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OPINION

En el teatro de Bin Laden

Por James Neilson

Haya organizado o no los ataques kamikazes contra blancos meticulosamente elegidos de Estados Unidos, el movedizo multimillonario saudita Osama bin Laden, “el enemigo del mundo”, para más señas, ya tiene motivos de sobra para agradecerle a Alá porque en el resto del mundo son cada vez más los que aceptan representar los papeles que les ha propuesto. Desde que las primeras imágenes de la catástrofe comenzaron a llenar las pantallas televisivas del planeta, ha aumentado astronómicamente la cantidad de los que concuerdan con él en que a todos les corresponde participar en una lucha apocalíptica entre el Bien y el Mal en la que no habrá lugar para neutrales o indiferentes. Puesto que desde el punto de vista de este producto de un maridaje de los esquemas tribales del siglo VII con la tecnología mortífera y el sentido publicitario del XXI globalizado las alternativas se limitan a morir extáticamente como un “mártir” con entrada garantizada a un paraíso machista o ser aplastado como una cucaracha, la neutralidad siempre ha sido un tanto difícil, pero antes del 11 de setiembre pocos habrán pensado demasiado en las amenazas proferidas por clérigos y jóvenes hirsutos de países lejanísimos como Afganistán y Pakistán.
A partir del bombardeo, muchos personajes influyentes sí las han tomado tan en serio que han llegado al extremo de creerse ante algo mucho más estimulante que una mera ofensiva antiterrorista, una empresa confusa y ambigua si las hay: lo que tienen en mente es un choque, acaso una guerra, entre “civilizaciones”, nada menos. Aunque se trata de una simplificación grotesca, vende bien tanto en democracias pendientes de la actitud de “la gente” como en las barriadas miserables de los países musulmanes. El hombre es un animal binario: por lo general, se siente mucho más cómodo cuando todo es una cuestión de blanco y negro, sin los matices grises que perturban a los sofisticados.
A su modo, Bin Laden es un ultraderechista arquetípico. Quiere volver a las fuentes, a tiempos pretéritos cuando, supone, todo era más puro. La suya es una versión árabe del sueño de los “intelectuales” nazis que se alimentaban de fantasías wagnerianas sobre un pasado remoto germánico varonil, sencillo y sanguinario. También se asemeja a la visión delirante de algunos predicadores norteamericanos. En el libreto del saudita, los buenos musulmanes han de librar una guerra a muerte contra las huestes de Satán. Muchos occidentales están dispuestos a actuar en el mismo drama sagrado aunque, como es natural, insisten en que ellos son los buenos y que sus enemigos son inconcebiblemente malos.


 

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