Por
Luke Harding
Desde Islamabad
Si
George Bush somete a Afganistán, habrá obtenido una victoria
donde muchos nombres ilustres fracasaron. Alejandro Magno, Genghis Khan,
Gran Bretaña y la Unión Soviética enviaron sus ejércitos
a Afganistán, sólo para montar una inevitable retirada.
Dicho simplemente, el problema es la geografía: un país
sin salida al mar dominado por las montañas escarpadas del Hindu
Kush que corren de oeste a este. La cadena se va desvaneciendo cerca de
la ciudad de Herat, en el noroeste, y se hunde en el desierto. Las montañas
cerradas y rocosas de Afganistán y sus escabrosos valles constituyen
un territorio ideal para librar una guerra de guerrillas. Se podría
decir que casi fueron diseñadas para un comandante militar con
un presupuesto exiguo.
Después de más de una década, todavía no han
sido removidos los restos del último conflicto con la Unión
Soviética. La ruta todavía no terminada que une Torkham
y Kabul está rodeada de carcasas de tanques soviéticos y
camiones blindados, un recuerdo siniestro de los peligros que entraña
una intervención extranjera. En Sarobi, un punto estratégico
a 30 kilómetros de Kabul, los cañones todavía se
esparcen en las tierras altas. Invadir Afganistán es relativamente
fácil. El problema es defender el territorio conquistado de los
ataques de grupos armados con dispositivos misilísticos que ocupan
las tierras altas. Ante la perspectiva de un ataque inminente de Estados
Unidos, el régimen talibán envió a sus combatientes
fuera de las ciudades para construir escondites en los alrededores. Los
soldados talibanes están ocupados en renovar la red de bases en
las montañas utilizadas con un efecto devastador por los mujaidines
en los 80 en su guerra de guerrillas contra la Unión Soviética.
La oposición antitalibán de la Alianza del Norte controla
menos del cinco por ciento del país. Se trata del hermoso valle
de Panshir, 40 kilómetros al noreste de Kabul, y de un pequeño
enclave alrededor de la lejanas provincias norteñas de Badakhshan
y Takhar. También hay combatientes antitalibanes de la minoría
étnica hazara que controlan parte del exquisito y devastado valle
de Bamiyán.
Pero lo que no está claro es cuánta asistencia necesita
la pobre oposición de Afganistán para que sea capaz de ayudar
a un ataque norteamericano contra el régimen talibán. Ahmad
Shah Massud, el único comandante que podía frenar la completa
conquista de Afganistán por parte de los talibanes, fue enterrado
anteayer. Murió por las heridas infligidas por dos suicidas argelinos,
supuestamente enviados por Osama bin Laden. Massud controló Kabul
entre 1992 y 1996. Abandonó la ciudad cuando una ofensiva devastadora
de los talibanes atacó Kabul desde tres direcciones distintas.
En los últimos 18 meses, las fuerzas de Massud recibieron ayuda
militar de Irán, Rusia e India. Pero tiene mucho menos hombres
que los talibanes, cuyo número crece constantemente por los voluntarios
salidos de las madrassas (instituciones islámicas de línea
dura) y las escuelas religiosas cerca de la frontera con Pakistán.
En caso de que los norteamericanos quieran avanzar sobre Kabul, la Alianza
del Norte puede contar con ellos para ir hacia el sur desde su base en
el valle de Panshir y a través de las planicies de Shomali, la
puerta de entrada a la capital desde el norte. Ellos conocen el territorio,
y pueden dar a los norteamericanos asesoría logística. Pero
incluso si Estados Unidos logra capturar Kabul con relativa facilidad,
sería apenas el comienzo de una guerra lenta, peligrosa y brutal.
Ex comandantes soviéticos que pelearon contra los mujaidines advirtieron
a Estados Unidos sobre la posibilidad de enviar tropas terrestres. Si
los norteamericanos van a la guerra, me apiado de esos muchachos declaró
Yuri Shamanov, ex coronel soviético. Me apiado de sus madres,
hermanas y hermanos. Será diez veces peor que Vietnam. Vietnam
es un picnic al lado de Afganistán. Les van a romper los dientes.
Y lo van a hacer bien. El impenetrable territorio de Afganistán
hace imposible una guerra convencional. Los misiles no ayudarán:
no hay nada a qué apuntar. Aunque llenen todo de municiones, las
montañas sobrevivirán a todo. Mis soldados me preguntaban
por qué estábamos peleando en Afganistán. Y yo no
podía responderles. No tenía ningún sentido que estuviéramos
allí, declaró Shamanov.
Otro factor que juega en contra de la ofensiva norteamericana si incluye
tropas terrestres: el tiempo. En un período de seis semanas, Afganistán
se vuelve un país muy frío. En noviembre, la nieve comienza
a descender en forma turbulenta desde las montañas, sellando el
paso de muchos valles y mesetas altas. El régimen talibán
y la oposición raramente lanzan ataques en los meses de invierno;
son demasiado fríos. Los meses pico de combates son agosto y septiembre.
Comenzar una campaña terrestre ahora es una invitación al
desastre.
Mientras tanto, todos los signos indican que el régimen talibán
está preparándose para algo largo. Los informes de ayer
indicaban que una unidad de militantes extranjeros se habían
estacionado en un antiguo campamento mujaidín ubicado 30 kilómetros
al sur de Kabul para repeler cualquier ataque norteamericano. Estos combatientes
voluntarios árabes, paquistaníes, uzbekos y tayikos
ya tomaron posiciones en Kahki-i-Jabbar, en la aldea de Darband. Bombardear
desde el aire sobre ellos no será suficiente para desalojarlos.
Cualquier invasor extranjero de Afganistán ha dejado algún
tipo de legado. Alejandro Magno pasó por Afganistán con
su ejército en el 329 antes de Cristo. En su ruta a la India, dejó
un puñado de asentamientos griegos. Varios siglos después,
florecieron dinastías de influencia griega, entre ellas los kushans,
que produjeron exquisitas obras de arte, como los budas de Bamiyán,
recientemente destruidos por los talibanes. Después de los griegos
todo se vino abajo: Genghis Khan y sus mongoles dejaron poco, excepto
destrucción. Tuvieron que pasar tres guerras contra los tercos
afganos y varios capítulos de aventuras coloniales antes de que
Gran Bretaña finalmente concediera la independencia a Afganistán
en 1921.
Nadie sabe cuál será el legado de Bush en Afganistán,
salvo, quizás, otra devastación en un país que ya
está arruinado.
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