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Aquellas grandes canciones, con el sello típico de Horacio Molina

El cantante repasó su repertorio de tangos, valses y milongas en la segunda fecha del ciclo �Los viernes música�, que organiza Página/12.

Por Karina Micheletto

La segunda fecha del ciclo “Los viernes música”, que por quinto año consecutivo organiza Página/12 en la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732), se transformó el viernes pasado en un espacio que actualizó diversos aspectos de la memoria. Durante una hora y media, la voz de Horacio Molina y la guitarra de Jorge Giuliano hilvanaron tangos, valses y milongas que forman parte del patrimonio cultural de un público que sigue a Molina con fidelidad. El cantante, guitarrista y pianista se calzó entonces el traje que mejor le cabe: el de intérprete de grandes canciones, pasados por el tamiz de un fraseo creativo y sutil, con matices, acentos y colores refinados, verdadero sello personal del artista.
La noche empezó con un tangazo, “Flor de lino”, ofreciendo el marco justo para el clima del encuentro. A partir de entonces, artista y público iniciaron un ritual que se repite en cada una de las presentaciones de Molina: diálogos inteligentes, chicanas y contrapuntos varios, un ida y vuelta fecundo en el que el músico puede hacer gala de su tradicional humor filoso. “El último café”, pidió el público en un momento. Molina se lució con una interpretación valseada del tango de Cátulo Castillo y Horacio Stamponi. Le siguieron dos temas de Homero Expósito: el vals “Pequeña” y el tango “Yuyo verde”. “Naranjo en flor”, “Caserón de tejas”, “Como dos extraños”, seguía pidiendo el público, acaso conociendo las preferencias del cantor. “No voy a poder complacer a todos porque ya empiezo a esfumarme, como en esas escenas futuristas que se logran con las nuevas tecnologías”, anunció Molina. “No hablo en broma, sé hacerlo, es una de las cosas con las que pienso ganarme la vida cuando ya no me dé más la voz. Me lo enseñó Pipo Mancera cuando trabajé con él hace unos años”, remató.
El repertorio siguió con “Candombe para Gardel”, en el que Rada explicita su amor hacia el zorzal criollo, un amor que también profesa Molina (él lo llama cariñosamente la bestia y lo reconoce como su primer contacto con el tango y su guía musical desde ese momento). “He aquí el tema que hubiera querido escribir yo, y que me une a Rada en este fanatismo en común. El negro me lo cantó por primera vez hace seis años, con la mesa de roble del living de mi casa como tamboril”, contó el músico. Molina incluyó este candombe en su último disco, Barrio reo, registrado con el trío de guitarras de Juanjo Domínguez, en el que recopila los tangos menos conocidos del repertorio de Gardel. Fue la única incursión de la noche en un género que Molina supo explorar años atrás, introduciendo en la Argentina temas del por entonces desconocido Eduardo Mateo. Los bises siguieron con clásicos fundamentales: “Naranjo en flor” y “Grisel”. “Sobre el final, debo hacer la misma advertencia que hace Majul: ‘Todo lo que he dicho no debe ser tomado en cuenta, no me vean, no me escuchen, no me crean’”, bromeó el músico. Nadie le hizo caso.

 

 

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