas que hizo fue sobre la frontera entre Paraguay, Brasil y la Argentina, que es donde supuestamente se concentran sectores del terrorismo internacional. Hace mucho que tenemos problemas y los norteamericanos a lo sumo nos mandaron dos aviones con frazadas. ¿Por qué tenemos que mandarles más de dos aviones con frazadas? En ese sentido hay que tener una conciencia clara de que las sensibilidades han cambiado porque las relaciones económicas, sociales y políticas son absolutamente diferentes. Nuestra historia es una historia de violencia, de catástrofe. Es imposible que nosotros asumamos el dolor de las torres. En términos de lo que podemos llamar “cultura”, no va a haber nada nuevo. Vamos a ver más televisión.Ahora tuvimos el primer acto, hace dos días que estamos viendo televisión de una manera espectacular. El segundo acto se llamará Afganistán, el tercero Pakistán, el cuarto Palestina. En ese sentido no se nos va a modificar la vida, al contrario, se va a profundizar el hecho de que somos televidentes del desastre mundial. En ese sentido el atentado tuvo un éxito del ciento por ciento, no sólo en cuanto a los objetivos a atacar sino a que todo el mundo diga: “Señores, los EE.UU. nunca han sido tocados en la historia como lo hizo este grupo”. Estamos en el principio de un accionar terrorista prolongado. La pregunta es qué estamos poniendo en la palabra “terrorismo”. ¿Un razonamiento como el mío es un razonamiento terrorista? ¿Un pensamiento que cuestione lo que está diciendo CNN o lo que está diciendo Bush es un pensamiento terrorista? ¿Una escritura donde no se está dispuesto a alinearse con el Departamento de Estado es una escritura terrorista? Qué va a aparecer como terrorista en el mundo, de aquí en más, es una de las cosas a discutir.

Por que Nicolas Casullo

Por M. M.

Advertencias de la historia

Para el ensayista y profesor de comunicación Nicolás Casullo, en la post-historia, cuando ha quedado un solo contendiente con armas, la barbarie terrorista –siempre repudiable– parece la única manera de replantear un conflicto donde los dos bandos se vean afectados. El terrorismo de hoy no constituye la propaganda armada de un proyecto político, su objetivo no es una transformación social ni la conquista de un territorio. Es una barbarie ciega que sólo aspira a golpear mostrando la vulnerabilidad de lo aparentemente inexpugnable.
Casullo subraya también la ceguera de una prensa que desde el 11 de septiembre insiste en invitar a los argentinos a que se identifiquen acríticamente con una idea de Occidente, de libertad y standard de vida de los que están totalmente excluidos y que mostró su fragilidad cuando se derrumbaron los bastiones simbólicos del “Imperio”. También intenta despejar qué se quiere decir hoy cuando se dice “terrorismo”, una palabra que fue pronunciada cómodamente por el presidente De la Rúa cuando dejó abierta la puerta para que la Argentina se sume a una coalición antiterrorista internacional.

 

 

 

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